La conquista del aire de Belén Gopegui

La conquista del aire de Belén Gopegui

   Existe un refrán inglés atribuido a Sir Winston Churchill que dice algo así como: «si a los veinte años no eres de izquierdas no tienes corazón; si a los cuarenta años no eres de derecha no tienes cabeza» Son conocidos los casos de intelectuales españoles que han cambiado de chaqueta política, militando en su juventud en la izquierda para pasar en madurez a la derecha, casos como el de Ramiro de Maeztu o la polémica y discutida evolución ideológica de Manuel Machado, y más modernamente el grupo de autores que aparecen en el libro Por qué dejé de ser de izquierdas, entre los que se encuentra, por su repercusión mediática y por lo radical de su actitud, Federico Jiménez Losantos. Esa evolución de pensamiento en el transcurrir de veinte años es perfectamente coherente, en cuanto que el ser humano va experimentando una progresiva carga de responsabilidades que le obligan a poner los pies en el suelo. Este proceso es precisamente, aún por encima de la amistad y de las dificultades por las que puede atravesar tangencialmente, el tema que Belén Gopegui describe con una exactitud milimétrica en La conquista del aire.

   Como he dicho, el argumento parece centrarse en el triangulo amistoso que conforman Carlos, Marta y Santiago. Los tres amigos permanecen en el mismo plano, hasta que Carlos altera la jerarquía quedando por debajo de Marta y de Santiago al pedirles cuatro millones de pesetas a cada uno para levantar de la ruina la pequeña empresa informática que ha fundado recientemente. Este acontecimiento supondrá una especie de reacción en cadena que pondrá en funcionamiento a todos los personajes de la novela ─y no sólo a los tres amigos─, condicionando sus relaciones en todos los niveles: parejas, amantes, amigos, compañeros de trabajo, conocidos. Las decisiones de todos, la de pedir dinero y la de prestarlo, se verán expuestas en la palestra pública, enjuiciadas bajo la mirada de quienes les rodean. Y serán estas decisiones las que jueguen un papel fundamental en la interacción entre los personajes, las causas últimas de la ruptura entre Carlos y Ainhoa o entre Marta y Guillermo.

   Aunque detrás del hecho de prestar y de recibir dinero se encuentra al motor central del libro: la conciencia de pertenecer a una determinada clase social y a una ideología o a otra, la conciencia de permanecer fiel a los principios o de haberlos traicionado. Para Santiago prestar cuatro millones supone perder todos sus ahorros, hipotecar su tranquilidad, quedarse con las manos vacías ante cualquier imprevisto. El acto de prestar el dinero es casi un movimiento reflejo, que corresponde al de Marta, no a la iniciativa propia. Lo que tortura a Santiago es que dejó el dinero a Carlos no porque quisiera, sino para quedar bien. La incomodidad de Marta es la contraria: es la impotencia de tenerlo todo, de pertenecer a una familia bien, y de no poder arriesgar como Santiago, de no poder sacrificarse a favor de la amistad. Pero el personaje que se encuentra en el vértice, en solitario, expuesto a las opiniones del resto de personajes, y con la responsabilidad de responder a todos y cada uno de ellos, de devolver el préstamo y de levantar Jard, es Carlos. Así describe Belén su soledad: «Desde la dichosa operación amigos, el tiempo se le había convertido en un examen, y pensar hacia delante significaba pensar en qué respuestas debería dar a las preguntas de Ainhoa, de Lucas, de Esteban, Rodrigo y Daniel, de los proveedores, de los talleres, de Santiago y de Marta. Le habían relegado a la soledad de ser el único responsable».

   De alguna manera Jard simboliza la amistad: su crisis obliga a Carlos a pedir el préstamo, a poner a sus amigos en una situación comprometida; su recuperación se celebra con una fiesta que reúne al grupo completo de amigos; su venta culmina con un enfriamiento de la amistad. Ese encuentro de amigos es una recuperación parcial del paraíso perdido, de los viejos tiempos en que los cuatro amigos se reunían para discutir de política, economía, sociedad o justicia. En esta reunión se plantea una de las claves fundamentales del libro: todos manifiestan pertenecer a una clase social medio-alta, todos admiten vivir de forma desahogada, plantearse el sistema social y criticarlo, y limpiar sus conciencias con una ideología de izquierdas. Y es que la juventud ha pasado, con todos sus sueños y fantasías, se han llenado de responsabilidades, se han convertido en ciudadanos de provecho, con un trabajo remunerado, un alquiler o una hipoteca, una familia y facturas que pagar. Ya no pueden permitirse el lujo de vivir de sueños, se han dado cuenta de que la realidad les impone un estilo de vida bien distinto al que ellos hubieran imaginado. Esa revolución con la que soñaron se ha convertido en una moto nueva, en un cargo fijo o en una buena boda: «Haz, señor, de la historia un viento favorable y más cercano»

   Y el trabajo es la manifestación más palpable de esa ruptura con los sueños, de esa pérdida de libertad. Precisamente para romper con esa falta de libertad, para conquistarla, es por lo que Carlos, el más idealista de los tres, decide abandonar su trabajo en la multinacional y fundar Jard. La pequeña empresa informática supone no tener jefes, ser completamente autónomo, trabajar por y para uno mismo, ser el responsable de lo que se produce, superar, en definitiva, la alienación. Es eso precisamente lo que Ainhoa piensa que Carlos quiere conseguir con Jard: «Él no buscaba en Jard, como decía, sólo un lugar de trabajo razonable; buscaba también una forma de quedar limpio, un sitio donde ser perfecto» Marta y Santiago, en cambio, no demuestran tener el mismo valor que Carlos. Marta se siente responsable de trabajar para un gobierno con el que no siempre está de acuerdo y Santiago se ve a sí mismo como un mercenario, incapaz de dedicarse a lo que realmente le apasiona. Lo que sienten por Carlos es admiración y envidia. Pero esa autonomía que Carlos parece haber conquistado con Jard es ilusoria: cuando más libre debiera estar es precisamente cuando más se ha atado, cuando tiene que responder al préstamo de sus amigos y a sus compañeros de Jard.

   Vender Jard se convierte para Carlos en algo más que perder esa autonomía o en algo más que la tranquilidad de tener un sueldo fijo, de trabajar para alguien y no tener que preocuparse más por el dinero. La venta de Jard deja expuestos a Esteban y a Rodrigo, que son los trabajadores que salen más perjudicados. La devolución del dinero se produce en unas circunstancias frías, a través de un sobre y un seco mensaje. El distanciamiento se debe a que Carlos considera que a Marta y a Santiago el dinero ya no les corre prisa, ya no lo necesitan de forma inmediata. Pero él se ve obligado a vender, para devolver la deuda, para descansar, para sentirse aliviado. Decide sacrificar su libertad, su dinero ─vendiendo sus acciones por cero─ y su sentido de lo justo ─exponiendo a Esteban y a Rodrigo al despido─. Carlos no aceptara este sacrificio sin sentir que su amistad con Santiago y Marta quedará resentida para siempre.

   Al margen de la historia lo más de La conquista del aire es el estilo de Belén Gopegui. Su prosa es de una densidad a ratos oscura, a ratos brillante. Su ampuloso estilo convierte la lectura casi en una lucha en la que más que una actitud activa es necesario la entrega total, y aún así deja un sabor a secreto no conquistado. El tono general del libro hace pensar que más que la lucha y la conquista de Carlos Maceda el título hace referencia a Belén Gopegui y a su búsqueda de párrafos cargados de una turbia significación. De una lectura atenta se desprende que tras cada palabra, tras ese estilo deliberadamente agotador, no hay mucho más que aire, el intento de conquistar una técnica que mezcla a partes iguales el monólogo interior de los personajes y la reflexión entrometida de un narrador poco natural. No es sólo que la misma historia pudiera haberse contado en la mitad de páginas, es también que pudiera haberse contado mejor.

   Este libro es una carta de póker

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