Las personas a las que les faltaban extremidades o tenían algún tipo de deformación, como enanismo o alguna parte del cuerpo agrandada, eran las estrellas de ciertos espectáculos del siglo XIX y comienzos del XX. Si el monopié hubiera existido de verdad, probablemente hubiera sido uno de los reyes del escenario. Estos seres mitológicos tenían una sola pierna y un solo pie gigante para sostener el resto del cuerpo, de tamaño normal, algo que a menudo aprovechaban para tumbarse boca arriba protegiéndose con su enorme pie de las inclemencias del sol, como si fuera un paraguas natural.
La mención más antigua a estos seres proviene de Los pájaros de Aristófanes, representada en el 414 a.C. Otros escritores antiguos como Plinio el Viejo o Apolonio de Tyana sugirieron que estos seres vivían en la India o en Etiopía. Más adelante vuelve a aparecer, en 1086, en un mapa del Beato Burgo de Osma, y siglos más tarde, en 1493, en el mapa de la Crónica de Nuremberg, junto a muchas otras criaturas curiosas. También figura en la descripción del mundo de Sebastian Münster, Cosmographia, de 1544, también con otras criaturas extrañas. Una de sus apariciones más recientes es, saltando de un lado a otro, en La travesía del viajero del alba, de C.S. Lewis, de la serie Las crónicas de Narnia.
Una posible hipótesis para explicar la existencia del monopié es que no sea un ser completamente inventado sino que se base en una distorsión de relatos de viajeros que habían visto a los yoguis indios mantenerse sobre un mismo pie durante largos periodos de tiempo. De ser así, parece que a medida que el mito del monopié creían, también lo hacía su propio pie.
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