Homero estaría orgulloso. Y encantado. O, al menos, eso espero. La lectura de Odiseo Rey, de Rafael Marín y editado por Dolmen, es un tour-de-force satisfactorio, impresionante y monumental tras el que el lector queda exhausto, bendecido y reconciliado con la literatura.
Soy Odiseo, hijo de Laertes, rey de Ítaca. Por mis argucias he forzado un juramento y por honor he provocado una guerra que será recordada durante milenios. He conocido a Aquiles, y al gigante Áyax, y al aedo Evandros.
He impulsado una guerra y también le he puesto fin con una trampa encarnada en un caballo de madera.
He provocado tantas muertes que los dioses me castigan y no desean que vuelva a casa.
Pero los dioses no me importan, ni podrán detenerme. Me espera mi esposa Penélope.
No me harán perderme en ninguna trampa. Ella me aguarda.
No es la primera vez que la ambición literaria de Rafael Marín nos trae una obra tan importante. Lo hizo en la ciencia ficción, años atrás, en la querida época de Nueva Dimensión, con la publicación de Lágrimas de luz. Lo hizo años después en la novela negra, ya lo hizo de nuevo en la histórica con Don Juan, también publicada por Dolmen, y Elsinor, el drama shakespeariano, y lo hace ahora con la mismísima Ilíada y la Odisea. Nos narra las andanzas de este Odiseo, demostrando un profundo conocimiento de la inmortal obra de Homero, y sabiendo adaptarla al día de hoy. Ofrece una novela que es la vez la revisión de un clásico, una novela de aventuras, una novela fantástica, una novela histórica e incluso una adaptación para todo aquel al que se le atragante la obra original. Y lo hace sobre dos pilares fundamentales: un respeto soberbio a la obra original y un manejo del lenguaje y la narrativa que pocos escritores pueden soñar siquiera alcanzar.
Odiseo Rey es, ante todo, una novela introspectiva de aventuras. Quizás esto pueda parecer contradictorio, hasta que uno piensa en Moby Dick. Como la novela de Melville, Rafael Marín presenta una narración en primera persona de boca de su protagonista, y presenta, también, una novela de aventuras en que la guerra y el viaje son las absolutas protagonistas. Todo el imaginario colectivo en torno a Homero, incluso si nunca lo hemos leído, está presente: Troya asediada, el caballo, Aquiles y su afán de gloria, Ítaca a la espera de su rey, Polifemo muerto por Nadie, las sirenas… Todos los elementos están ahí, el autor juega con ellos, los narra desde diferentes prismas, otorga voz a los personajes que no la tenían (Penélope se vuelve un personaje clave, bien construido, vital para el desarrollo de Odiseo; su amigo, Aquiles, mucho más allá de un simple guerrero…), da una luz realista a situaciones fantásticas; da fantasía a la cruda realidad. En pocas palabras: devuelve a la vida a un clásico que, si bien nunca estuvo (ni estará) olvidado, necesita volver a visitarse cada poco tiempo (por ejemplo, en el cine) para que vigencia no decaiga. Y para que las nuevas generaciones sigan disfrutando su narración, aunque sea con lenguajes más modernos, aunque se prescinda del verso.
La lectura de Odiseo Rey es fresca incluso cuando se tiene muy presente el clásico. Me ha recordado la época en que, siendo niño, nos hicieron leer en el colegio Naves negras ante Troya, de Rosemary Sutcliff, y le perdí, por primera vez, el miedo a los clásicos. No pretendo que con esto se entienda que la obra de Marín sea una adaptación, ni que sea juvenil; pero sí que tiene algo de actualización de una lectura farragosa y complicada. Enfocada, quizás, al amante de la novela histórica de aventuras, Odiseo Rey se lo pone fácil a quien no se pueda enfrentar al original. Y lo hace con una elegancia superlativa, con un gusto por la buena escritura que raya en la poesía más narrativa. Una voz en primera persona poderosa, llena de vida. Aunque también, todo hay que decirlo, es una lectura densa, larga (setecientas páginas), en la que las descripciones del autor pasan por la evocación y el lirismo más que por la crudeza. No es grimdark adaptado a lo histórico; no es prosa de best seller (entienda cada cual lo que quiera). Es pura literatura.
Destacan algunas novedades que, si bien se pueden rastrear en el texto original, aquí se evidencian e incluso potencial. La importancia de Penélope, no solo como una suerte de Dulcinea que sirva más de anhelo del protagonista, sino como un personaje por derecho propio, que desarrolla una personalidad tridimensional, palpable. Las tribulaciones de Odiseo, un personaje al que vemos sometido a las dudas, al enfrentamiento entre deber y querer, lealtad y razón. La relación de amistad entre Aquiles y Odiseo, convirtiendo al guerrero en un personaje con alma propia, poniendo en valor la importancia de la amistad en territorios tan áridos como el mismísimo campo de batalla. Consideraciones históricas que nunca había pensado, como la importancia de la estrategia bélica en la narración de la guerra de Troya (la importancia del conocimiento del hierro frente a armas más rudas); en fin, unas cuestiones que trascienden, en mi opinión, la narración ya conocida y aportan su granito de arena al imaginario de esta magna narración.
Así bien, Odiseo Rey es una lectura llena de ritmo, de poesía y de aventuras. Uno no puede por menos que llevarse el mamotreto allá donde vaya (la edición de Dolmen es elegante, en tapa dura, con sobrecubierta, una ilustración maravillosa de Alejandro Colucci) y leer, leer como si le fuera la vida en ello. Una vez terminada la lectura uno se siente como si hubiera escalado una montaña, o como si hubiera pasado diez años interminables de retorno al hogar. «Desea que el camino sea largo«. Que ningún buen lector se pierda ninguna novela de Rafael Marín.
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