Atlas Fallen es una tónica general últimamente en el videojuego. Hay una desigualdad cada vez más acusada entre las grandes obras maestras, los títulos que se lanzan y agitan el avispero de los jugadores (pese a que muchos, al año siguiente, ya han sido olvidados), y esos otros que parecen volar bajo el radar. Que pasan desapercibidos. Al menos, esto venía pasando. Este año me he encontrado con una tercera alternativa: aquellos que parecen ser sobresalientes por sus trailers, que generan grandes expectativas… y fracasan. Pero estos, al menos, fracasan a lo grande. Forspoken, Red Fall, Atlas Fallen. Prometían auparse al Olimpo de las obras imperecederas y acaban estrellados en el fondo.
Pero para todo hay un público.
Me viene pasando este año que aquellos grandes fracasos; esas estrellas rutilantes que la prensa y la comunidad defenestran el primer día de publicación de análisis, terminan por darme unas buenas horas de entretenimiento. Por eso ya no hago caso a las críticas y ya no me afano en lanzar mi opinión de un videojuego ni el día de su estreno, ni la semana (si me apuras). Porque hay que saber tomarse un tiempo, no porque la obra sea mejor cuanto más la reposas (la obra es la misma), sino porque tú no lo eres.
¿Qué me ha gustado en Atlas Fallen?
Simple: me ha entretenido.
La obra de Deck13 aporta un mundo RPG con una narrativa sosa, al estilo de los clásicos que hace veinte años eran interesantes; con un combate frenético, una exploración basada en el desplazamiento mágico y la sempiterna lucha entre el bien y el mal. No es muy estimulante, sobre el papel. Pero al ponerte a los mandos, la cosa mejora. El combate es el gran aliciente para enfrentarse a las algo más de diez horas que dura la historia principal (y que está aderezada con algunas secundarias que se basan en la exploración y los recados, mayoritariamente): un combate ágil, ecléctico, lleno de energía. Golpearemos con armas mágicas, volaremos por los aires y deberemos romper las defensar mágicas de los enemigos, pieza a pieza, hasta convertirlos en restos en el desierto. Y combatir es, precisamente, lo que más haremos. La variedad de criaturas es aceptable: voladoras, subterráneas, defensivas, mágicas… Monstruos cuyos diseños artísticos siguen una coherencia estética, igual que los escenarios, y que resulta un referente a la fantasía clásica.
En Atlas Fallen tomamos el control de un Sin Nombre, la clase social más baja, esclavos a fin de cuentas, que adquiere el misterioso poder de un guantelete mágico que nos habla (igual que en Forspoken) y nos conmina a enfrentarnos al régimen establecido: el dios Thelos. Resulta que, como simple mortal, nos encontramos de lleno en una guerra de dioses. A medida que la historia avanza, se abrirán nuevos escenarios que explorar, donde los monstruos acechan, las pequeñas poblaciones nos ofrecerán algún que otro respiro, y los personajes nos pedirán ayuda. Todo encaminado a una lucha entre los de abajo y los de arriba; el bien contra el mal. Una historia clásica que bebe de la fantasía moderna, pues no puede evitar pensar en que la leyenda de los caballeros que se enfrentaron al mal armados de armas especiales recuerda mucho a la magna obra de Brandon Sanderson, El archivo de las tormentas. Todo recuerda un poco a Sanderson; el mismo tipo de mundo fantástico, la misma clase de personajes (la misma falta de grises en estos personajes); amén de una pizca de Dune, pues también en este mundo se extrae una sustancia que actúa como catalizador de los sentidos y sometimiento de los esclavos que la extraen y procesan.
En fin, que narrativamente hablando Atlas Fallen es una coctelera donde tienen cabida algunas obras ya clásicas, pero que no casan mal. Uno no se queda por su historia, ciertamente. Me he quedado por su exploración y su combate: su mezcla de plataformas, saltos, puzles en los que el cuerpo del personaje principal es la herramienta; saltar entre las ruinas de un enorme castillo en una carrera contrarreloj y llegar en el último segundo al destino. La recompensa en forma de armamento o nuevo poder. Una fórmula consabida, ya digo, pero que sigue funcionando y que me ha mantenido pegado al mando de la consola. No sé. Quizás sea la corta duración y lo cada vez más ocupado que me encuentro para poder dedicarle centenares de horas a una sola historia; o quizás lo sencillo pero adictivo de su combate. Quizás hace tiempo que llevo queriendo ver un videojuego basado en las novelas de Sanderson y esto sea lo más parecido hasta la fecha.
O quizás estoy harto de que me intenten vender la obra maestra del mes.
Este mes, si no juegas Baldur’s Gate III estás perdiendo el tiempo. Y sí, tengo ganas. Lo que no tengo, ahora mismo, es tiempo. Solo en crear a mi personaje emplearé el rato que tengo en lo que termino de trabajar, me doy una ducha y me siento mientras llega la hora de la cena. Sin embargo, en Atlas Fallen, ese rato da para un de misiones, una carrera contrarreloj y machacar a unos cuantos bichos. Sencillo, rápido. El cuerpo a veces necesita esto. Deck13 venían de un par de videojuegos que fueron interesantes, a su manera. Copiando la fórmula de Hidetaka Miyazaki y su famosa saga Souls, este equipo afincado en Alemania lanzó Lords of the Fallen, The Surge y The Surge 2 (muchos más interesantes estos últimos). Aunque su portfolio se compone de algunos otros títulos que no consiguieron, al menos a nivel global, una atención deslumbrante. Quiero señalar con esto que no hay un gran equipo lleno de recursos ilimitados detrás de este videojuego. Valga como excusa, o como se quiera.
Y claro que es imperfecto. Tiene muchísimos errores. Los subtítulos son un completo desastre: no se sincronizan, así que más te vale estar versado en la lengua de Shakespeare. Un error del juego me hizo atascarme y cargar una partida anterior, perdiendo la última media hora de progreso. No creo ni que el propio juego tenga la ambición real de ser una referente en el género y codearse con los grandes. Pero tiene una historia que contar, y la cuenta. Se desenvuelve bien con esta mezcla de acción, plataformas y rol. Divierte, engancha. No se hace pesado porque no da tiempo a que esto ocurra: si quieres ir al grano, apenas te durará una docena de horas. Y eso, si juegas en dificultad alta. Si te relajas, los combates serán exigentes pero sencillos. Las mecánicas son pocas, pero funcionan bien. En general, es poco más que un aprobado. Es un seis en una época difícil en que sentarse y sacar oro de un tema que apenas has tocado. Y oye, que bien sienta ese seis. A veces, mejor que un nueve. Por el camino Atlas Fallen te pide la atención justa, la habilidad justa y la concentración justa. Y a cambio te da un videojuego más que digno. No es tan interesante como The Surge, una obra más trabajada y mejor pensada, pero al menos es más original. Deja de copiar a Fromsoftware y decide embarcarse en la búsqueda de una voz propia. Quizás no sea con este con el que la encuentren, pero se ve que la buscan.
A veces solo le pido eso a un videojuego.
Pero entiendo que haya quien le pida más.
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