Escupiré sobre vuestra tumba de Boris Vian

Escupiré sobre vuestra tumba de Boris Vian

   La crítica es  un arte que no carece de su propio género literario, la sátira, y que cuenta con deslumbrantes representaciones, de Aristófanes a Huxley o a George Orwell. Independientemente de los derroteros por los que haya evolucionado la literatura, el mecanismo es siempre el mismo: la denuncia de los males y las pestes de las sociedades. El resto son matices, que pueden ir desde el humor negro y amargo de Swift o de Quevedo a la sobriedad noventaiochesca. Sin embargo, la historia de la literatura nos demuestra en repetidas ocasiones que una crítica mal dirigida puede volverse contra uno mismo.

   Mientras Europa trataba de superar sus fantasmas posbélicos, condensados en el pensamiento de Theodor Adorno de la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz, en Sudáfrica se sucedían una serie de acontecimientos racistas que finalmente derivarían en el apartheid. Parece ser que la barbarie antisemita no logró concienciar lo suficientemente a la población como para erradicar el pensamiento de la superioridad aria, basada tras la guerra pura y sencillamente en el color de la piel. Sólo cinco años después de que acabara el que ha sido el mayor conflicto bélico vivido en el mundo, se obligó a personas de raza negra a desplazarse de sus casas, a portar siempre su documentación o se les prohibió acceder a zonas que quedaban reservados para blancos. Parece que, a pesar de Adorno, el ser humano seguía sin aprender de sus propios errores.

   Porque el desprecio por la raza negra no era algo alejado ni ajeno a la sensibilizada sociedad europea, por muchos Auschwitzs que hubiera vivido. Este es el hipócrita contexto en el que Boris Vian pone el dedo en la llaga y abre con brutalidad una herida que aún hoy en día sigue siendo una asignatura pendiente entre otras tantas. Vian utilizó para ello el seudónimo de Vernon Sullivan, un nombre con el que aparecerían firmadas unas cuantas novelas con unas características comunes. Escupiré sobre vuestra tumba es tal vez la novela más conocida de Vian, después de La espuma de los días, pero la repetición es casi descarada al año siguiente con la trama de Todos los muertos tienen la misma piel. En las dos novelas aparece el racismo como elemento vertebrador, la violencia -explícita ya desde el ítulo-, la marginación de un protagonista mestizo que logra integrarse en el mundo blanco sin llegar a pertenecer nunca a él, y una sexualidad abierta y descarada que sobrepasa con deleite los límites de lo obsceno. Esta forma de entender el sexo aparece también en Que se mueran los feos, aunque en clave de humor. En esta última el racismo aparece de forma más tenue aunque las pretensiones de la raza aria se ven respaldadas por un científico loco que quiere crear un mundo de gente hermosa.

   Como se puede comprobar, la narrativa que Vian construye en torno a Sullivan tiene unos rasgos comunes, aunque Escupiré sobre vuestra tumba sobresale por encima de las demás debido en gran medida al revuelo que causó en su momento. Años después de su publicación la novela fue prohibida por considerarse pornográfica e inmoral, Vian fue conducido a los juzgados y condenado por ultraje a las buenas costumbres. Pero la leyenda va más allá con una anécdota que será memorable en su biografía: años después Vian vendió los derechos de su novela para adaptarla al cine, y aunque en principio estuvo a cargo del guión, finalmente quedó fuera del proyecto por disputas con la productora. Vian -que ya estaba delicado de salud- asistió de incógnito al preestreno de la película y murió durante la proyección por un infarto al corazón.

   Y si en su día causó ese revuelo, Escupiré sobre vuestra tumba tampoco dejará indiferente a un lector actual. Su protagonista, Lee Anderson, es un mestizo que pasa desapercibido entre los blancos, un hombre con un oscuro pasado, con la muerte de un hermano a sus espaldas ―el chico―, y con el deseo de vengarse sobre el conjunto de la raza blanca destruyendo el eslabón más débil. Su cinismo y su falta de humanidad, su desprecio por los valores más básicos de la vida humana y su salvajismo sexual, recuerdan al inmortal personaje que dos décadas después Anthony Burgess crearía en La naranja mecánica, el drugo Álex. La crítica al racismo está presente en el libro, pero planteada de tal forma que el efecto que produce es precisamente el contrario. Ocurre algo parecido a La familia de Pascual Duarte. Cela pudo escapar de la censura del régimen franquista no sólo por su participación activa en el propio régimen, sino porque la obra apoyaba de forma evidente todo el sistema de valores de aquella sociedad. Las miserias que Cela describe no son las del régimen sino las de una España rural y marginada que dista mucho de la consideración de la República, con propuestas tan interesantes como la Barraca.

   Basta comparar Escupiré sobre vuestra tumba con otras críticas al racismo como Matar un ruiseñor, que le valió el Premio Pulitzer a Harper Lee o o el toque humorístico pero punzante de La conjura de los necios de Toole -y es que en Estados Unidos el problema era aún más grave-. La actitud de Lee Arderson hace que sintamos desprecio por el personaje, no hay en él nada identificable como ser humano. La tragedia de su hermano, que fue asesinado por ser negro, no se asume en toda su dimensión porque Lee no parece sentir demasiado aprecio por su hermano, y en realidad casi por cualquiera. Es cierto que hay racismo en los personajes blancos, como también lo es la relajación moral que lleva a descripciones sexuales bastante explícitas. Pero no es menos cierto que Lee aparece como un perturbado mental: la venganza lejos de obsesionarle o torturarle le divierte. La elección de las víctimas es completamente arbitraria, como podría ser la de un psicópata. No siente el menor reparo en asesinar utilizando los métodos más brutales, golpeando a inocentes hasta matar, y disfrutando con su masacre hasta el punto de llegar al orgasmo con la pura violencia. Sexo y violencia se dan la mano en una desagradable mezcla que flaco favor hace a la finalidad crítica. Frente a la repugnante actitud de Lee el racismo del resto de personajes queda atenuado ―que no por ello es inexistente―, y parece que poco importa que Lou diga: «Detesto a los negros».

   Pero la degradación moral no es exclusiva de Lee. Vian parece querer indicar que se hace extensible al conjunto de la sociedad, que no entiende de colores de piel. Y es aquí donde introduce uno de los temas más espinosos de la novela: la pederastia. Es evidente que la intención primera de Vian es provocar, no dejar indiferente a nadie, pero leer escenas de sexo explícito con niñas de once o doce años que son obligadas a prostituirse es una frontera que no debería cruzarse ni aún en nombre del arte. Se trata de un tema que sorprende por su actualidad: la polémica saltó no hace demasiado a cuenta de una película llamada A serbian film. Sólo que todavía se llega más lejos, con detalles que prefiero omitir. En el arte debe haber unas fronteras que no se deben pasar, porque si no se puede llegar a lo que Thomas de Quincey planteó en clave de humor negro en su libro Del asesinato como una de las bellas artes.

   Cierto es que el libro de Vian no puede dejar indiferente a nadie. Pero, ¿a qué precio? ¿No desmerece eso el trasfondo social? Lo que no cabe duda es que este libro contribuye a engrandecer la leyenda negra que hay alrededor de Vian.

   Este es un libro con carácter

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