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En el ensayo «¿Por qué leer a los clásicos?», Italo Calvino describió su biblioteca ideal: «La mitad de ella consistiría en libros que hemos leído y que han significado algo para nosotros y la otra mitad serían libros que pretendemos leer y que suponemos que podrían significar algo. También deberíamos dejar un hueco para sorpresas y descubrimientos fortuitos». Basándose en esta descripción, muchos piensan que la biblioteca ideal debería dividirse en tres partes: los libros que se han leído, los que se quieren leer y los que se releerían una y otra vez.
Independientemente de cómo se organicen los libros, cualquier bibliófilo disfruta estando rodeado de ellos. El periodista y también bibliófilo Reid Byers, autor de The Private Library: The History of the Architecture and Furnishing of the Domestic Bookroom, ha acuñado un término para esto: Book-Warpt. Es un ingenioso juego de palabras intraducible que representa el éxtasis de un amante de los libros: estar literalmente envuelto por libros. Calvino probablemente estaría de acuerdo con la descripción que hace Byers de una biblioteca ideal: «Entrar en nuestra biblioteca debería ser como meterse en un jacuzzi, pasear por una tienda de magia o entrar en un gabinete de curiosidades, un club, un circo, nuestra cabina en un yate durante una travesía, la casa de un viejo amigo. Es un comienzo y un regreso al centro».
Ahora bien, ¿cuántos libros son necesarios para sentirse envuelto por ellos? Aunque muchos bibliófilos creen que una verdadera biblioteca comienza con al menos mil libros, Byers cree que quinientos ya aseguran que una habitación comience a sentirse como una biblioteca. Teniendo en cuenta que una librería normal del Ikea (Billy) tiene capacidad para unos 280 libros de bolsillo (o tal vez unos 210 libros de tapa dura), un par de librerías completas pueden representar ya una modesta biblioteca, aunque la verdadera magia comienza a partir de las cinco, de las diez o de las quince estanterías completas.
Claro que con librerías que llegan al techo y apilamiento doble, la magia que se experimenta es sencillamente atemporal, como de entrar en un mundo de ideas, donde un pensamiento lleva a otro, un libro a otro, y así sucesivamente. Por impresionante que pueda parecer una biblioteca así, palidece en comparación con la del profesor Richard Maksey, de la Universidad John Hopkins, que tenía más de 70.000 ejemplares, o la biblioteca de Gary Hoover, fundador de Bookstop y apasionado defensor de la lectura, que compró un edificio para albergar su colección de más de 60.000 libros. Aunque la biblioteca privada más impresionante tal vez sea la de Jay Scott Walker, fundador de Priceline. Llamada «Biblioteca Walker de la Historia de la Imaginación Humana», es más un museo que una biblioteca y contiene más de 25.000 libros y artefactos históricos.
En el ensayo «¿Cuántos libros se necesitan para hacer que un lugar se sienta como un hogar?», publicado por The New York Times, Julie Lasky se centra en el mayor atributo de una biblioteca doméstica: que provoque sensación de asombro. Dice Lasky: «Cuando los libros se exhiben en masa es cuando realmente hacen maravillas. Cubriendo las paredes de una habitación, apilados hasta el techo, nutren los sentidos, matan el aburrimiento y alivian la angustia». Una biblioteca así es un homenaje a las grandes verdades y a los temas explorados por grandes escritores y pensadores, un santuario para el conocimiento acumulado de la humanidad, un templo para la bibliofilia. No solo evoca asombro, sino también humildad, porque te encuentras rodeado del vasto registro de las historias de los logros y los fracasos, del coraje y los miedos, de la esperanza y la desesperación, de la compasión y la crueldad, de la resistencia y la capitulación, de la humanidad.
La biblioteca como depósito del conocimiento y como herramienta de investigación fue explorada por el ensayista Nassim Taleb en su libro El cisne negro. Taleb cita a otro gran escritor y erudito, Umberto Eco, que, al igual que Calvino, era un apasionado de los libros. Propietario de una biblioteca personal de más de 30.000 libros, los que la visitan se dividen en dos categorías: los que reaccionan con un «¡Guau! ¿Cuántos de estos libros has leído?» y los otros, una minoría, los que entienden que una biblioteca privada no es un apéndice para estimular el ego sino una herramienta de investigación. Para describirla Umberto Eco inventó el concepto de antibiblioteca, refiriéndose a su colección de libros no leídos.
Naturalmente, la antibiblioteca da lugar a su administrador, el antiacadémico. Según Taleb, el antierudito es «alguien que se enfoca en los libros no leídos y trata de no entender su conocimiento como un tesoro o una posesión o como una forma de mejorar la autoestima». Quizá el mayor antierudito fue Sócrates, que dijo aquello de «cuanto más aprendo, más me doy cuenta de lo mucho que no sé».
Menos de mil no es biblioteca. A partir de 3000 hablamos.