Truman Capote en 1959 (Fuente).

En 1942, cuando tenía 18 años, un joven Truman Capote comenzaba su carrera con un trabajo en The New Yorker. Eso sí, no fue precisamente por la puerta grande que entró. Capote, que por entonces todavía estaba en la secundaria, era una especie de chico de los recados. Además, no le duró mucho el trabajo: en tan solo dos años sería despedido, gracias, en gran parte, a Robert Frost.

Truman Capote en 1948 (Fuente).

Los detalles sobre esta anécdota no están de todo claro. Ya se sabe del gusto que tenía Capote por adornar este tipo de historias, a veces con demasiada imaginación. En cualquier caso, todas las versiones comienzan en Vermont en 1944. Capote asistía a la Conferencia anual de escritores Bread Loaf, organizada por el Middlebury College, y a la que solía asistir Robert Fros, que había ayudado a establecerla en la década de 1920. Capote, a quien Frost le parecía un absoluto muermo, había planeado saltarse una de sus lecturas de poesía porque había contraído la gripe, pero el director de la conferencia insistió en que fuera, porque Frost lo habría tomado como un insulto (en esta versión no queda claro porqué la asistencia de un chico de los recados importaría tanto a Frost).

El caso es que cuando la lectura de Frost comenzó, Capote estaba entre el público. El evento se fue desarrollando sin contratiempos, hasta que el febril Capote comenzó a sentirse cada vez peor y decidió escabullirse por la salida. Eso, o, como relató en otra entrevista, se agachó para rascarse la picadura de un mosquito en el tobillo y con esa postura daba la sensación de haberse quedado dormido. Según el periodista George Plimpton, en realidad ocurrieron ambas cosas: Capote se rascó el tobillo pero le dio una especie de tirón y se quedó en esa postura. Para evitar que Frost pensara que se había quedado dormido, Capote se dirigió a la puerta en esa extraña postura encorvada, que no hizo sino llamar todavía más la atención del poeta.

Robert Frost en 1941 (Fuente).

Entonces, según parece, Frost, claramente molesto, paró la lectura y le arrojó el libro a Capote (en diferentes versiones de este último, el libro le golpeó o no le golpeó). A continuación, el poeta dijo: «Si es así como The New Yorker valora mi poesía, no seguiré leyendo». Acto seguido, se levantó y se fue furioso. Esto supuso el final de Capote en The New Yorker (al menos de momento, porque volvería a escribir para ellos tiempo después). Frost había escrito una foribunda carta al editor en jefe del diario, Harold Ross, quien decidió despedir a Capote a de forma fulminante. En otras versiones del propio Capote, Ross y él eran grandes amigos y no le había despedido, sino que decidió irse por su propio pie.

Si bien los detalles del encuentro entre Frost y Capote no se pueden conocer bien debido a las diferentes versiones, lo que está claro es que a Capote no le caía bien el poeta, que le parecía pomposo y ridículo, y nunca trató de ocultarlo.

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