Buckland en 1833 (Fuente).

William Buckland fue un reputado geólogo y paleontólogo inglés en la primera mitad del siglo XIX. Entre sus méritos se encuentra el haber escrito la primera descripción del fósil de un dinosaurio, al que llamó Megalosaurus o ser pionero del uso de heces fosilizadas en la reconstrucción de ecosistemas, acuñando el término coprolito. Llegó a ser Decano de Westminster y su trabajo le valió reconocimientos como la Medalla Copley o la Medalla Wollaston. Sin embargo, Buckland también se hizo conocido por sus excentricidades, entre las que se encontraba la zoofagia. Concretamente, Buckland quería devorar un espécimen de todo el reino animal.

La idea de comer animales inusuales no era original ni mucho menos. En 1859 Richard Owen organizó una cena en la que se sirvieron toda clase de carnes exóticas. Buckland, de hecho, estuvo presente y le gustó tanto la idea que fundó la Sociedad de la Aclimatación, cuyo objetivo era buscar nuevas fuentes de alimentos. En 1862 esta sociedad emuló la cena de Owen en una comida donde se sirvieron, entre otras exquisiteces, babosas de mar o carne de canguro. Pero se cuenta que Buckland consiguió comer un manjar único, algo todavía más insólito.

Desde el siglo XIII, en Francia se solían sacar las entrañas, el corazón y otros órganos internos del cuerpo de los reyes y de las reinas muertos. Luego se embalsamaban y se colocaban en un ornamentado relicario, que a su vez se ponía sobre cojines, cubiertos de tafetán negro, situados en el regazo del confesor del rey. Después, al amparo de la oscuridad, una procesión fúnebre llevaba el corazón real a su último lugar de descanso, a menudo en un lugar separado del cuerpo, generalmente especificado por el monarca antes de morir.

Retrato del Rey Sol realizado en 1701 por Hyacinthe Rigaud (Fuente).

El corazón del rey Luis XIV, el Rey Sol, fue trasladado desde Versalles a la Iglesia de San Pablo y San Luis para que yaciera junto al corazón de su padre, el rey Luis XIII. Estaba guardado en un cofre decorado con ángeles de plata y bronce que sostenían un corazón plateado. Allí permaneció durante 77 años, tras la muerte de Luis XIV. Luego vino la Revolución y además de decapitar al rey y a su familia, los revolucionarios se deshicieron de los corazones de los antiguos reyes. El cofre de Luis XIV fue fundido por orden de la Casa de la Moneda, mientras que los corazones de ambos reyes fueron vendidos a Alexandre Pau, un pintor de paisajes. Había un tono particular llamado ‘Mummy Brown’ que fascinaba a los prerrafaelitas y que solo se podía obtener triturando materia orgánica, generalmente momias egipcias embalsamadas. Pau necesitaba materia prima para fabricar ese pigmento, y aquellos corazones reales parecían tan buenos como cualquier momia que pudiera conseguir.

Lo que pasó con el resto del corazón, una vez utilizado, forma parte de las conjeturas. Se cuenta que que Pau devolvió los restos a la corte real después de la Restauración de Luis XVII, pero también se dice que está en la iglesia de Val-de-Grâce, en París. La historia más intrigante, sin embargo, es que acabó en manos de los Harcourt, quienes lo exhibieron en el puerto, en una cena ofrecida por el arzobispo de York, Edward Venables-Vernon-Harcourt. Entre los invitados a la cena estaban William Harcourt, hermano del arzobispo y fundador de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, y el decano de Westminster, un tal William Buckland. Los restos del corazón, que ahora no eran más grandes que una nuez, se pasaron alrededor de la mesa para que los invitados los inspeccionaran. Cuando llegó a manos de William Buckland, proclamó así: «He comido muchas cosas extrañas, pero nunca antes había comido el corazón de un rey». Después de lo cual, se lo comió.

¿Cuánto hay de cierto en esta historia? Incluso aunque lo fuera, ¿qué garantías hay de que el objeto que circuló por la mesa era en realidad lo que quedaba del corazón de Luis XIV? Teniendo en cuenta lo que le gustaban a Buckland los manjares peculiares, no es extraño que hubiera reaccionado así cuando se le presentó tal bocado. Pero, por otra parte, conociendo también su gusto por las bromas, es posible también que se haya inventado la historia por completo.

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