En 1731, el Bey de Argel entregó al rey Federico I de Suecia un obsequio verdaderamente grandioso: dos leones de Berbería, tres hienas y un gato salvaje, todos ellos vivos, y un esclavo liberado encargado de cuidarlos. Uno de los leones, aún con vida, fue regalado a Jorge II, el entonces Elector de Sajonia y se mantuvo en una jaula cerca de Junibacken, cautivando a los lugareños con su exótica presencia. Al fin y al cabo, eran los primeros en Escandinavia. Tras su muerte, se decidió que la majestuosa criatura debía ser preservada a través de la taxidermia.

Sin embargo, había un gran problema: el taxidermista y los encargados del museo nunca antes habían visto un león y no tenían idea de cómo se suponía que debía ser aquel animal. Así pues, la piel y los huesos fueron entregados a un equipo de taxidermistas que lo rellenaron y montaron recurriendo a obras de arte en las que aparecieran leones. Lo malo es que esas representaciones no hacían justicia a la realidad. Como consecuencia, el producto final estaba lejos de ser preciso, y la cara del animal fue, de hecho, la más afectada por las inexactitudes anatómicas, pareciendo más un león heráldico que uno real.

Con el paso de los siglos, el León del castillo de Gripsholm se ha convertido en una pieza de taxidermia muy conocida y que al mismo tiempo ha generado muchas burlas, llegando a convertirse en meme de internet a partir del año 2000. Su rostro, hilarantemente deformado, se ha convertido en un ejemplo icónico de la importancia de los materiales de referencia precisos en el mundo de la taxidermia.

Comentarios

comentarios