Durante el siglo XIX, las mujeres siempre iban acompañadas de hombres cada vez que se atrevían a enfrentarse al aterrador mundo exterior. Por eso, las posibilidades de que una o varias mujeres entraran solas en un restaurante, sin compañía de un hombre, eran más bien escasas. Solo las mujeres de mala reputación, entre ellas las prostitutas, se atrevían a cenar solas, sin miedo al qué dirían. Sin embargo, las damas respetables, cuando hacían actividades propias de mujeres de la época, como ir de compras o asistir a la iglesia, también podían ocasionalmente sentir la necesidad de comer. Para evitar confundir a estas últimas con las anteriores se crearon en Estados Unidos comedores solo para mujeres en restaurantes y hoteles.

En un primer momento este nuevo concepto sorprendió y desagradó a algunos hombres. En un artículo del Baltimore Sun se predijo que estos comedores eran solo el comienzo de «incursiones contra el decoro». A pesar de las críticas, los restaurantes para mujeres fueron todo un éxito y se fueron extendiendo rápidamente por las principales ciudades del país, generalmente como habitaciones pequeñas con entrada independiente en el piso superior de un comedor principal. De hecho, no tardaron en publicarse guías para enumerarlos.

Pero a menudo no solo eran salas separadas del comedor principal, sino que podían considerarse como restaurantes completamente diferentes, con sus propios menús adaptados a lo que pensaban que les gustaba comer a las mujeres. Los platos principales eran más pequeños y ligeros, como sándwiches y ensaladas básicas. En el apartado de los postres, había toda clase de delicias, e incluso se comenzaron a abrir salones solo para el consumo de helados. Lo que por supuesto no se servía, tanto en los restaurantes como en las heladerías, era alcohol.

Este tipo de espacios perduraron hasta la década de los veinte, momento en el que la sociedad comenzó a experimentar cambios drásticos. Las mujeres, por ejemplo, obtuvieron el derecho al voto y cada vez era más frecuente que se emanciparan, sin depender de hombres, o que trabajaran fuera de casa. A finales de esta década no era extraño ve a mujeres en los restaurantes ordinarios, mezclados con hombres. Solo unos pocos restaurantes mantuvieron la tradición de aceptar solo a mujeres y de ofrecer un menú enfocado a ellas, algo que sobrevivió al menos hasta los años ochenta.

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