Deberíamos estar de acuerdo en que las historias más valientes son las historias de amor.
Después de leerlo tantas veces, me queda claro que “El amor en los tiempos del cólera” no nos habla tanto de un amor prolongado como sí de un amor profundo, transformador, edificante. No es solo la paciente y tozuda resistencia de Florentino Ariza esperando por Fermina Daza durante décadas, sino que el amor está depositado en cada situación que la novela, con mucha inteligencia, teje.
El amor puede empezar como un paso en falso, un salto al vacío, un acto de fe. Y de acuerdo al derrotero de su existencia puede llevarnos por trochas escarpadas o senderos llanos. Colette decía que existen dos tipos de amor: el no correspondido que nos vuelve odiosos, y el correspondido que nos vuelve idiotas.
García Márquez, en cambio, nos abre la idea del amor como un abanico lleno de matices. A fines del siglo XIX, los adolescentes Florentino y Fermina sienten el chispazo inicial del amor en el cruce de miradas furtivas que se convierte en un prolongado romance epistolar. Florentino desbocado, cursi y poético; Fermina sigilosa, cauta, medida. Sabe que su padre tiene otros planes para ella y que, de descubrir el romance clandestino, desataría una rabia de consecuencias inimaginables.
Pero termina siendo ella misma al mirar a Florentino cara a cara, tras años de cartas y promesas alucinadas, quien cae en cuenta de que había idealizado aun pobre hombre de manera desmesurada, presa de la necesidad del amor como un punto de fuga al claustro palaciego impuesto por su padre. Lo rechaza sin piedad alguna. Lo olvida en un instante.
Cede sin embargo, tiempo después, tras infantiles ataques de rabia y orgullo, a compartir su vida con un médico de alcurnia, el doctor Juvenal Urbino. Fermina descubre el mundo con él, todas las aristas desde la intimidad hasta la vida social como un notable matrimonio de las élites caribeñas. Descubren juntos el arte de sostener un matrimonio exitoso a través de la monotonía, incluso el hastío. Descubren que el diablo esta en los pequeños detalles. Que el amor no necesariamente es un flechazo, sino que se construye pacientemente a través del tiempo: que es devoción y también sacrificio.
Florentino por su parte, desconsolado y furioso por el desplante, se promete hacer de sí un hombre capaz de estar a la altura de aquel médico sobrio, acomodado y distinguido que ha ganado el corazón de Fermina. Después de tocar el fondo de la depresión y el llanto, se llena de ímpetu, se recompone y reconstruye. Nos muestra un ejercicio descomunal de amor propio. En el camino de aceptarse tal como es se involucra en relaciones furtivas –todas como una oportunidad de aprendizaje- y las convierte en lecciones que guarda bajo llave para conservar una imagen que le permita en algún momento recuperar la atención de Fermina.
Espera más de medio siglo por esa oportunidad.
El doctor Juvenal Urbino muere a los 82 años al caer de una escalera, un domingo de pentecostés cuando se preparaba para el funeral de su amigo Jeremiah de Saint Amour, quien acababa de suicidarse aquella misma mañana y de quien, con mucho pesar, el doctor Urbino había descubierto que guardaba muchos secretos, incluida una amante secreta por más medio siglo. Esa revelación lo contraría: el doctor Urbino sentía una amistad profunda por Jeremiah, una que nació de su admiración por su destreza en el ajedrez. Creía saberlo todo de él y sin embargo no lo conocía en absoluto. “Por difícil que sea encontrar el amor, es más difícil encontrar la amistad”, escribió Francois de LaRochefoucauld. Posiblemente la amistad sea el amor en su estado más puro.
Y es precisamente a través de la amistad que Florentino Ariza logra recuperar la atención de Fermina, medio siglo después. Ha esperado más de 50 años por el redoble de las campanas que anuncien la muerte del Doctor Urbino. Ha esperado para poder demostrarle a Fermina que es digno de su atención y que ya no guarda rencor alguno por el desplante de aquellos años juveniles. “El amor disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites”, dice la Carta de San Pablo a los Corintios. El ejercicio de paciencia que Florentino guarda a través del tiempo tiene toques de santidad.
Florentino Ariza recurre una vez más a su pericia epistolar para enviar cartas sobrias y reflexivas, misivas que hacen que Fermina se despoje del miedo y del luto y se una a él en una última oportunidad antes que la vida se les acabe. Fermina ha tenido que lidiar toda su vida no solo contra los celos desquiciados de su padre, sino contra una sociedad apolillada y decadente, llena de juicios y prejuicios y, en su vejez, tiene una vez más que lidiar contra los rigores sociales de la viudez, contra la opinión de sus hijos, de la aristocracia hipócrita y voraz que durante tanto tiempo la respetó por haber sido la esposa de su marido. Florentino y Fermina saben que se tienen el uno al otro y deciden embarcarse en un viaje sin fin a través de un río que se va extinguiendo en medio de la depredación y la contaminación. Es ahí, con la complicidad de unos cuantos amigos, soportando del devastador calor caribeño y las inclemencias producidas por los bichos y la insalubridad, que logran consumar su amor. Para amarse no solo luchan contra las inclemencias de aquel paraje fluvial, sino contra los límites que la vejez trata de imponerles, y logran salir airosos.
García Márquez lo resume de manera contundente en un pasaje de su novela: “el amor se hace más grande en la calamidad”.
Pero la historia del amor, según García Márquez no termina ahí. Uno puede apreciar en la novela el amor desbocado del doctor Juvenal Urbino por recuperar su ciudad, por llevarla a la modernidad. El amor por su profesión, la entrega, la dedicación a la medicina. También apreciamos el amor del autor por aquel río que poco a poco va a quedando seco y devastado, ante la impotencia de quienes viven en los pueblos aledaños. Vemos además el amor inconmensurable de la madre de Florentino, doña Tránsito, cuidando de sus pasos desbocados en el chispazo inicial ante Fermina Daza, tratando de interceder por él tras el desplante. Nos muestra también el amor de Florentino como hijo ante su madre irreparablemente enferma, amnésica y agonizante. Nos muestra el amor como legado, ese que cubre la memoria de la madre difunta de Fermina Daza en la imponente mansión en la que ella, su padre y su tía se mudan.
Decir que “El amor en los tiempos del cólera” es simplemente la historia de dos personas que se encuentran en el tiempo es quedarse corto: a veces el amor aparece ante nosotros descomunal e incomprensible, no alcanzamos a verle más que los pies y creemos que es todo. Solo el tiempo, en su infinita sabiduría, nos permite la altura y el juicio capaz para poder asimilarlo, sopesarlo, admirarlo y entenderlo. Quizá entonces podremos trascender junto con él, como bien lo hizo Gabriel García Márquez en esta maravillosa novela.
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