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El premio Minotauro es uno de los galardones de género con más tradición y renombre en castellano. Con ganadores con tanto renombre como León Arsenal, Rodolfo Martínez o Clara Tahoces, es uno de los mayores estandartes del género. Este año el ya ganador en el año 2010, y finalista varias veces, Víctor Conde, vuelve a alzarse con el galardón gracias a Horizonte de estrellas. Esta vez, eso sí, no viene solo. Firma esta space opera junto a Guillem Sánchez.

Soleyko es una ingeniera que ha decidido dejar atrás su vida, la tierra y la relación de su pareja para embarcarse en una misión colonizadora en una nave con 200.000 colonos. Se trata de una expedición conjunta con los idor, una raza alienígena que coopera con los humanos a pesar de todas las diferencias que los separan (desde la más evidente como la anatómica hasta la más profunda como la capacidad de ficcionar: su mundo se divide entre certidumbres e incertidumbres).

Soleyko despierta de la hibernación cuando la nave parece haberse desviado de su ruta. Los viajeros en las vainas han empezado a mostrar mutaciones en su ADN y en el mismo punto en el que ellos se encuentran hay una enorme nave que parece ser de los ker, una civilización de la que apenas se sabe nada.

Lo primero que resulta curioso en Horizonte de estrellas es que sea esta, precisamente, la novela que se alza con un galardón que en sus últimas ediciones ha venido precedido de ciertas polémicas. La lectura poco estimulante de novelas no demasiado brillantes ponía en entredicho la relevancia del premio en nuestros días. Desde la pandemia parece que Minotauro se ha aplicado el cuento y se afana en la búsqueda del auténtico Género, así, en mayúsculas. Y lo hace en su línea editorial y lo hace en su premio. Víctor Conde es un conocido de la ciencia ficción, uno de esos autores capaces de crear un universo propio y rico, cuya trayectoria es indiscutible. A Guillem Sánchez ni lo conocía ni había tenido el placer de leerlo, pero viene abalado por varios premios, como por ejemplo, el UPC. El resultado de la colaboración es un libro bastante menos extenso de lo que me esperaba (apenas 300 páginas), para un libro con un planteamiento tan de hard sci fi. Una sinopsis que bien podría firmar Gregory Benford o incluso Dan Simmons.

Pero, ¿qué puede esperar el lector de Horizonte de estrellas? Pues una novela que bebe, efectivamente, de la ciencia ficción más dura, pero que busca con estoicismo resultar asequible para el lector casual. Una ciencia ficción que juega a ser profunda, compleja y rígida, pero que resulta bastante más popular, más mainstream. Con una prosa ligera, Horizonte de estrellas ofrece una capa de ciencia ficción bastante sólida, pero debajo de la cual hay una historia sencilla para todo tipo de lector que guste mínimamente de las naves espaciales. Claro que esta dicotomía no es baladí: estoy seguro de que esta novela nació con la ambición misma de optar al galardón, y por ende, contar una historia amable pero revestida de un artificio oscuro y tecnológico. Es más Prometheus que Alien, vaya. Menos árida en su planteamiento, aunque pueda parecerlo por su sinopsis. Más cercana al lector, casi tomándolo de la mano para que no se pierda. Su lectura es divertida, pero no es nada que Víctor Conde no haya hecho ya muchas veces. Por eso pienso que esta novela es una puerta de entrada para el que quiera saltar de la ciencia ficción más casual, a la más profunda. O para quien quiera entrar en la ciencia ficción de la edad de oro  pero aún no se atreva a enfrentarse a Herbert o  Reynolds.  Y también para aquellos a los que llaman la atención las novelas de Cixin Liu, N.K. Jemisin o Jeff Vandermeer pero quieran pasar por un bautismo algo menos ácido. Es una novela asequible, en el mejor sentido de la palabra, pero no falta de ciertos problemas: adolece de falta de concreción, de una vaga caracterización de los personajes y de echar mano de los clichés del cine de ciencia ficción (y digo cine, conscientemente, no literatura) demasiado a menudo. Un premio que parece una vía intermedia entre los años en que se premiaron arriesgadas obras como Máscaras de matar y los años en que se premiaron obras que casi eran más bien juveniles.

Lo que más me ha gustado de esta obra es que no se queda en la cuestión estética. Demasiadas novelas de ciencia ficción se leen que del género solo tienen la etiqueta del librero. Horizonte de estrellas bebe de muchas fuentes, y todas son reconocibles para el asiduo lector de estas cuestiones, pero no se limita a mezclar elementos en una coctelera. Hace un esfuerzo por resultar fresca y por establecer sus propias tesis, plantear sus propias cuestiones e, incluso, responder a muchas de ellas. Es una ciencia ficción que sabe fraguarse a fuego lento y tiene un buen sentido del ritmo, medido para que el lector no desconecte. Es un trabajo de escritura sólido y bien afilado.

Pero, por dar una nota contraria, Horizonte de estrellas es una novela a la que le hubieran venido bien unas pocas páginas más y un poco más de riesgo. Pareciera que los autores no han querido ponerse demasiado científicos ni demasiado espléndidos en sus planteamientos para con el género, y durante toda la lectura se nota el esfuerzo por contenerse. Al final, uno se queda con ganas de más, pero no porque la novela haya sido maravillosa (que es notable, no se me malinterprete), sino porque se atisba detrás de esta una novela más completa y compleja.

Con todo, como ya he dicho, es estimulante que el Premio Minotauro vuelva a premiar obras genuinamente dentro del género. Y que lo haga con una ciencia ficción que no esconde su abrazo a la añorada Edad de Oro. También supone una buena puerta de entrada a la obra de Víctor Conde, y una buena carta de presentación para quienes no conociéramos todavía a Guillem Sánchez. Una buena novela que se asienta en los pilares del género. 

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