Honestamente, cuanto más aprendo sobre el mundo de la publicidad, más me alerto con el ingenio y astucia de mis compañeros los saca-pasta. (Dijo ella desde la hipocresía, puesto que era publicista).
Hoy he descubierto una sección en Instagram donde se almacenan las categorías de los anuncios que se consideran afines a mi perfil. Un listado infinito con temáticas que ni reconozco.
Y no es que me resulte innovador; se sabe que las tecnologías prevén las tendencias como nadie cuantos más datos recopilan, cuanto más tiempo invertimos en ellas. Y tampoco es que sea ilícito; no aún, y no dentro del marco teórico donde nada importa; y todo es una pieza más de cosas que se suceden. Y no es que lo conciba como omnipotente: soy la primera que defiende el determinismo, esto solo sería una causa poderosa, y lo único que nos alejaría de resto de control y conocimiento absoluto de la realidad es la ausencia de datos, el desorden infinitesimal que se acaba respirando como un suspiro de libertad.
Pero parece que me resulta trágico. Leer categorías que desconozco como afines es como hacer un ‘moodboard’ con las limitaciones de mi identidad, las direcciones inexorables de mi crecimiento. Y compiten contra el tiempo para abarcar aún más, más que las tendencias que intuyo que son más, más que las tendencias que marcan las tendencias que aún no son mías. Compiten con cifras, con probabilidades, compiten por convertirse en mí, dibujar mi potencial y darle de comer con el mejor postor. Una programática agresiva que corroe la libertad que nos queda, la humanidad, y que nadie parece querer detener.
Y es que es horrible, sobre todo si tienes una cabezonería como la mía en que piensas que partimos de que no existe la libertad; que, si acaso y definida de otro modo, es una porción de proactividad y participación en el mundo, que sale de tu naturaleza y aprendizaje; que es única y casi impermeable. Si es cierto que ese trozo de ti, ese potencial de tu identidad, es tuyo; al existir ahí fuera, ya no lo es; eres del medio que posee tu copia virtual. Porque podrá anticipar tu día de mañana, tu respuesta A, B y C; tu margen de aceptación o confrontación; y podrá alquilarse a cualquiera que lo pague. Podrán comprar tu mejor respuesta, porque habrá un algoritmo que la calcule. Todo, en su margen de actuación virtual, claro. Pero la realidad virtual está indexada a la ‘real’.
No sé. Me da la sensación que el futuro debería quedarse donde está, como debajo de una manta. Me entran ganas de buscarme a alguien que me aleje de él, como un guardaespaldas. Y que lo proteja a él; no a mí.
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