Jerry Lewis

Jerry Lewis

   A principios del siglo XX el hombre se siente tan abrumado por los progresos de la tecnología y de las ciencias que tiene una especie de empacho en el que las máquinas van invadiendo incluso los ámbitos más puramente humanos. Este progresivo interés acaba cuajando en las vanguardias, y sólo así puede explicarse que en el futurismo Marinetti diga que un automóvil es más hermoso que la Victoria de Samotracia. Estos primeros tanteos y tonteos entre arte y tecnología son por supuesto bastante rudimentarios, algo postizos. En la mayor parte de los casos les faltaba la perspectiva necesaria para conciliar ambos mundos con naturalidad.

  En 1950 Leroy Anderson, un compositor norteamericano iniciado en la famosa Boston Pops Orchesta ―de la que llegaría a ser director― y que saltó a la fama con su «Jazz Pizzicato», conseguía algo que muy pocos han logrado: la armonía perfecta entre música clásica y tecnología. Introducir una máquina de escribir en una pieza clásica era una apuesta arriesgada que finalmente dio como resultado una melodía inclasificable, pero que ha pasado definitivamente a la memoria musical colectiva de todos. Esta composición se hizo famosa a partir de un divertido gag de Jerry Lewis en la que aparece tocando alocadamente una máquina de escribir al son de la melodía ―repetida en varias ocasiones, la escena es de Lío en los grandes almacenes―. Lo más sorprendente es sin duda el solo que hacen las teclas de la máquina, junto con el timbre característico al final de la línea y el rodillo volviendo al comienzo.

   Otra de las piezas que se han ganado un hueco en la historia de la música clásica y que es un prodigio de armonía es «El reloj sincopado», en el que se puede escuchar el tic-tac y la alarma del reloj.

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