Parece mentira que por fin haya leído la recomendación que alguien me propusiera hace ya más de tres años (en este caso Meritxellgris en su bitácora). Como larga es la ignorancia, de David Lodge no sabía absolutamente nada hasta hace unos días. Parece mentira que de un novelista y crítico literario tan importante en el panorama de las letras inglesas lo único que conociera, y de oídas, es su novela El mundo es un pañuelo. No era tanto mi interés por David Lodge como el comentario de Merixellgris lo que me llevó a leer el libro. Ella hablaba de un encuentro casual durante la preparación de oposiciones con un libro que hacía «hilarantes descripciones de ese mundo ridículo de las zancadillas y los tejemanejes del mundo universitario» No soy de los que piensan que cada libro tiene su edad: leí La isla del tesoro con una edad considerable y me pareció un libro magnífico. De todos modos, sí es cierto que el libro de Lodge es preferible leerlo en edad universitaria, sobre todo por lo que tiene de crítica e ironía, una actitud con la que me identifico plenamente en mis años universitarios.
David Lodge describe un mundo cerrado, de profesores universitarios, más volcados en recorrer el mundo dando conferencias refritas basadas en ideas sobadas que dedicados a la verdadera investigación. El objetivo común es liberarse de la carga horaria universitaria a través de la edición de estudios subvencionados por becas, cada vez más generosas y sustanciosas, que permitan el ascenso a nuevos cargos y justifiquen las ausencias universitarias con dilatados permisos sabáticos. En este complejo cosmos cada profesor, cada estudioso, se posiciona, como si fuera un astro celeste, asumiendo un rol que va desde el éxito más arrollador hasta el fracaso más estrepitoso. El primer caso se materializa en la persona de Arthur Kingfisher, conocido como «el rey de los teóricos de la literatura» Frente a él Philip Swallow se dibuja como una parodia del estudioso fracasado por empeñarse en elegir un tema anacrónico, pasado de moda. Sin embargo, son precisamente los tejemanejes del mundo académico los que permiten que un desconocido Philip Swallow salte a primera línea de la crítica, utilizado casi como arma arrojadiza.
La zancadilla, latente y velada, sale a la luz cuando es conocida la panacea crítica, la existencia de una cuantiosa beca por parte de la UNESCO que permitirá a su benefactor mantener una vida bastante acomodada. A partir de ese momento se inicia una carrera en la que el juego sucio será la única salida para llegar primero a la meta. Con este fin, un prestigioso crítico literario, Ruyard Parkinson, usa el libro de Philip Swallow para atacar al profesor Morris Zapp ―amigo de Swallow―. Morris, a su vez, aprovecha el plagio del profesor von Turpitz para desprestigiarlo, a pesar de que él mismo admite el autoplagio usando la misma ponencia, ligeramente adaptada, en varios congresos ―«pretendo ofrecerla en toda Europa este verano» llega a decir―. Más adelante Morris no duda en menospreciar a Swallow tildándole de papanatas cuando ve amenazado su puesto en la beca de la UNESCO. Aunque el ser más amargadamente envidioso del libro es el profesor Robin Dempsey, solitario y oscuro, abocado a contarle sus penas a un programa de ordenador que simula inteligencia artificial: «[Phillip Swallow] es para mí como un compendio de las injusticias de la vida, en Rummidge consiguió la plaza de profesor que me hubiera correspondido a mí. Después obtuvo la cátedra allí por pura chiripa. Ahora está teniendo un gran éxito con ese patético libro suyo sobre Hazlitt». Los desencuentros no se circunscriben al mundo de la crítica, sino que alcanzan también a los escritores, como ocurre entre Ronald Frobisher y Ruyard Parkinson.
Este mundo académico no se circunscribe a la universidad sino más bien a todo el complejo entramado de conferencias y congresos que a lo largo del planeta conforman la línea de pensamiento teórico de la crítica literaria. Estos congresos pueden ser un fracaso, por escasez de medios y por falta de grandes estrellas de la profesión, o pueden ser un éxito, como el de la MLA, que congrega en Nueva York a miles de personas, a cualquier estudioso que se precie de ser alguien medianamente importante en el mundo de la crítica. Independientemente del grado del éxito, estos congresos sirven más para poner en movimiento las relaciones entre profesores y conferenciantes que para hacer avanzar y actualizar los estudios teóricos. Como describe Lodge con humor, el programa de conferencias es lo menos importante: «Tomemos una copa, cenemos juntos, desayunemos los dos. Es esta clase de contacto, desde luego, la verdadera raison d´être de un congreso, y no el programa de comunicaciones y conferencias que ostensiblemente ha congregado a los participantes, pero que la mayoría de estos juzgan intolerablemente aburrido». Ante semejante panorama Lodge despliega un humor cínico que no deja títere con cabeza.
En este contexto, o más bien a la par, puesto que las dos historias se desarrollan paralelas en lugar de servir de telón de fondo, el joven profesor universitario Persse McGarrigle se enamora de la bella y misteriosa Angélica, a la que perseguirá por el mundo entero, de congreso en congreso. He aquí el gran fallo de El mundo es el pañuelo: este enamorazido estudioso de la influencia de Shakespeare en T. S. Eliot, de una formación intelectual pobre como él mismo admite diciendo que nunca ha estado en el ajo, resulta ser un personajillo antipático con el que el lector difícilmente podrá identificarse. Por una parte es una especie de timorato religioso que pretende preservar su virginidad intacta hasta el matrimonio; por otra, no duda en sacrificar su fe y sus creencias en aras de una relación sexual con Angélica, como finalmente hace. Su doble moralidad y su inocencia rozan la impertinencia: «sus conocimientos acerca del acto sexual eran totalmente literarios y más bien vagos en lo referente a su mecánica». La construcción de este personaje, sin embargo, nada tiene de inocencia; antes responde al programa novelístico de un escritor que tiene mucho de crítico literario en una novela sobre crítica literaria.
El personaje de Persse McGarrigle responde perfectamente a la construcción maniqueísta de personajes de las novelas de caballerías ―como el Amadís de Gaula― y del ciclo artúrico, en el que los buenos son buenísimos y los malos malísimos. Persse simboliza las bondades del caballero andante sometido a un viaje iniciático, por lo demás evidente, cuyo eje central es la búsqueda de un objeto, entendido como actante ―el personaje de Angélica―. Angélica simboliza el Grial, y una vez que Persse la posee se cierra un ciclo, en el cual el sexo desempeña una función ritual: «Persse se sentía diez años mayor y también más sabio. Había comido savia dulce y bebido la leche del paraíso. Nada podría volver a ser lo mismo». Lodge manifiesta claramente este paralelismo comparando a los eruditos con caballeros andantes de la antigüedad, en busca de la aventura y de la gloria. Pero en ese mundo caballeresco las reglas se han invertido: el código de honor ha sido sustituido por el de la zancadilla y la puñalada. Lodge enfoca esta inversión desde la perspectiva del humor, que esta presente en casi todas las páginas del libro. Es el humor el origen de un personaje como Arthur Kingfisher, una referencia evidente al rey Arturo, pero cuya traducción literal sería la de «martín pescador».
La sangre de crítico que corre por las venas de Lodge le obliga a hacer referencia continua a las numerosas teorías literarias del momento. En varias ocasiones se menciona el estructuralismo, el formalismo ruso ―cuyo concepto de desautomatización se aplica a las relaciones de pareja y a la atracción sexual― y el deconstruccionismo de Jacques Derrida. Muchos de los críticos que aparecen en el libro representan a una escuela teórica concreta, como ocurre en la conferencia de la MLA titulada «La función de la crítica»: Philip Swallow representa la visión historicista y romántica, Michel Tardieu la estructuralista, Siegfried von Turpitz la teoría de la recepción y Fulvia Morgana la corriente materialista y marxista. Como consecuencia de tal batiburrillo de corrientes teóricas, Arthur Kingfisher llega a la conclusión, gracias a Persse, de que lo importante en el mundo de la crítica es la oposición y la controversia, en lugar de la verdad; no se pretende convencer con argumentos, porque si así fuera se acabaría el debate, que es algo que beneficia a la crítica.
Como novela El mundo es un pañuelo es menos perfecto que como crítica al mundo académico. Los encuentros casuales al estilo de la novela bizantina o ese final de inocente comedia shakesperiana son fallos que se perdonan a favor de ese fino sentido del humor, muy inglés por otra parte. Un proceso de desintoxicación del mundo universitario ideal para universitarios. En definitiva, una descripción certera, por lo que tiene de caricaturesco, más recomendada para profesores que para alumnos.
Me encanta Lodge, cierto que el libro como novela puede ser un poco fallida, pero es una caricatura estupenda del mundo académico.