El pacto de Paco Sordo.

Fundada a principios del siglo XX, Bruguera ha tenido un papel fundamental en la historia del cómic español, con un legado que ha dejado una huella indeleble en la cultura popular y en la educación sentimental de varias generaciones. En sus más de siete décadas de existencia, la editorial tuvo una historia compleja, llena de luces y sombras, documentada en diferentes ensayos, como en Los tebeos de nuestra infancia de Antoni Guiral o en Auge y caída de una historieta de Pablo Vicente.

Uno de sus episodios más interesantes tuvo lugar a finales de la década de los cincuenta, cuando algunos de los mejores dibujantes de la editorial (Escobar, Peñarroya, Conti, Cifré y Giner), sintiéndose explotados y deseando controlar los derechos de sus personajes y sus historias, decidieron marcharse para fundar su propia revista, Tio Vivo. La historia está ficcionada de forma insuperable por Paco Roca en su novela El invierno del dibujante. Para cubrir el hueco generado por esta fuga de cerebros, la editorial tuvo que echar mano de sangre nueva, entre ellos un jovencísimo Francisco Ibáñez. Entre los que se quedaron, Manuel Vázquez, que ya era una autoridad en la casa y que a partir de ese momento va a alcanzar más protagonismo si cabe.

Este es el punto de partida de El pacto, de Paco Sordo. Si Paco Roca elaboró una ficción verisímil sobre lo que podría haber pasado, Sordo pone en pie una delirante historia con tintes de thriller que roza el surrealismo. El protagonista es Miguel Gorriaga, un joven dibujante que trató de postularse en Bruguera como también lo hiciera Ibáñez y que no logró encajar en la editorial ya que sus creaciones, como El Pato Gitano y los Rayos Cósmicos, no encajaban con lo que se hacía y se pretendía vender en ese momento. Gorriaga tiene ese halo de artista fracasado, en este caso dibujante, tan interesante y que ha dado como resultado obras tan bien hechas como El infierno del dibujante de Kiko Da Silva.

Otra particularidad une al protagonista de Sordo con el de Da Silva: ambos se ven obligados a tapar su estilo original y a imitar a otros dibujantes si quieren aspirar a destacar. En el caso de Miguel Gorriaga, la única forma de meter cabeza en Bruguera es emular el estilo triunfante del momento: el de Vázquez. Un artista que aunque poseía un talento indiscutible también tenía una vida y un nivel de compromiso con su trabajo más que cuestionable. Basta ver la película dirigida por Óscar Aibar y protagonizada por Santiago Segura en el papel del dibujante, El gran Vázquez, para hacerse una idea de lo que significaba lidiar con Vázquez. Las ausencias del dibujante no resultaban extrañas y eso hace posible el alocado plan de Gorriaga para entrar en Bruguera. Ojo que en la siguiente frase hay un pequeño spoiler, nada que no esté en la contracubierta: Gorriaga decide secuestrar a Vázquez y obligarlo a dibujar historietas para él, para después entintarlas y presentarlas como propias.

El argumento, ya de por sí, es bastante atractivo, pero lo más cautivador de la historia es su puesta en escena. Ya desde la cubierta vemos cómo se ha cuidado cada detalle al milímetro. En la esquina superior derecha se ve el sello de «Grandes Novelas Gráficas» con una tipografía y un diseño que remite a colecciones de Bruguera como «Joyas Literarias Juveniles». Y es que el diseño de las páginas, con un máximo de cuatro viñetas, trata de recordar a los tebeos clásicos de Bruguera. Pero no es una simple recreación sin más sino que tiene un montaje mucho más elaborado, algo que se ha conseguido añadiéndole diferentes niveles de ficción para cada hilo narrativo, cada uno con un estilo de dibujo diferente.

En un primer nivel de ficción tendríamos la historia de Miguel Gorriaga. El estilo, con rasgos exagerados y caricaturescos, y colores bitonos, sí recuerdan a esa Bruguera más clásica. Hay que decir que en este nivel de ficción el retrato de Vázquez está muy logrado tanto a nivel físico como psicológico. En un nivel inferior está la ficción dentro de la ficción, donde vemos a personajes creados por los personajes, al inconmensurable Pato Gitano, que llega a interactuar con el nivel superior a través del delirio de la locura, y al Ángel Siseñor de Vázquez o, incluso, la portada de una cabecera, el almanaque para 1958 de Pulgarcito. Y en el nivel superior, a modo de marco, nos encontramos una suerte de falso documental, a la manera de entrevistas, dibujado con un estilo completamente distinto, más realista y a todo color. Aquí nos encontraremos con dibujantes y críticos que reflexionarán alrededor de la figura de Gorriaga, sin conocer evidentemente la realidad de los hechos, añadiendo capas de verosimilitud a la historia. Entre los personajes invitados figuran personalidades como Pablo Vicente, Carlos Areces, Ricardo Peregrina, Jaume Rovira y, no podía faltar, Francisco Ibáñez.

El pacto es un sentido homenaje a Bruguera, a sus autores y a Vázquez. Es por eso que está lleno de guiños, con situaciones muy de aquel entonces y personajes reales. En ese sentido resulta simpática, pero si además añadimos un compleja estructura de diferentes niveles de ficción y un estilo de dibujo que encaja como un guante en su argumento, es fácil entender por qué esta obra despertó en su momento el entusiasmo de lectores y de críticos por igual. En cuanto a su final, con un sorprendente giro de tuerca, solo queda decir que es muy Vázquez. Imposible encontrar una mejor forma de cerrar el círculo.

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