Guerras. Hambruna. Enfermedad. Si había algo que la Europa medieval nunca escaseaba eran los funerales. Para la gente temerosa de Dios durante el clima religioso de la Edad Media, lo único peor que la muerte era el Purgatorio, y la Iglesia tenía el monopolio de la absolución. Si bien la nobleza podía pagar a los obispos locales para que absolvieran los pecados de sus seres queridos al morir, la mayor parte de los plebeyos no podían permitirse tales lujos. Sin embargo, había otra alternativa: echar mano de un devorador de pecados.
Estos personajes, que actuaban al margen de la iglesia, vagaban por los campos feudales de Inglaterra, Escocia y Gales y se aprovechaban de las supersticiones y del temor a la muerte para sobrevivir. A cambio de tan solo seis peniques y una comida podían realizar un ritual que garantizaba a los recién fallecidos su ascensión al cielo. Un ritual que debía realizarse con la máxima discreción porque no era socialmente aceptado.
Una vez acordados los servicios del devorador de pecados, los seres queridos bañaban al difunto para enterrarlo. Luego, los familiares colocaban junto al cadáver una jarra de cerveza y sobre su pecho una barra de pan, que se creía que tenía la capacidad de absorber los pecados. Entonces, en la oscuridad de la noche, el devorador de pecados entraba silenciosamente en la casa, recitaba un encantamiento y devoraba la comida, haciendo que los pecados pasaran a su cuerpo y asegurando la entrada del difundo al reino de los cielos.
A pesar de proporcionar una función necesaria para los creyentes con menos recursos económicos, los devoradores de pecados fueron vilipendiados. Solo los más miserables e indigentes encontraban salida en este oficio, pues se pensaba que estos individuos se volvían más depravados con cada pecado que consumían.
Aunque en el siglo XIX esta clase de rituales evolucionó a una comida más simbólica que real, los comedores de pecados siguieron siendo despreciados por la sociedad. En su libro Funeral Customs, Bertram S. Puckle publicó la descripción de un devorados de pecados: «Aborrecido por los supersticiosos aldeanos como algo inmundo, el devorador de pecados se aislaba de toda relación social con sus semejantes debido a la vida elegida. Por lo general vivía en un lugar remoto y los que lo encontraban por casualidad lo evitaban como lo harían con un leproso. Se consideraba que este desafortunado estaba asociado a espíritus malignos y a la brujería, los encantamientos y las prácticas profanas. Solo se les buscaba cuando se producía una muerte y cuando su propósito estaba cumplido quemaban el cuenco y la fuente de madera donde se había comido».
El último devorador de pecados registrado, Richard Munslow, murió en 1906. Se dice que había elegido el oficio como consecuencia del dolor producido por la devastadora pérdida de cuatro hijos a causa de la tos ferina. A pesar de que la iglesia no considera aceptable este tipo de rituales, Munslow fue enterrado en el cementerio de Rantlinghope en Shropshire, Inglaterra, y su tumba fue restaurada en 2010.
Impresionante. Desconocía por completo este macabro ritual.
¡Gracias por enseñarnos siempre en este impecable blog!