Efecto Pigmalión

Efecto Pigmalión

   En las Metamorfosis Ovidio nos cuenta la historia de un rey de Chipre llamado Pigmalión, que al no conseguir encontrar a la mujer perfecta se consoló creando una escultura tan hermosa que no tardó mucho en quedar completamente enamorado de ella. Pigmalión quiso con todas sus fuerzas que su creación de mármol fuera de carne y hueso, y tan grande era el amor que sentía que finalmente Afrodita se apiadó de él e hizo que la estatua cobrara vida.

   En 1913 George Bernard Shaw actualiza el mito en su pieza teatral Pigmalión. En ella una apuesta lleva a un profesor de fonética, Henry Higgins, a transformar a una vulgar y malhablada florista, Eliza Doolitle, en una refinada dama de la alta sociedad en cuestión de seis meses. La analfabeta muchacha representa a la estatua de mármol que acaba por ser esculpida con la forma de una recatada señorita. La obra de Bernard Shaw se hará mundialmente conocida sobre todo en 1938 con la adaptación protagonizada por Audrey Hepburn titulada My fair lady, que se convertirá en musical a partir de 1964.

   Si Eliza Doolitle pudo cambiar fue porque el profesor Higgings tenía fe en ella y convencimiento de que podría hacerlo. Así es como funciona el efecto Pigmalión. La idea que una persona tenga sobre otra persona puede llegar a influir en su rendimiento, sea para bien o para mal.

   En 1968 Robert Rosenhal y Lenore Jacobson investigaron las repercusiones del efecto Pigmalión en el ámbito educativo. Realizaron un test de inteligencia a alumnos de una escuela primaria y mostraron unos resultados falsos al profesorado, de forma que un grupo de alumnos destacase por encima del resto. Esos alumnos fueron los que obtuvieron finalmente mejores calificaciones por parte del profesorado, demostrando que las expectativas que el profesorado tiene sobre su alumnado pueden terminar haciéndose realidad. Esto ocurre porque los profesores tratan a los alumnos en función de las expectativas que se hayan creado previamente, estimulando más a los que se consideran más capacitados.

   Según el psicólogo David C. McClelland el efecto Pigmalión puede aplicarse fuera del ámbito escolar, prácticamente a cualquier faceta de nuestras vidas. De hecho, es fundamental en el proceso de formación de la personalidad de un niño. Como dice la psicóloga Alba García Barrera, el concepto que tienen unos padres sobre su hijo condiciona la formación de su futura personalidad. Hay que tener cuidado con etiquetar porque, en ocasiones, lo que podemos generar precisamente es un comportamiento que se corresponda con la etiqueta.

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