A principios de la década de 1970, el ingeniero William Peterson propuso construir un gigantesco cañón de agua, de más de un kilómetro y medio de diámetro, impulsado por energía atómica en el desierto de Mojave. Una explosión atómica que según él podría ser equivalente a un millón de toneladas de TNT obligaría a un mecanismo de pistón a disparar agua de mar por la parte superior del cañón a una velocidad increíble.
Afirmó que esto no solo crearía lluvia para regar el desierto sino que también cambiaría la órbita de la Tierra, lo cual podría utilizarse en beneficio de la humanidad. Por una parte, según sus cálculos, cerca del diez por ciento del vapor de agua escaparía de la gravedad de la Tierra y empujaría la órbita del planeta de la misma manera que los chorros impulsan una nave espacial. Por otra, gran parte del agua quedaría en la atmósfera, lo que actuaría como un sistema de riego gigante, creando lluvia para regar el desierto de Mojave. Por tanto, una nueva órbita mejoraría el clima del mundo, aliviaría los problemas de contaminación y reviviría el Valle de la Muerte.
Aunque el plan de Peterson pueda parecer una locura, el ingeniero fue capaz de anticipar con varias décadas de antelación el enorme problema que tendría el planeta tanto como por la superpoblación como por el cambio climático. Convertir el planeta en una especie de nave espacial gigante, decía, tendría multitud de beneficios. Además de los mencionados, podríamos acercarnos a otros planetas y tener más espacio vital para los humanos y se podría fomentar un sentido de cooperación internacional al trabajar toda la Tierra en el mismo proyecto. Peterson decía que el cañón no tenía que usarse necesariamente para alterar la órbita terrestre. Una ráfaga de agua más pequeña sería suficiente para crear un generador de lluvia e incluso podría dirigirse de tal manera que sofocara incendios forestales. A la larga, también podríamos volar hacia otro sol cuando el nuestro se apague, lo que podría ocurrir en unos 5 mil millones de años.
Peterson se dedicó durante años a tratar de encontrar alguna agencia o administración que apoyara su idea. Lo presentó ante el presidente Nixon, ante la NASA, al Departamento de Comercio de Estados Unidos o a la Comisión de Energía Atómica. Evidentemente, todas las puertas a las que trató de llamar se mantuvieron cerradas. La NASA rechazó el proyecto porque sus implicaciones políticas y ecológicas estaban más allá del alcance de la agencia. También hubo grupos ecologistas que se pronunciaron diciendo que, como monumento nacional, el Valle de la Muerte debía permanecer tal y como es.
La experiencia ha demostrado que la atmósfera es un medio muy elástico y, por lo tanto, en lugar de salir volando por el espacio como un cohete impulsado por gases, absorbe la energía y el impulso de una explosión nuclear y, finalmente, los devuelve a la Tierra, de modo que no tiene lugar ningún movimiento real. Peterson afirmaba, empeñado en la viabilidad, que sería imposible sacar esta conclusión ya que nadie nunca se había planteado un mecanismo como el que él sugería.
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