Acaba de estrenarse The Killer (El asesino), la nueva película de David Fincher, un cineasta que no necesita mayor presentación, cuyo trabajo ha sido revisado una y mil veces por todos los entendidos del cine. Yo dejaré el tema del apartado técnico para los que saben y me dedicaré a hablar de lo que me concierne, que es la historia que se cuenta. Eso sí, recomiendo que hayan visto la película primero porque pueda que haya spoilers aquí.
Diré sí, que esta película se suma a los trabajos que cruzan por mi mente cuando escucho el nombre de David Fincher, junto con the Fight Club, Zodiac y Seven. Si quieren rankings, hay un montón en internet, en mi opinión solo sirven para renegar porque usualmente no están en el mismo orden de nuestra preferencia. Lo importante aquí es hablar de la forma en que está contada la película y el perfil de su protagonista absoluto, el asesino, interpretado de manera soberbia por Michael Fassbender.
La película nos cuenta una premisa sencilla: Un asesino profesional comete un error y sufre una repercusión que desequilibra su vida íntima, por lo que decide cobrar venganza. Listo, eso es todo: un argumento que hemos visto y leído mil veces.
Pero el asunto aquí es cómo se cuenta esta historia, y es aquí donde realmente Fincher nos entrega un verdadero prodigio narrativo. Si están yendo al cine esperando ver a John Wick o a John McClane, si están esperando balaceras trepidantes y coreografías sicodélicas de artes marciales, pues se han equivocado de película.
The Killer no busca exhibir lo que un asesino puede hacer, sino lo que un asesino ES: Michael Fassbender interpreta a un tipo frío y metódico, muy profesional, entregado devotamente a su trabajo; un trabajo que es de naturaleza silenciosa, distante y solitaria. No es un sicópata, no es un insano enfermo mental, no es un desquiciado: el asesino es un hombre común y corriente que ha encontrado un oficio en el que es virtuoso, virtud que ha logrado en base a la construcción una serie de reglas muy estrictas, que repite en su mente una y otra vez como un mantra: “Concéntrate en tu objetivo, no improvises, no muestres empatía”.
Además del carácter gélido del personaje, otro aspecto que llama la atención es la manera en que ejecuta su trabajo. Este asesino no es un tipo lleno de costosos e inverosímiles artilugios tecnológicos que podemos ver en otras películas, no. Los recursos de este asesino, para horror de los espectadores, son cosas que cualquiera de nosotros podría conseguir en un mall, en una tienda de construcción, en internet. No puedo negar que mi mente empezó a colapsar cuando me di cuenta que si alguien quisiera hacer daño, tiene todo servido con una tarjeta de crédito y un clic, con entrega a un Airbnb. Puede buscarte en un auto alquilado, usar armas desechables. Y es aquí que viene el tercer punto que me parece la pincelada maestra de la narrativa en esta película: el asesino nunca permite que empatices con él.
Desde el inicio de la película el asesino te expone sus reglas y su visión del mundo (una visión cruda, cruel y desalentadora), y te marca el ritmo con el que la historia va a ser contada (con el magistral uso de las pulsaciones del smartwatch). Como lo hace Foster Wallace en su libro “El rey pálido”, este asesino hace una oda sobre la tolerancia al aburrimiento: “Si no sabes estar solo, si no resistes el aburrimiento, no estás hecho para esto”. Foster Wallace lo hace para hablarnos de quienes trabajan en una oficina de contabilidad. Fincher lo hacer para hablarnos de un tipo que arrebata vidas.
Completa la perfección de esta cinta el uso de la música como conductor narrativo, la música contando lo que este asesino no piensa decirnos. Y Fincher recurre a una música estupenda: la banda sonora compuesta por Trent Reznor, más algunas canciones de The Smiths insertadas con precisión de cirujano (como cuando suena How soon is now, mientras el asesino desde una ventana, escruta la calle a través de su mira telescópica), nos sumergen en la sique de este profesional de la muerte. Porque el asesino es un tipo reservado, y lo deja en claro desde la apertura de la cinta. Nos habla sobre su trabajo y queremos comprometernos con él, sentir empatía, pero el hilo conductor de la historia nos aleja de él a cada momento. Tras fallar en matar a su objetivo y recibir una vendetta por ello, entramos con él a su hogar, a su zona íntima, pero no podemos averiguar casi nada, no podemos hurgar ni en quienes lo rodean ni en su pasado. El asesino nos muestra fragmentos de su vida, pero nunca nos deja profundizar, nunca nos permite ahondar ni en su persona, ni en su vida, ni en sus afectos. El asesino nos aleja constantemente, porque lo que intenta sugerir es que nosotros también, en cualquier momento y sin saber por qué, podríamos ser sus potenciales víctimas. Es un profesional hasta cuando su vida personal se ve afectada. El asesino, buscando cumplir con su venganza, nos muestra muchos lugares, pero a la vez ninguno: las ciudades son planos cerrados: son calles, son estacionamientos, transportes urbanos y moteles. La cinta nos muestra que todas las ciudades son una misma cosa: un lugar de cacería lleno de accesos, cobertizos y puntos de fuga, que toda ciudad es un recurso para este profesional.
La historia, aunque simple, está dividida en capítulos, cada uno de ellos empieza desde cero y escala hasta el clímax y vuelta todo a empezar. Cada capítulo acelera de cero a cien, frenas, pasas al siguiente capítulo y repites la mecánica. Así obra un asesino: es paciente, metódico, secuenciado, acelera, para y debe saber recomponerse y volverse a enfocar. La estructura de la película nos permite sentir en carne propia lo que es hacer su trabajo y vaya que lo logra. Las breves escenas de violencia son tremendas, sobre todo la que ocurre a mitad de la película. La forma realista en que se muestra cómo se toma la vida de un ser humano, la manera en la que te hace entender que un asesino del mundo real no es un bailarín de artes marciales, ni un maestro de los fusiles y pistolas, sino un tipo común y corriente que no va a dejar que su vida se extinga y que hará lo necesario -lo brutalmente necesario- para ser quien prevalezca en una lucha. Nada de patadas estilizadas, nada de volteretas y malabares: la lucha por la vida en el mundo real es con uñas y dientes, y uno no puede dejar de agarrarse de la butaca al verla. La película concluye con un final que parece que ha desencajado a muchos, pero en lo que a mí concierne es un final perfecto. Si lo ven en Netflix, repítanlo una y otra vez, les prometo que llegará el momento en que dirán: “ah, ahora lo pillo”.
Porque la reflexión final que me dejó la película no es solo la entender a un asesino buscando venganza o la de explorar las profundides de su sique. La reflexión final es que existen personas (la película nos las muestra), que contratan a estos sujetos para que hagan lo que ellos por mano propia no pueden hacer; que tanto el asesino como quienes los contratan pueden ser tu vecina amable y cariñosa, esa con lentes y mirada tierna que te saluda todas las mañanas cuando te vas al trabajo; la persona detrás de ti en la cola del supermercado; el compañero del gimnasio, el empresario millonario al que uno idolatra en sus clases de finanzas y entonces es que la gran conclusión me sacude: el asesino es un tipo como cualquiera de nosotros, un tipo forjado por las reglas de esta nueva sociedad consumista. Un tipo individualista, solitario, reservado, distante, un devoto de su trabajo, un entero profesional. Si vemos su casa, su auto y su pasaporte lleno de sellos, seguramente sentiremos envidia, y claro, si lo encontramos en un café y le preguntamos por su trabajo nos dirá que brinda servicios por contrato y que trabaja para grandes clientes, no necesita explicarnos más. Entonces seguramente le preguntaremos por su clave del éxito, y este nos dirá: “Concéntrate en tu objetivo, no improvises, no muestres empatía por tus rivales” y sonreiremos creyendo que estamos frente a esa mentalidad de tiburón que tanto anhelamos tener para ser siempre los primeros, que para ser el número uno en este mundo hay que pensar como piensa un tipo que puede sin remordimiento alguno, clavarte una bala entre ojo y ojo, vaya ironía.
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