La biblioteca ideal es aquella en la que un lector no solo puede encontrar cualquier cosa que ande buscando sino en la que cada nuevo elemento tiene un lugar asignado. De hecho, la ubicación dice mucho sobre un libro. Es por eso que toda biblioteca tiene, de forma inevitable, una ideología, implícita en la lógica organizativa que te dice qué se combina y qué no, en un sistema de organización que se basa en principios de similitud y de diferencia.
¿Cómo decidir, entonces, en qué estantería colocar una fragancia en una biblioteca de olores? ¿Según su origen, por ejemplo? No parece adecuado, ya que a menudo un mismo olor aparece en todo tipo de lugares. El mismo químico maloliente se puede encontrar en el queso, en la gasolina, en las uvas o en los pies. ¿Según su tipo? El problema en este caso es definir esos tipos y sus límites. ¿Y por estructura química o grupo? El problema aquí sería que los productos químicos del mismo grupo estructural pueden tener olores radicalmente diferentes. Además, ninguno de estos sistemas es de mucha ayuda cuando se tiene un olor desconocido, cuyo origen se ignora o que se necesita identificar.
Un intento temprano y fallido de clasificar los olores fue el sistema Crocker-Henderson, que identificaba todos los olores del mundo con un código numérico de cuatro dígitos. El olor de una rosa, por ejemplo, era el 6423, y el del café recién tostado el 7683.
Ernest Crocker y Lloyd Henderson comenzaron a desarrollar su sistema en 1917, durante la Primera Guerra Mundial. Los jóvenes químicos, que trabajaban para la división de guerra química del ejército de Estados Unidos, pasaban sus días de trabajo inventando gases malolientes destinados a confundir al enemigo. El hedor de sus productos químicos era indeleble: se adhería a su cabello, a su piel y a su ropa, por lo que, por la noche, dormían al aire libre, tumbados bajo las estrellas, trazando un esquema para elaborar una taxonomía de olores. Su sistema se hizo público por primera vez en la década de 1920, cuando ambos trabajaban en Arthur D. Little Company, en Cambridge, una firma pionera de investigación y consultoría.
El sistema Crocker-Henderson se basa en la siguiente proposición: al igual que hay tres colores primarios, también existen cuatro olores primarios. Y así como cada color que percibimos en el mundo es un efecto interpretativo, producido por longitudes de onda de luz que estimulan diferencialmente los tres tipos diferentes de receptores cromáticos en nuestras retinas, cada olor real en el mundo es una mezcla de los olores primarios, una mezcla que activa los receptores nerviosos susceptibles a ellos.
Esos olores primarios se mezclan en diferentes intensidades. Crocker y Henderson detectaron ocho gradaciones de intensidad para cada uno de los olores primarios. Cada uno de esos olores primarios se experimenta de manera diferente dependiendo de su intensidad, de la misma manera que el color rojo puede depender de su saturación. Esa matriz de cuatro olores primarios y ocho niveles de intensidad les permitió codificar los olores según un sistema numérico. Crocker y Henderson analizarían cada inhalación, separándola mentalmente en sus cuatro componentes principales y luego juzgarían la intensidad de cada componente en una escala de cero a ocho. En esa escala 111 correspondería a la falta de olor, una especie de ruido blanco de los olores, mientras que 8888 sería un trueno de olor, potente en todos los sentidos.
Crocker a veces telefoneaba a Henderson y le decía códigos de cuatro números y este tenía que adivinar de qué olor se trataba. La mayor parte de las veces, según Crocker, Henderson tendría razón. Sin embargo, para ser validado el sistema tenía que trascender el uso privado y ser utilizado de forma pública. Crocker y Henderson compilaron un catálogo de más de 500 olores por número, pero, como referencia, tenía poca utilidad para aquellos que no estaban familiarizados con el sistema. En teoría, o al menos eso era lo que pretendían Crocker y Henderson, el sistema estaba pensado para que cualquiera pudiera aprenderlo y aplicarlo.
El sistema de clasificación de olores Crocker-Henderson no llegó a cuajar. Uno de los grandes problema fue que decidir la importancia de cada olor primario en cualquier olor resultó ser un proceso muy subjetivo. En 1949, los psicólogos Sherman Ross y AE Harriman publicaron los resultados de un estudio de 30 estudiantes universitarios que demostraban las dificultades para replicar los resultados de Crocker y Henderson. Fue por eso que este sistema nunca fue adoptado por otros investigadores.
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