Al acabar la guerra civil española, como ocurre después de toda guerra, el panorama lírico pasa por una etapa de empobrecimiento. Me refiero a la poesía escrita dentro de España, porque en el exilio se fraguan joyas como A la pintura de Alberti en 1945, Todo más claro de Pedro Salinas en 1949, Clamor de Jorge Guillén entre 1957 y 1963, Desolación de la Quimera de Luis Cernuda en 1962, etc. En España encontramos en un primer momento, en torno a la revista Garcilaso, creada en mayo de 1943, el movimiento neogarcilasista, con autores comprometidos con el régimen franquista: José García de Nieto, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo. El neogarcilasismo es una poesía de tipo parnasianista, evasiva y frívola, que cierra los ojos a la cruda realidad del momento. Estos poetas proseguirán con una evolución hacia una poesía religiosa o intimista.
Enfrentada a la revista Garcilaso surge en 1944 la revista Espadaña, que muestran interés por rehumanizar la literatura y establecer un fuerte compromiso social, siguiendo los postulados de Jean-Paul Sartre y de Bertol Brecht –de todos modos, Sartre dijo en su famoso ensayo ¿Qué es la literatura? que el compromiso social no es posible en los poetas–. La poesía de Españada es truculenta y provocativa, de una violencia inusitada, como ocurre con Ángel fieramente humano de Blas de Otero, y que enlaza con la literatura tremendista, representada por La familia de Pascual Duarte de Cela. Entre los espadañistas hay nombres tan reconocidos como José Hierro, Gabriel Celaya, Rafael Morales, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, José María Valverde o Leopoldo de Luis. De este segundo grupo surgirá toda la poesía social de los años 50 y 60, representados por Pido la paz y la palabra de Blas de Otero del 55, y sistematizados por Lepoldo de Luis en el 65 en Antología de la poesía social, cuando este tipo de poesía comienza a entrar en crisis. Dos obras muy vinculadas a la poesía desarraigada de Espadaña y a los comienzos de la poesía social, y quizá los dos grandes momentos de la poesía de los años 40, son Hijos de la ira de Dámaso Alonso y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre.
Otros grupos poéticos de menor importancia surgen también poco después de la guerra. Así ocurre con el grupo cordobés agrupado en torno a la revista Cántico, publicada en 1947. Este grupo nace en oposición a las revistas Garcilaso y Espadaña, y busca la conexión con la generación del 27. Otro grupo, también secundario, es el postismo, que verá la luz con la revista Postismo, publicada en 1945 –su único número–, con Carlos Edmundo de Ory a la cabeza. Los postistas, poetas secundarios, quizá con la excepción de Ory, tratan de volver la mirada a las vanguardias y a la experimentación con el lenguaje, principalmente al surrealismo francés. Será el primer intento de algo que culminará finalmente con los poetas novísimos.
A mediados de siglo surge la famosa generación de los 50. Para muchos es la gran generación poética del siglo XX, incluso por encima del grupo poético del 27. Yo no diría tanto –a la generación del 27 se le ha llamado la edad de plata de la literatura española–, pero no cabe duda de la calidad poética que sobrevino con estos poetas del 50, y que supusieron uno de los grandes momentos literarios de la poesía española. Entre la nómina de miembros habría que nombrar a los catalanes Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo; y entre los madrileños a Ángel González, José Ángel Valente, José Manuel Caballero Bonald, Francisco Brines o Claudio Rodríguez. Sería imposible decir unas pocas palabras generales acerca de la generación del 50, porque es un grupo tan heterogéneo –tal vez el término generación no sea el correcto–, que cada uno de ellos representa una corriente diferente.
A partir de los años 60 se comienza a percibir un cambio en la narrativa comprometida con la causa social. El año 62 fue una fecha decisiva para este cambio. Por una parte se publicaba Tiempo de silencio de Martín Santos, y por otra parte la novela de Vargas Llosa La ciudad y los perros ganaba el prestigioso premio Biblioteca Breve de Seix Barral. En la novela de Martín Santos encontramos muchas de las técnicas narrativas que se habían experimentado en los escritores de la generación perdida norteamericana. Esta novela fue una especie de Ulises de Joice a la española. La ciudad y los perros de Vargas Llosa abre la vía a la narrativa hispanoamericana en España –ellos llevaban ya varias décadas con los experimentos narrativos y las influencias norteamericanas–. El empuje final llega en 1967 con la publicación de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. A partir de este momento, todos los autores que habían participado en el realismo social se pasan al terreno de la experimentación –Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela, Juan Goytisolo, etc.–.
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