Poco suele hablarse de los españoles que acabaron recluidos en los campos de concentración nazis: un aciago capítulo no sólo de la historia de España, sino también de Europa, y sobre el que, hasta la fecha, poca luz se arroja. Resultaría difícil dar cifras exactas de cuántos fueron; pero el censo Banc de Memòria creado por la Generalitat de Cataluña en colaboración con la Universidad de Pompeu Fabra, y la Asociación Amenical Mauthausen, registra un total de 9.161 españoles republicanos que acabaron detenidos en la Alemania de Hitler. A propósito de la trampa que entraña la ley de Memoria Histórica, cuyos fines responden más a pretensiones políticas e ideológicas que historiográficas —o, la vigente en la actualidad, para ser más exactos (Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática)— en ninguna parte del texto articulado se hace alusión a los compatriotas que terminaron en los barrancones de Dachau, Mauthausen, Flossenbürg, Auschwitz, entre otros. Por otra parte, de los 9.161 españoles detenidos en campos de concentración y de exterminio se calcula que murieron el 60 % y que cerca de unos 3.908 tan sólo sobrevivieron.
Uno de esos españoles fue Domingo Iglesias González, nacido en el año 1902 en un pueblo de Ciudad Real, llamado Piedrabuena. Pese a los pocos datos que se conservan de él, Domingo residió en su municipio natal hasta los veinte años para luego trasladarse a Madrid donde ampliaría sus estudios de periodismo: trabajo que desempeñó durante años. Allí en Madrid y durante la República, se decide a colaborar en periódicos liberales. Iniciada la Guerra Civil se alistó entonces en el ejército republicano; y al poco tiempo alcanzó el grado de Comandante. Lucharía en los frentes de Extremadura y de Toledo. Tras ello, se exilió a Toulouse enrolándose en la resistencia francesa; pero Francia cayó bajo el dominio de la Wehrmacht al transcurso de la Segunda Guerra Mundial y muchos soldados franceses fueron detenidos por los nazis. Domingo Iglesias fue uno de ellos siendo apresado e internado en un campo de concentración. Consiguió escapar gracias a una treta personal y su modesta habla alemana. Una vez en libertad, le sería concedida una renta vitalicia y una indemnización económica a cargo de Alemania.
Poco se sabe de él más que su posicionamiento republicano y socialista y que vivió en el exilio. Pero Domingo Iglesias también fue un poeta que siempre llevó consigo las añoranzas de sus raíces. Hace unas semanas, di con una selección de sus poemas, realizada, por el también poeta de Piedrabuena, Nicolás del Hierro. La obra se titula Paisaje con nostalgia al fondo y se trata de una edición patrocinada por la Diputación Provincial de Ciudad Real, en el año 2000. Referido a este poeta piedrabunero, la nostalgia por su pueblo y el río que transcurre por éste (Bullaque) fue la inspiración de un paisaje poético emparentado con el clima machadiano, donde el escenario agrícola, campestre y la flora rural, se gestan con un cuidado tono de reminiscencia. En muchos de los poemas, o en casi todos ellos, Domingo Iglesias es como si dedicara una oda a ese espacio-tiempo que transpira su viveza, los rescoldos de la juventud asociada a la indagación de sensaciones y experiencias enmarcados en una naturaleza simbólica y que, tanto a él como a sus paisanos, dejaron huella en su biografía.
Y en ese sentir nostálgico que se deja patente en la obra de Iglesias, me conmueve la profunda sensibilidad de un poeta que llora por una causa perdida; esa razón que marcó su vida cuando cayó en la represión nazi y la angustiosa lucha por escapar del calvario de un campo de concentración. Cuando se lee atentamente su poesía, se deduce el arraigo que Domingo Iglesias sintió siempre por el río Bullaque, por los atavíos que brinda el medioambiente a expensas de un juego infantil en el que los recuerdos constituyen la esencia de una vida. Son muchos los poetas que encuentran en su infancia una significativa inspiración, cargada de versatilidad y emociones sinceras; pero Domingo Iglesias va más allá de una reminiscencia infantil, porque su poesía es el resplandor de un mundo que, por mucho que se empeñe en apagarse, la ausencia no se yuxtapone con el olvido. Aunque pocos lectores conozcan a Domingo Iglesias, su lectura no deja indiferente a quien de verdad ama la poesía; tampoco se sabe si escribió una obra extensa o, en su caso, una producción literaria más que suficiente para que al menos, en Piedrabuena, se le rinda tributo a un poeta humilde que nunca dejó de mirar a sus raíces. No sé si su figura se conoce en su pueblo; pero el mérito de un legado no es meramente literario sino personal. Un hombre que realza su pueblo, su río, sus campos, su naturaleza cambiante y diversa… Un hombre por el que Piedrabuena y el río Bullaque cobran un sentido turístico como una invitación al sosiego. Además, su afán literario no sólo se centró en el cultivo de la poesía, sino que también llegó a escribir una obra de teatro llamada Es mi nieta como así descubrió el profesor e historiador Francisco Caro en el momento de editarse Paisaje con nostalgia al fondo.
La literatura siempre tiene esa lucha contra el tiempo, de su trascendencia y su erosión ante una llama que se mantiene viva de una generación a otra; pero esa generación, hablo, naturalmente, de lectores y de literatos que se refugian en palabras que humanizan. Quizás Domingo Iglesias intentó precisamente eso: humanizar a través de su poesía con tintes bucólicos. Sin embargo, en el fondo de todo ello se aguarda una poesía comprometida con los valores cívicos y con la relación, íntima y experiencial, entre el ser humano y la naturaleza. Muchos de los poemas que firma Domingo Iglesias están fechados en la década de los 60 durante su exilio; concretamente en Toulouse y Montberon. Murió en 1984 y sus cenizas fueron vertidas al río Bullaque, aquel campo de batallas por sus ruinas como así describe en un soneto, en el que le aflige ese sentimiento de desdicha al saber que hay cosas que ya nunca más se vuelven a repetir con la misma intensidad que la primera vez que se vivieron.
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