Nacido en Württemberg, Alemania, en 1736, el escultor austríaco Franz Xaver Messerschmidt es conocido sobre todo por su serie de bustos de muecas, que han conmocionado y desconcertado a los críticos de arte desde entonces. Messerschmidt sigue siendo, de hecho, una de las figuras más misteriosas e intrigantes de la historia del arte. Rompió el modelo tradicional de retrato escultórico del siglo XVIII, no con su técnica o sus materiales, sino con el tema. En una época en la que a los ricos y poderosos les gustaba ser retratados en bustos serios, Messerschmidt se centró en capturar la expresión humana de una manera mucho más avanzada que la de muchos otros artistas de su tiempo.
El artista tuvo unos comienzos en el mundo del arte bastante normales. Se graduó en 1755 en la Academia de Bellas Artes de Viena, después de haberse formado con su tío, el famoso escultor Johann Baptist Straub. Sin embargo, alguien con el genio y la personalidad peculiar como las de Franz Xaver, siempre habría hecho enemigos en cualquier lugar donde mostrara sus excepcionales dotes, y hay relatos de intrigas sobre su persona en la Academia Vienesa, que es lo que algunos críticos identifican como el punto de inflexión hacia la degradación del yo interior de Messerschmidt. Tenía tanto talento que se convirtió en el escultor más admirado de Viena, recibiendo elogios de toda la élite social de la ciudad, incluso de la propia emperatriz, María Teresa, que le encargó varias piezas.
En 1765 viajó a Roma para estudiar las obras de los viejos maestros y regresó a Viena a principios de la década de 1770. Se había vuelto muy solicitado por los notables de la época, recibiendo el encargo de crear bustos para médicos, pensadores e incluso críticos de arte. De hecho, fue el busto del crítico de arte Franz von Scheyb el que pudo haber inspirado su famosa serie de cabezas. Messerschmidt retrató a Scheyb sin peluca ni accesorios, lo que se consideraba una grave falta de etiqueta.
En 1769, fue nombrado profesor suplente de escultura del pintor de la corte Martin van Meytens. Quería convertirse en su sucesor, pero a partir de la década de 1770, su frágil equilibrio emocional comenzó a tambalearse. El rumor de su incapacidad mental hizo la este genio inconformista comenzara a ser excluido y perdiera encargos. Con la idea de que había un complot contra él, decidió vender su casa de Viena y recluirse, primero, en la soledad del desierto, y después, con su hermano en Pressburg, en Bratislava, donde vivió el resto de su vida completando sus cabezas hasta su muerte en 1783.
Hay una serie de teorías que tratan de explicar por qué Franz Xaver se embarcó en el proyecto de las cabezas de los personajes, ya que eran completamente diferentes, en todos los sentidos, a todo lo que había hecho antes y, en realidad, a todo lo que se había hecho hasta entonces. La opinión más extendida parece ser la enfermedad mental. Franz Xaver siempre había sido psicológicamente inestable por naturaleza, y esto fue empeorando con el paso de los años. Su obra se podría interpretar como una necesidad del artista por dar rienda suelta a todo aquello que había en su interior. Otra teoría defiende que no podemos simplemente acusar a un genio de estar loco, cuando lo que está haciendo en realidad es un avance importante en cuanto a la representación de las pasiones de la mente. Su obra se puede plantear como una búsqueda personal para identificar las muecas de la naturaleza humana, 64, y representarlas en una serie de bustos hechos de alabastro o plomo.
La forma en que el artista nombró y numeró estas cabezas no es casual ni aleatoria. Los números de cada cabeza se asignan de forma que crean un extraño patrón numerológico que divide las cabezas en pares. Se cree que existen unas 52 cabezas, de las que solo se conocen 49. Se dice que en 1939, dos de sus cabezas fueron robadas por soldados nazis, que luego fueron compradas y exhibidas en un museo de Viena. Estas cabezas, llamadas simplemente #18 y #28, se vendieron en 2005 por 4,8 millones y 2,5 millones de dólares, respectivamente. La escultura #28, de hecho, se vendió al Louvre y, en su momento, batió el récord de un precio más alto pagado en una subasta por el trabajo de un escultor del siglo XVIII. La pregunta es: si de 52 solo se conocen 49, ¿dónde están las tres que faltan?
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