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Comprar un libro no es algo muy distinto a comprar, por ejemplo, un filete de pollo. Cuando lo haces, no esperas que el carnicero aparezca en tu casa en algún momento y te exija volver a pagarlo porque ya se acabó tu tiempo de uso. Es tuyo para siempre y eres libre de cocinarlo o de dejar que se estropee en la nevera y tirarlo. Gracias a la doctrina de la ley de derechos de autor de primera venta, con los libros ocurre lo mismo. Son tuyos para siempre de la misma forma en que lo es el filete de pollo. Siendo de tu pertenencia, puedes decidir leerlos, dejarlos en una estantería sin volver a tocarlos, prestárselos a un amigo o revenderlos en una librería de segunda mano. La ley de derechos de autor establece un equilibrio adecuado entre el derecho colectivo a acceder a la información y los derechos de creadores y autores de ser remunerados por su trabajo.
Parece lógico que las editoriales no puedan exigir más dinero por los libros que ya han sido comprados. Sin embargo, eso han hecho de alguna forma cuatro de las editoriales más grandes del mundo (Hachette, Penguin Random House, HarperCollins y Wiley), moviendo ficha para exigir pagos múltiples y recurrentes por los libros digitales en las bibliotecas, al igual que se hace por las películas, la música u otros tipos de software. En su demanda conjunta interpuesta contra Internet Archive la acusan de haber violado de forma masiva los derechos de autor debido a la forma en la que la plataforma presta sus libros. En lugar de alquilarlos a las editoriales, Internet Archive los escanea a partir de los libros en papel que posee, almacena los originales y presta cada escaneo a un solo usuario a la vez, una práctica bibliotecaria común conocida como Préstamo Digital Controlado.
La cuestión de la demanda gira en torno a la cuestión de si los libros electrónicos son libros, sujetos a las leyes existentes que rigen la venta de libros o si habría que redefinir el concepto de libro digital como un bien temporal, que se alquila, y que no se puede poseer, al igual que otros productos digitales como películas que solo se pueden transmitir por streaming o de software accesible solo por suscripción. El objetivo de las editoriales era que Internet Archive dejara de prestar libros digitales y lo han conseguido en parte, ya que ahora deben dejar de prestar aquellos libros para los que las editoriales ofrecen las licencias de sus propios libros digitales.
Eso es precisamente lo que hace que la demanda que esas editoriales han interpuesto contra Internet Archive sea tan peligrosa. En un mundo que cada vez depende más del acceso a los medios digitales y en una época de crecientes prohibiciones de libros y de ataques a las bibliotecas, escuelas públicas y universidades, no es seguro ni para la cultura ni para la democracia que la posesión final de libros que ya se han comprado quede en manos de editoriales. Si los ingresos de las editoriales por libros electrónicos están protegidos por las disposiciones vigentes de la ley de derechos de autor que protegen a los titulares de esos derechos, entonces, los lectores y las bibliotecas también deberían estar protegidos. Internet Archive, y todas las bibliotecas, deberían tener las mismas protecciones bajo la doctrina de primera venta que siempre les ha permitido preservar y prestar libros a los lectores.
Lo paradigmático es que conseguir un contrato con una de esas editoriales es algo tan raro y tan apreciado que los escritores no tienen más remedio que aceptar unas condiciones que no suelen ser para tirar cohetes ni mucho menos. De hecho, Publisher Weekly lanzó un informe en el que se demostraba que los autores independientes que se autopublican ganan de media más que los autores publicados por editoriales tradicionales. Ahora bien, de cara a la galería esas editoriales enarbolan la bandera de los derechos de autor. Eso explica que más de mil escritores firmaran una carta abierta en apoyo de Internet Archive y de los derechos de propiedad digital de las bibliotecas.
No hay que perder de vista que esas editoriales funcionan más como empresas que como benefactores culturales. Lo que ocurre es que en el mundo en que vivimos ya hemos asumido que las ganancias económicas siempre deben tener prioridad sobre otros objetivos y valores. En ese sentido, poco importa que Internet Archive facilite el acceso a los libros a los usuarios que viven lejos de las bibliotecas físicas, o que apoye la investigación y el conocimiento al hacer que los libros sean ampliamente accesibles, lo importante es que esos supuestos beneficios no pueden compensar el daño económico a las editoriales. Sin embargo, no hay que olvidar que en la cultura global que compartimos, que ha sido atesorada durante siglos, y que hoy en día está más interconectada que nunca gracias a Internet, los mayores benefactores y guardianes de ese bien son las bibliotecas ylas plataformas divulgativas sin ánimo de lucro como Wikipedia o Internet Archive.
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