
Desfile de Fuerzas del Servicio del Trabajo durante uno de los Congresos de Núremberg en septiembre de 1937, en un estadio construido para el propósito (Fuente).
El término «Tercer Reich» se utilizó por primera vez en el título de un libro de Athur Moeller van den Bruck publicado en 1923. Como era de esperar teniendo en cuenta su apoyo al régimen, fue todo un éxito. Moeller fue un historiador alemán que tras la derrota de la Primera Guerra Mundial reflexionó sobre la situación en la que se encontraba la nación alemana y afrontó la recién establecida República de Weimar con escepticismo. Deseaba una solución más nacionalista, una revolución que traería una forma de fascismo que incorporara ideas de Nietzsche en lugar de las de Marx.
Este libro tuvo una gran influencia en el partido nazi, que en ese momento todavía estaba en su fase inicial. Moeller predijo un futuro en el que todos los pueblos alemanes formarían el «Tercer Reich», cuya traducción más exacta sería el «Tercer Imperio». Teniendo en cuenta que sería el tercero, ¿cuáles son los dos anteriores?
El «Primer Reich» se refiere al Imperio de Europa Central que comenzó con Carlomagno en el año 800 d.C. y que se supone que duraría mil años, hasta la abdicación de Francisco II de Austria en el 1806, tras la derrota de Napoleón en la batalla de Austerlitz (de ahí Hitler proclamara su proyecto como el «Reich de los mil años»). Hay que tener en cuenta que solo los nazis llamaron al Sacro Imperio Romano Germánico «Primer Reich».
Desde luego, ese supuesto imperio no tenía nada que ver con la concepción de Hitler ni con lo que hoy en día entenderíamos como imperio. No tenían unidad lingüística ni había una capital clara ni tampoco contaba con una homogeneidad como la que podían tener otros gobiernos como el de Francia o el de Inglaterra. Además, aunque era principalmente germánico, también incorporó muchos pueblos italianos y eslavos.
La primera etapa se conoció como imperio carolingio. Bajo el dominio de Carlomagno, se extensió a un área tan extensa que no se había visto nada igual en Europa occidental desde la Caída del Imperio Romano de Occidente. El Papa León III, que en ese momento estaba en contra del Imperio Romano de Oriente, decidió que una alianza con Carlomagno sería beneficiosa para sus intereses, así que lo coronó emperador romano, reviviendo así, de forma simbólica, el Imperio Romano de Occidente, en el que el Papa jugaba un papel importante. Durante los siglos siguientes, la organización de este Imperio fue el de una confederación de estados, supervisada inicialmente por el monarca gobernante. Cada uno de esos estados pertenecía a dinastías hereditarias como los Staufen o los Salian. En esta fase el rey Otón I, que se suele considerar al responsable de la primera nación alemana, convenció a la mayoría de los príncipes germánicos a unirse bajo su estandarte.
En los siglos siguientes, hasta principios del Renacimiento, el control del emperador, que al principio parecía firme, comenzó a desvanecerse gradualmente. Esto ocurrió, en gran parte, por los constantes enfrentamientos con el Papa, que acabaron socavando la autoridad del emperador. Además, a esto habría que sumar la naturaleza rebelde de muchos de los reinos más pequeños, que no llegaban a encajar dentro del que era un imperio excesivamente vasto. Como consecuencia, a partir del siglo XIII el título de Emperador dejó de ser hereditario y pasó a ser electo. El privilegio de elegir al monarca que sería coronado por el Papa recaía en los principales obispos y en los príncipes.
El poder del emperador siguió disminuyendo. La lenta fragmentación se intensificó después de la Guerra de los 30 Años en el siglo XVII. Al mismo tiempo, la realeza de otras potencias europeas como Francia o España se consolidaban como una institución autoritaria, fortaleciendo la unidad y la identidad de esos países. Durante el reinado de Carlos V, el imperio se dividió en diferentes facciones religiosas, como consecuencia de la reforma protestante.
En la última fase, la principal potencia del mundo alemán comenzaba a dividirse entre los prusianos del norte y los austriacos del sur. En Prusia, los gobernantes eran los príncipes del electorado de Brandeburgo, los Hohenzollern, que fueron proclamados reyes de Prusia en 1701. Austria estaba dirigida por los Habsburgo, que serían los últimos poseedores del título de emperador. El final llegó con la disolución por parte de Napoleón, que barrió gran parte de las naciones europeas al tiempo que intentaba convertirse en una especie de emperador.
El Sacro Imperio Romano Germánico fue visto por los nazis como el final de la anarquía y el nacimiento de una forma medieval de identidad alemana, lo que hizo que sus líderes fueran ensalzados. Las reliquias de muchos de esos antiguos dirigentes se consideraron sagradas y, de hecho, llegaron a politizarse, como la famosa corona del imperio y otras insignias que se encontraban en Viena, sede de los últimos emperadores, que los nazis trajeron a Núremberg. Esta ciudad fue la encarnación de los viejos tiempos gracias a su aura medieval y a que se encontraba en el centro del dominio nazi antes de la guerra (precisamente por su simbolismo fue elegido por los aliados como lugar de los juicios de guerra contra los nazis).
Ahora bien, si todo lo dicho hasta ahora hace referencia al Primer Reich, ¿qué hay del Segundo Reich? Tras un siglo XIX muy convulso, en 1871 el rey de Prusia, el más poderoso de los estados alemanes, derrotó al emperador francés Napoleón III. Después de esto, fue proclamado Kaiser o Emperador de las naciones de habla alemana en Versalles. En el ambiente se hablaba de un renacimiento del Sacro Imperio Romano Germánico. A pesar de esto, a nadie se le ocurrió llamar a ese imperio «Segundo Reich». A pesar de los paralelismos con el pasado, el régimen se consideraba a sí mismo como un estado soberano moderno, a favor de lo innovador y lo moderno.
Sin embargo, después de su caída en 1918, muchos recordaron ese período en el que fueron humillados por un enemigo externo. Muchos de los ciudadanos, sobre todo aquellos que se oponían al sistema democrático, pusieron sus esperanzas en un futuro imperio. Como dijo van den Bruck, ese «Tercer Reich» sería una continuación de los dos anteriores y, a diferencia del Sacro Imperio Romano Germánico (Primer Reich), incluiría a todos los pueblos de habla alemana, tanto a Austria como a Bohemia, que en ese momento estaba en Chequia, en un territorio que abarcaría desde el norte de Italia hasta el Báltico y desde los Países Bajos hasta Estonia.
Al proclamarse como Tercer Reich, los nazis pretendían dejar clara su continuidad dentro de la historia alemana, dispuestos a cumplir lo que consideraban una profecía. Esto forjaba un vínculo entre ellos, el Sacro Imperio Romano Germánico y el Imperio Alemán. Por supuesto, por suerte para todos, el Tercer Reich no logró durar ni mucho menos lo que los nazis habían vaticinado.
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