Marina de Carlos Ruiz Zafón

Marina de Carlos Ruiz Zafón

    Marina, de Carlos Ruiz Zafón, suele ser un paso posterior a La sombra del viento, lo que convierte cualquier posible comentario en un compendio de comparaciones que convierten a Marina en una copia de su obra más conocida, olvidando el importante detalle de que Marina fue escrita un par de años antes y que en cualquier caso será La sombra del viento el libro poco original. Dejando a un lado este detalle, y como La sombra del viento no es un libro que haya leído ni de momento tenga intención de hacerlo, no correré el riesgo de caer en odiosas comparaciones y enjuiciaré Marina en sí misma, independientemente del resto de la producción de Zafón.

   Al cerrar el libro tras leer la última página de Marina queda en los labios en sabor a despedida, y es que como Zafón admite en el prólogo que hace a su propia obra, mientras la iba escribiendo tenía la certeza de que sería la última novela que escribiría dentro del género juvenil, después de haber logrado un aceptable éxito con El príncipe de la niebla, El palacio de la medianoche y Las luces de septiembre. Su siguiente novela, ya encuadrada dentro del género de adultos, es la que mayores triunfos y parabienes atraería sobre el escritor catalán. Marina, dentro de la evolución de su autor, tiene un carácter fronterizo que la sitúa en una tierra de nadie, en un territorio ambiguo de adolescencia y madurez. En ella hay tanto de viaje iniciático hacia la edad adulta cuanto hay de primer amor. Por lo demás, casi se podría intercambiar a los protagonistas por treinta o cuarentañeros y poco más cambiaría en la trama, salvo lo que ganaría en verosimilitud.

   La manera de narrar de Zafón es monótona, porque sigue unos esquemas que se van repitiendo hasta la saciedad: existe un misterio que se resuelve no con demasiada dificultad a través de una serie de entrevistas en la que uno de los participantes en ese misterio desvela con una exactitud matemática ─palabra a palabra en sus diálogos─ una parte de la verdad, una pieza más del puzzle que a tres o cuatro capítulos del final de la novela acaba encajando para mostrar una panorámica general que explota en el clímax del conflicto y que se resuelve en tres o cuatro páginas. Final de la novela. Que los protagonistas sean un par de adolescentes hacen menos verosímil ciertas confesiones, lo que pone de manifiesto que Zafón ya estaba escribiendo novelas para adultos sin haberse percatado él mismo de ese detalle, pero a través del artificio otorgó a la novela un barniz juvenil.

   Dos historias paralelas pero indivisibles tienden sus hilos a un mismo tiempo y quedan entrecruzadas para siempre: la de Óscar y Marina y la de Mijail Kolvenik y Eva Irinova. Existe una recurrencia de amores imposibles que conecta ambas relaciones; el tiempo cíclico permite que en cierto modo la historia de Kolvenik se repita en Óscar, aunque con desiguales resultados, porque la novela no consigue superar el maniqueísmo de buenos y malos de la novela decimonónica y el trasfondo perverso de Óscar, que se asoma levemente al final, queda reparado por una mueca de comprensión hacia Kolvenik. Sin embargo, el mismo ácido que destrozó el rostro de Eva y que la condenó a una miserable vida en las sombras es la misma enfermedad que devora lentamente a Marina, y posiblemente la misma enfermedad que devora a la Barcelona de la época, decadente, moribunda, como las mariposas, con una nueva vida latiendo dentro. Es una pena que en un libro que se llame Marina el personaje de Marina no se haya sabido desarrollar en todas sus posibilidades, simplemente porque el misterio y la acción ─que son al cabo los patrones que mandan en la ficción─ deslumbran cualquier posible descripción psicológica profunda.

   La referencia ineludible al hablar de Marina es el Frankestein de Mary Shelley; sobre todo porque no es conexión sutil o sugerente sino más bien al contrario: Zafón quiso que quedaran claras las relaciones entre ambas novelas introduciendo en su obra a una María Shelley, que curiosamente resulta ser la hija de Kolvenik, el nuevo Frankestein. La búsqueda es la misma: devolver a la vida, engañar a la muerte, descubrir el secreto de la inmortalidad. Las consecuencias también son idénticas: el horror del engendro y el fuego purificador. El ambiente, no podría ser de otra manera, se carga de una atmósfera gótica ─el de las mansiones grandes, lúgubres, abandonadas─ que conecta al Ingolstadt de principios del siglo XIX con la Barcelona de los años cuarenta y de finales de los setenta. Ese mismo Barcelona cuya muerte se anuncia tras el incendio del Gran Teatro Real. Un Barcelona que tiene mucho de literario, pero también mucho de real.

   Como novela para jóvenes ─y para adultos─, aún con los inconvenientes que he mencionado, es una obra que no funciona demasiado mal, porque hay que admitir que Zafón sabe manejar y dosificar el misterio. Eso sí, no hay que afrontar su lectura con demasiadas expectativas porque en ese caso podría defraudar ─sí, es mi caso─. Este libro es a un lector lo que un buen crucigrama a un aficionado a los crucrigramas. Pasatiempo sin pretensiones, con la ventaja de que se lee rápido y es entretenido. Mucho más no se puede decir del libro.

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