Lecciones de poesía para niños inquietos de Luis García Montero

Lecciones de poesía para niños inquietos de Luis García Montero

   Decir que son malos tiempos para la lectura se ha convertido en un tópico manido que alcanza proporciones cósmicas si a los sistemas educativos nos referimos, muy especialmente al de Secundaria. El recetario de invitaciones a la lectura es variado y largo como un día sin pan, generalmente con ese insidioso término de “fomento” que recuerda más al Ministerio de Fomento que a un acto placentero, casi como si se comparara leer con inaugurar una línea de metro o abrir una nueva oficina de correos. En los últimos años ha hecho mucho ruido un librito, un best seller del género, que se cita insistentemente en cualquier fomento de la lectura de postín. Y como no puede ser de otra forma, para darle lustre a esta reflexión, proporcionaré su nombre ─Como una novela de Daniel Pennac─, con la advertencia de que, desgraciadamente, no contiene fórmulas mágicas que induzcan a nuestros jóvenes a devorar libros.

   Pero todavía se puede rizar más el rizo: si la lectura es de por sí algo difícil de propagar entre los adolescentes, la parafernalia se complica aún más cuando se trata de leer poesía. Decir que la poesía es un género más complicado que la novela o que el teatro es una chorrada tan descarada como decir que los Cuentos en verso para niños perversos de Roald Dahl es más difícil de leer que el Ulises de Joice. Sin embargo, y por lo general, la poesía exige un cierto bagaje lector y un tipo de lectura al que los jóvenes están poco acostumbrados. Sin embargo, para alguien que quiere transmitir el amor por la lectura la poesía es el género que más satisfacciones ofrece cuando se consigue captar nuevos lectores. Algo así debió sentir Luis García Montero después de escribir sus Lecciones de poesía para niños inquietos, porque es una auténtica joyita, un libro que recuerda al de Penca, por ejemplo en la defensa de la ausencia de la obligatoriedad de la lectura ─«hay personas estupendas e inteligentes a las que no les gusta la poesía», afirma García Montero─

   Este pequeño libro se encuentra fuera del circuito fomentador porque no va dirigido a fomentadores sino a lectores. Que nadie se deje engañar por el título, porque el término “niño” engloba a un conjunto de edades muy dispares que no se limita en sentido estricto a la infancia; y que por supuesto es muy adecuado para leerlo y trabajarlo en Secundaria. Los temas que Luis García Montero trata son diversos pero esenciales a la poesía, en un lenguaje que resulta una auténtica pirueta de equilibrista, porque es divulgativo, de fácil alcance para un lector poco adiestrado, y al mismo tiempo de una precisión y destreza lingüística y de una belleza de imágenes que deslumbran a cualquier tipo de lectores.

   Esta poética dirigida a niños está escrita en la línea de Luis García Montero, con una intención abiertamente desacralizadora de todo lo que hay de sagrado en poesía: «Hay gente que pone los ojos en blanco cuando oye la palabra poesía. ¡Cuidado! ¡Mucho cuidado! Con los ojos en blanco no se puede ver nada» Arrancar los sellos que guardan el libro de la poesía, que preservan su pureza de los no iniciados, demostrar que esto de la poesía no es algo tan alejado de la realidad cotidiana ─¿no les suena eso de acercar la materia a la cotidianidad?─, algo presente en las personas, los animales y los objetos que nos rodean, en las situaciones que vivimos, en el lenguaje que utilizamos, en las estaciones que cada año nos obligan a sacar al abrigo, el paraguas o el bañador.

   Los capítulos iniciales son una verdadera declaración de intenciones que recoge el pensamiento de C. S. Lewis al afirmar que los niños, por más que se hable de su inocencia, no son tontos, y que por tanto no hay que escribir para ellos literatura para tontos. C. S. Lewis se refería a un tipo de literatura distinta al de García Montero, claro está, pero la idea es la misma. La literatura de la que habla García Montero es la cursi, en la que abundan los poemas sobre animales con abusos de los diminutivos, como si los poetas fueran pequeños granjeros edulcorados. Con altas dosis de humor, ironía y estilo poético García Montero llega a afirmar que «los poetas demasiado cursis utilizan siempre palabras con corbata, sentimientos que acaban de salir de una peluquería»

   A la pregunta clásica de si el poeta nace o se hace García Montero se inclina por la segunda alternativa del binomio, haciendo especial hincapié en la disciplina y el esfuerzo: «Los poetas no escriben bien por casualidad, sino gracias a su esfuerzo, a su trabajo, al tiempo que han dedicado a escribir, a leer, a mirar el mundo y a escuchar las conversaciones de la mesa de al lado» El poeta, como cualquier artista, es alguien que ha aprendido a mirar el mundo, porque el lenguaje literario, el lenguaje poético, no son otra cosa más que aplicar un tipo de mirada especial sobre el mundo, una mirada que pone los ojos no sólo en el mundo, no únicamente en el contenido, sino también en la forma, en el lenguaje a través del cual se expresa esa mirada. El lenguaje de la poesía, sin embargo, no debe ser necesariamente ostentoso ni cursi; aunque los poetas saben utilizar palabras «raras», por encima de todo dan un nuevo uso a «las palabras sencillas: amor, tristeza, canción, miedo o alegría»

Para que el joven lector sea consciente de que «cuando el poeta piensa en sus sentimientos, cuando utiliza las palabras, está también hablando de los demás, con el lenguaje de los demás», García Montero explica que el lenguaje cotidiano no sólo es el mismo que el poético, sino que además sigue sus procedimientos de construcción. Las figuras retóricas, la metáfora, la metonimia o la prosopopeya no son exclusivos del lenguaje poético. Estos recursos se emplean en el lenguaje cotidiano, de forma inconsciente, sin que nos demos cuenta de que los usamos, aunque en la poesía «son simplemente los lazos de complicidad que hay entre el poeta, el lector y el mundo»

Otro de los temas fundamentales a la poesía que aparecen en Lecciones de poesía para niños inquietos es el tiempo, un elemento que para García Montero es tan importante como aprender a mirar el mundo, porque al fin y al cabo aprender a mirar el mundo es aprender a descubrir cómo pasa el tiempo, qué efecto tiene su paso sobre las personas, las cosas, el mundo. Es en esta conciencia del paso del tiempo sobre la que se cimenta la memoria. A la imaginación se une el otro componente elemental de la escritura, lo que debería ser más cercano para los niños: la imaginación. Escribir conjuga ambos aspectos, porque en definitiva «escribimos para detener un poco el tiempo, para llevar nuestra vida a muchos kilómetros y a muchos años de distancia» Al usar la imaginación se explota la realidad y se profundiza en todas sus potencialidades.

Y por si el fomento de la lectura de poesía no fuera poco ambicioso el poeta granadino dedica el último capítulo a la escritura de poesía, con algunos consejos prácticos para iniciarse o para afianzar la técnica, entre ellos el de «copiar libremente a un poeta que nos guste», es decir, la imitación, un procedimiento que ha servido para aprender y afianzar la escritura desde la Antigüedad Clásica. Por otra parte, las herramientas que se han ido ofreciendo a lo largo de todo el libro no van únicamente encaminadas a una lectura creativa, sino que también se pueden aplicar a la escritura.

A pesar de todo, Lecciones de poesía para niños inquietos está lejos de ser la panacea de la desgana lectora. García Montero está lejos de conseguir el milagro de los panes y los panes de hacer nacer el gusanillo lector en los jóvenes alérgicos al papel y la tinta de los libros, pero estoy seguro de que conseguirá enganchar a más de uno, o cuando menos a uno. En ese caso su lectura habrá merecido la pena.

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