Imaginar es también jugar con nuestras propias contradicciones. De ser así, podemos inferir que Louis-Sébastien Mercier (1740-1814) fue un jugador nato en tiempos despóticos. Su padre, maestro joyero, le brindó la mejor educación que pudo. Resultado: poeta y maestro intachable; pero como dramaturgo abonó las mayores satisfacciones. Cuando ya pisaba los 30 años conoce la obra de Rousseau en Neuchâtel, quizás el suceso más influyente de su vida. La política se le metió en el corazón; no tanto como la pasión por la palabra. El 31 de mayo de 1793 fue detenido junto con los 72 diputados de la Convención Nacional. El encierro revolucionario le heló la sangre; lo suficiente para distanciarse del terror de Robespierre. Tuvo la impresión de que la vida era endeble. Comprendió quizás que el progreso civilizatorio requería de otro tipo de saltos. Para ello debía mantener cuidado con su bocota, aunque la gloria le llamase en sueños para morir en el intento.
I
En efecto, la Revolución Francesa pateó la mesa. El infierno en la tierra para muchos; el cielo prometido para otros. Mercier probó el encierro en mayo de 1793; Miranda, el General caraqueño aclamado por Washington y amigo de Lafayette, también lo hizo el 9 de julio en la prisión parisina de La Force; en su encierro de 18 meses escucharía el crujir de la guillotina desde la oscuridad de la mazmorra. Pupilos apasionados de Rousseau, Mercier y Miranda entablaron un acalorado debate en Le Journal de París a mediados de 1796. El primero descalificaría a Voltaire como profanador de la «moral» y la «tradición»; el segundo, lo defendería a capo y espada. Mercier quedó en ridículo. Se apartó de la opinión pública. Lo hizo acaso para eludir su propia sombra. Confió en el precipicio llamado 2440, número salvador que había lacrado hace veinte y seis años atrás: un año, un sueño y el destino de un best seller.
II
Cuando el capitán general de la Provincia de Venezuela, Joaquín de Zubillaga, recibió aquel informe en 1794, sintió por primera vez el terror: «Los franceses convulsionan las esclavitudes negras en contra del Reino». Un tal Juan Bautista Picornell, madrileño, pedagogo, revolucionario de pura cepa, cruzó el Atlántico para desembarcar con grilletes en La Guaira en 1796. Allí hizo contacto con José María España y Manuel Gual, ambos venezolanos, para tumbar al régimen colonial. Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fue impreso y difundido por Picornell, quien escapó en junio de 1797 a Curazao. Un mes más tarde, la conspiración fue develada. En medio de las decapitaciones de los confabulados en 1799, hallaron un libro anónimo en lengua francesa titulado «Año dos mil cuatrocientos cuarenta», impreso en Londres en 1771. El inquisidor lo anotó en su lista punitiva sin saber que ya el salto había sido dado.
III
El escritor cubano Alejo Carpentier publica su novela El siglo de las luces en 1962. El protagonista es el intrépido Víctor Hughes, oriundo de Marsella, comerciante y gobernador de Guadalupe entre 1794 y 1798. La revolución es indetenible: los blancos esclavistas deben morir; y así lo creyó Hughes, quien en nombre de la libertad, la fraternidad y la igualdad instauró el gobierno de la guillotina en el Caribe. Aquí un pasaje: «Se daba cada cual a leer lo que le pareciera: periódicos de otros días, almanaques, guías de viajeros, o bien una Historia Natural, alguna tragedia clásica o una novela nueva que se robaban a ratos, cuya acción ocurría en el año 2240…». Un error de tipeo, creen los críticos literarios. Porque el año donde se despierta el protagonista, ahora de Mercier, es la Paris de 2440. No cabe duda que los sueños de la razón producen monstruos, y por qué no, enredos. Y la ficción futurista y moralizante de Mercier, no fue la excepción.
IV
Pocos historiadores son capaces de comprender la imaginación social de la Francia antes de la revolución como lo hace Robert Darnton. Es atrevido en sus análisis; aunque a veces hay giros acomodaticios. Con todo, el norteamericano apunta que Mercier fue capaz de capturar las fantasías del ciudadano de a pie para desvincularlo del Antiguo Régimen. Ante la imagen del Paris de 2440, el lector se quita las ataduras incluso inconscientes que lo ataban a su realidad. Un ataque frontal al Rey y a la Iglesia, claro; pero me detengo aquí en una pregunta capciosa: ¿quién será capaz de soñarnos, en la misma medida, para despertar mañana en el 2804? ¿A quién deseamos y contra quién peleamos? Mercier y su lección futurista, quiso demostrar que la imaginación también interviene en las pasiones más profundas de los hombres. Falta alguien quien se oponga; alguien que apueste con su contradictorio destino para despertar en otra parte.
Buenas tardes… Me ha encantado tu artículo (sin embargo, revisa el último párrafo, existen un par de errores ortográficos… las prisas…) No me refiero a las fechas, comprendo que se trata de un relato futurista… Un saludo.
¡Espero que se haya solucionado! Un saludo.
Sin duda, no había visto un blog más rápido a la hora de corregir. Gracias…