El pasado lunes 10 de abril fallecía Fernando Sánchez Dragó en su pueblo natal, Castilfrío de la Sierra, a los 86 años. Una noticia que ha pillado por sorpresa a sus lectores y, particularmente, a la opinión pública y a varios sectores de la política española. Minutos antes de su óbito a causa de un infarto publicaba en su cuenta de twitter una foto con su gato Nano posando sobre su escritorio; y así le ha tocado marcharse, tan de sopetón y sin despedirse.  

Admito que su obra nunca ha despertado mi interés, pues él mismo reconocía ser un escritor autobiográfico, y eso, en el basto universo de la egolatría, me resulta repulsivo: no hablo de la obra dragoniana sino el imperante afán de muchos escritores a la hora de escribir única y exclusivamente sobre sí mismos. Esto es algo que Sánchez Dragó hizo hasta las trancas. Pero detrás de todo ello está el Dragó humano, hombre, amigo, amante y padre. Una vida tan polifacética como la que tuvo el escritor soriano es digna —y posiciones ideológicas aparte— de reconocer.  

Ha sido uno de los escritores españoles de los últimos tiempos más tendentes a la polaridad: podía defender una tesis con todo rigor y, según el caso, defender lo contrario. Incluso plantear una disertación y contradecirse él mismo. Pero si algo caracterizó a Dragó es que no le interesaron las ideologías, sino las ideas. Y lo cierto es que tuvo, desde luego, ideas provocativas y provocadoras. Es de sobra conocido que durante su juventud militó en el Partido Comunista de España marcando siempre sus desavenencias con corrientes estadistas. Esto le llevó a pasar 7 años en la cárcel bajo el régimen franquista. Hasta el ecuador de su vida, se definió como un euroescéptico, y cuando España se integró en la Unión Europea en 1986 fue de aquellos escritores que recriminaron al gobierno de Felipe González su adhesión a Europa; hecho con el que se autodefinió como un apátrida y así lo hizo público en varias entrevistas. En una de ellas, con Jesús Quintero, afirmó que lamentaba ser español. Era algo comprensible que afirmase tal cosa puesto que su padre acabó fusilado por el bando nacional; y esto le marcó para él y para la familia unas ciertas cicatrices a la hora de concebir la historia de España. Un giro, sin embargo, nada coincidente al vincularse a la formación política de Vox mostrando sus sentimientos patrióticos. No obstante, la política nunca le interesó gran cosa; pero se trataba de un disimulo porque en su columna de la La Gaceta siempre, o la mayoría de las veces, se explayaba sobre esa miasma en la que se ha convertido la política de nuestros días.  

Sin duda, fue un rara avis. Destacó por ser un escritor mediático más que de éxito, y ciertamente lo tuvo. Su obra más trascendente ha sido y será Gárgoris y Habidis que le valió el Premio Nacional de Ensayo. Consiguió destacados premios como el Planeta por su novela La prueba del laberinto y la cual me gustó mucho su prosa y su estilo subversivo con el que, nada menos, el ego de Sánchez Dragó se aventuraba a escribir la biografía de Jesús de Galilea. También le fue otorgado el Premio Nacional de Fomento de la Lectura por ese maravilloso programa Negro sobre blanco donde las voces de los escritores y los libros de los que en él se hablaban resultaban un deleite. Fue un periodista que supo hacer extraordinariamente el arte de la comunicación y que afiló las cuerdas del panorama cultural y literario, cuando en aquellos años de ética periodísticas el chismorreo y la chabacanería no habían mermado la calidad de las televisiones. Siempre destacó su espíritu hippy y libertario con ideas transgresoras, que, en cuantiosas ocasiones, le acarrearon ganarse varios enemigos dispuestos a andar a la greña. El sambenito que ha tenido durante su vida fue aquella experiencia, entre tintes de realidad y ficción, de practicar sexo con unas adolescentes asiáticas en un viaje a Filipinas. Pero, en cualquier caso, este capítulo anecdótico no quita valor a la literatura de Sánchez Dragó porque fue uno de los pocos escritores, junto a Umbral, Cela y Antonio Gala, que se atrevió a romper los convencionalismos sociales de su época.   

Adelantado a su tiempo, impartió clases en universidades de Senegal, Italia, Japón, Kenia, Estados Unidos, Marruecos y España como profesor de lengua y literatura. Viajó por muchísimos países interesándose siempre por la cultura oriental y el misticismo. Lo que ha llevado a Dragó a ser uno de esos escritores a veces incomprendido, en tanto que su obra no ha estado a la tendencia de un mercado editorial; y digo incomprendido porque la mayoría de la sociedad española, tan dicharachera para la carnaza y el morbo, ha considerado a Sánchez Dragó como un anciano senil, gozoso, fanfarrón y otros calificativos sin la menor cábala de entender sus convicciones; aunque Dragó nunca tuvo del todo esa coherencia entre lo que decía, pensaba y sentía. Pero, al igual que los tres escritores antes señalados, a Dragó jamás le importó las opiniones de la gente y las calumnias sociales.  

Si algo hay de admirable en él es que fue un brillante escritor que dijo las cosas tal y como las pensaba, sin pelos en la lengua. Rompió toda su vida con la corrección política, con el puritanismo moral y con la bazofia cultural de un país muy dado a la envidia y a la estigmatización, más que a la comprensión del prójimo. Y vivió en consonancia consigo mismo en esa búsqueda no sólo del placer, sino de la libertad de disfrutar de todo aquello que hacía. Por eso creo que la vida que tuvo Sánchez Dragó le valió la pena.  

Comentarios

comentarios