Nacida en la década de 1970, la escultora israelí Ronit Baranga creció en una era de cambios profundos, entre luchas económicas, transformaciones culturales e innovaciones tecnológicas. Tras licenciarse en letras y en psicología, decidió estudiar historia del arte en la Universidad de Tel-Aviv, unos estudios que la estimularon para reflexionar sobre la realidad que la rodeaba, analizando los complejas estructuras de la sociedad.

Su pasión por el arte de la cerámica la llevó a desarrollar un lenguaje muy personal y cautivador, combinando belleza y horror. Para ello creó un tipo único de arte figurativo, mezclando naturalezas muertas con órganos humanos que parecen cobrar vida, provocando movimiento y emoción. Sus obras se componen de situaciones y personajes que generan emociones encontradas en el espectador: el objetivo de su investigación es despertar inquietud a través de partes desmembradas del cuerpo humano colocadas sobre elementos y objetos inanimados. Los espectadores pueden sentir atracción o dulzura y al mismo tiempo una sensación de amenaza, pero en cualquier caso se verán obligados a reevaluar sus percepciones de los objetos cotidianos. Bajo su arte, la vajilla inanimada se metamorfosea en entidades activas, en piezas que son conscientes de su entorno y reaccionan a él.

Por ejemplo, su obra titulada Diosa Artemisa es una escultura figurativa de pie, meticulosamente pintada para que parezca arcilla húmeda, que alcanza los 160 cm de altura. Esta figura está entrelazada con cuerdas atadas a docenas de pequeños jarrones con la boca abierta, todos dispuestos dentro de un radio de 170 cm a su alrededor. En esta representación, la diosa se convierte en una figura materna que nutre y consume, obligando a los espectadores a contemplar la relación matizada entre la vida y la muerte. En su serie Tattooed Babies, presenta esculturas de recién nacidos dormidos adornados con tatuajes corporales. Estas impresionantes imágenes contrastan la inocencia con la influencia duradera de elementos externos. Los tatuajes sirven como metáforas conmovedoras de las percepciones, pensamientos y creencias que la sociedad nos imprime desde una edad temprana, haciéndose eco de la marca indeleble que nos dejaron nuestros propios padres.

Para conseguir ese contraste entre vida y objetos inanimados, cuya simbiosis causa asombro y aversión, Baranga utiliza como materia prima principal la arcilla. Como ella misma contó en una entrevista para la revista Whitelies: «En mi opinión, la arcilla es difícil de trabajar; sin embargo, una vez que la entiendes y la controlas, es un material asombroso. Me encanta toda; su apariencia, olor, textura y tacto, mientras se trabaja y cuando está seca. También me encanta su capacidad para sorprender y cambiar durante la creación, a veces de maneras que no esperaba».

El trabajo de Baranga se ha exhibido en museos y galerías de todo el mundo, así como en exposiciones individuales y colectivas en lugares tan dispares como Nueva York, Estambul, Taiwán, China, Alemania, Tel-Aviv y Australia. Sus esculturas e instalaciones provocan profundas reacciones emocionales y su exploración de las relaciones ofrece un poderoso comentario sobre la experiencia humana. Su arte atrae y perturba a partes iguales, sin permitir que el espectador permanezca indiferente.

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