El pasado 26 de agosto, en la ciudad de San Juan de Pasto (Colombia), Mario Rodríguez Saavedra, artista y escritor sandoneño, presentó el libro de poesía El espejo olvidado, una memoria viva que rinde homenaje a las víctimas del conflicto armado colombiano y a sus familias.
El libro es dolorosísimo, no podía ser de otra forma, porque “retratar” la guerra de este país es retratar a Colombia, a sus habitantes, vivos o muertos, donde estén…
Acudimos al lanzamiento con cierta premonición de lo que ahí sentiríamos. Al entrar, un silencio suspendido. Jairo Rodríguez y Mario Rodríguez en el escenario, una suerte de juego de espejos tan acorde para el momento. Sobre lo que allí se habló quedan punzadas en el corazón, y no es el cometido de este texto hablar de ello. Por supuesto, puedo comentarles algunos temas tratados: se habló de la memoria que olvida, del nombrar y los desaparecidos, de la guerra, del dolor, de la creación poética, de la sabiduría popular, mientras se compartían algunos poemas que nos hicieron –vale la generalización– aguar los ojos.
Digo con los ojos aguados porque, en mi caso, era incapaz de llorar. A veces el dolor es oprimido por la vergüenza, no por la vergüenza de llorar en público, sino la de haber hecho a un lado este dolor durante tanto tiempo, de haber olvidado, tapado con cal la grieta de este país que nos destroza desde adentro.
Aquí comparto, con la autorización del autor, algunos poemas que están vivos, la llaga que nos abren quizá sirva para que nos con-movamos, para que repensemos nuestra actitud frente a lo que nos acontece, frente a esta realidad violenta de la que hacemos parte. ¿Olvidamos o nos vemos en ese reflejo? ¿Nos reconocemos?
Plegaria
Padre nuestro, que estás en el cielo, andáte de ahí que te van a matar. Dejá de estar en todas partes, que en todas partes preguntarán por vos.
Padre nuestro, que estás en el cielo, andáte de ahí que te van a matar. Ya saben que los viste matar al hijo de doña María y no te lo perdonarán.
Padre nuestro, que estás en el cielo, andáte de ahí que te van a matar. Andáte, te lo ruego; yo misma te vi en esa lista.
Día a día
De mis setenta años llevo cuarenta buscando a mi hija. Me duelen los huesos, el alma, los pies. Así camino, de un lado a otro, por todos los rincones del país.
De mis setenta años llevo cuarenta escuchando lo mismo. Que no busque más, que me resigne; que ya estoy vieja y enferma, me dicen.
El corazón es el único mapa, llevo diciéndoles cuarenta años, y siguiendo el camino.
Maceteras
Solo dejaron sus zapatos, entonces me los llevé a la casa.
Como nunca lo encontramos, un día los llené de tierra y le sembré heliconias. Cada que florecen, mi hijo vuelve a la casa después de un largo camino sin huesos, sin mirada.
Lectora
Me dijeron que habían encontrado veintitrés cuerpos en una fosa y los habían organizado en fila, tapados con sábanas, en el parque del pueblo. Los fui destapando uno a uno, buscándote, y no te encontré.
Volví desconsolada a la casa y me puse a leer el libro que escribiste. En la página en la que un hombre le dice a su mujer que, si algún día desaparece, no lo deje de buscar, encontré una foto tuya.
Niña indicando la luna
Vea, ese hueco que ve allá lo dejaron ellos. Hasta al cielo le dispararon buscando matar a Dios solo porque le pedimos a él que nos proteja.
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