Como ya sabrán, el Ministerio de Educación pretende desterrar el cero de los boletines de notas de nuestros alumnos de la ESO. Esta medida ha levantado la polémica entre el profesorado porque su inutilidad se ha hecho a todas luces evidente. Eliminar el cero supone que todas sus connotaciones negativas pasen al uno, porque siempre habrá una calificación que designe a los peores. Las dos razones que se argumentan para defender esta medida son que alumno que asiste a clase a lo largo del curso no puede acabar el curso con un cero absoluto en conocimientos ―en la calificación final no se debe tener en cuenta únicamente la nota de los exámenes― y que esta nota tiene efectos negativos para su autoestima. Estas dos razones caen por su propio peso: también se obliga a poner un uno al alumno absentista total y en muchos casos los alumnos muestran indiferencia hacia sus notas. Más que evitar los efectos negativos en la psicología de los alumnos, maquillar los resultados finales pretende salvaguardar la psicología de los padres.
En el blog de Gatopardo he encontrado un texto de Antonio García Muñoz sobre este tema que me ha parecido muy acertado:
Quitar el cero de los boletines escolares supone perder un riquísimo espécimen del paisaje educativo, porque con el cero se elimina también al tonto de capirote, al negado, a nuestro entrañable zipi zape de las calabazas, al quinqui. El cero era el vacío donde se alojaban los que no daban un palo al agua, los que reventaban las clases, los que por no escribir no escribían ni su nombre en el examen o lo tatuaban con entretenidos gráficos, los que se emporraban en el recreo, los absentistas. Todas estas adorables criaturas han subido de escalafón y se han ido a juntar con los que ya tienen nota, un uno, que al menos contestaban algo e iban a clase, aunque fuera a pasar el rato. No sé muy bien qué es lo que ha movido a los legisladores a borrar ese cero patatero, tan instalado en nuestra tradición como la o del canuto, pero he oído que tiene motivaciones psicológicas, pues resulta humillante para el portador, una marca a fuego de su fracaso. Precisamente, a estos muchachos que fracasan -o que triunfan disfuncionalmente- les da igual un cero que ochenta y su humillación no procede del cero en sí sino de estar en un aula donde no quieren estar, así que el razonamiento psicológico no cuela. Parece que se trate más bien de ir rebajando el listón para que vayan entrando todos en el saco de aprobados, aun sin alcanzar el también simbólico cinco, que quitado el cero, ahora se convierte lógicamente en cuatro. Y cuando vean que el uno cobra todos los valores negativos del cero, no tardarán en ascender la cuenta a dos. Al fin y al cabo, qué más da un número que otro. De cierto, todo este arbitraje numérico pasará a la historia no bien los psicólogos descubran que esas calificaciones son discriminatorias pues atentan contra la igualdad. Ya nos quitaron el muy deficiente, que era poco menos que llamar subnormal al niño subnormal. En cuestión de años, nos las habremos con solo dos baremos: brillante y casi brillante, hasta que descarten el casi por ofensivo y todos, sin excepción, sean brillantes, cada uno en los suyo, unos en ganas de aprender, otros en ánimos de joder.
Yo propongo que se elimine también el diez, pues nada perfecto hay. Todos cinco pelao, y a correr.
Tu ya sabes que estudio psicología y como futura psicóloga todo esto me parece realmente humillante y ofensivo. Me parece tan estúpido y falto de argumentos lo que dicen los psicologos educativos en su mayoría que ya empiezo a sentirme idiota cuando digo lo que estudio, gracias que no todos pensamos así y que algún día en mis manos caigan seres a los que pueda moldear con otra filosofía porque sino….que va a ser de nosotros cuando las próximas generaciones ocupen cargos que nos afecten a todos? En beso muy grande desde mi desilución continua.