Locura. Aquello que roza el tabú, entre el desconcierto y la fascinación. Tememos aquello que somos incapaces de comprender, lo que escapa de nuestras manos hacia quién sabe dónde. A comienzos del siglo XXI todavía estamos muy lejos de comprender este estado mental, apenas si hemos logrado vislumbrar una silueta desdibujada por el mito y el miedo. Sin embargo, aunque lentos e inseguros, algunos pasos hemos dado en esta materia, que nos ayuda a comprender un poco más el funcionamiento de la mente humana. Hasta que no se produce el nacimiento de la psicología, se han formulado las interpretaciones más diversas a lo largo de la Historia para explicar este estado mental. Se les ha considerado desde endemoniados hasta iluminados de Dios, a los que se siguió y se veneró. Hoy en día estas interpretaciones han sido parcialmente superadas, pero queda el testimonio de una época en la que una serie de hombres luchaban por alcanzar la verdad.
No pretendo realizar una historia de la locura, sino simplemente dar unas breves pinceladas que ayuden a comprender a qué situación y modo de pensar se había llegado en la Edad Media con respecto a la demencia. Se han encontrado en Europa cráneos del neolítico, de 10000 años de antigüedad, con trepanaciones realizadas. Tal vez se realizaron estos agujeros para expulsar a espíritus malignos que se habían adueñado del paciente, y que conseguían ser expulsados a través de la operación. Sea cual fuere la verdad, difícilmente llegaremos a saber nunca cuál era el objetivo de estas trepanaciones; aunque sin duda sí se demuestra el interés que ha tenido el ser humano desde que existe por el cerebro. Sorprendentemente, en algunos de estos cráneos las heridas aparecen cicatrizadas, lo que demuestra que había pacientes que lograban sobrevivir a la operación.
En Mesopotamia y en otras civilizaciones antiguas se consideraba la locura como un castigo divino por los pecados realizados, luego los afectados eran duramente tratados. No es hasta la antigua Grecia que no aparece el primer intento por parte del hombre de estudiar las enfermedades mentales, separando este ámbito de la religión. La primera gran aportación es la de Hipócrates (460-370 a.C.), que se ha considerado como el padre de la medicina. Según Hipócrates en el interior de todo ser humano circulaban cuatro humores: flema, bilis amarilla, bilis negra y sangre. Cada uno de estos cuatro humores iba ligado con un tipo de temperamento: flemático, colérico, melancólico y sanguíneo, respectivamente. Las enfermedades se producirían por un desajuste de estos cuatro humores: el exceso de flema producía demencia, y el exceso de bilis amarilla ira maníaca. Es un gran paso porque supone vincular las enfermedades mentales –o enfermedades del alma– con el cuerpo. Además, describe y clasifica enfermedades como la paranoia, la epilepsia, la manía, las fobias, la histeria, el delirio tóxico, etc.
Después de Hipócrates se van sucediendo las aportaciones de figuras como Herófilo (325 a.C.), Asclepíades (124 a.C.), Celso (25 a. C. – 50 d. C.), Areteo (50-130 d.C.), Dioscórides (s. I d.C.), hasta llegar a Galeno (130-200), que hace una síntesis de todos los conocimientos anteriores y realiza una nueva clasificación de los trastornos de la psique.
Durante la Edad Media, en Europa, la Iglesia excluyó la psiquiatría de la medicina, y esta disciplina pasó a ser conocida con el nombre de demonología. Se les pasó a considerar como seres endemoniados, castigados por sus pecados. La actitud hacia los enfermos podía variar entre la tolerancia y el rechazo, aunque era más común ésta última. La medicina árabe en cambio experimentó un florecimiento espectacular a lo largo de toda esta etapa. En el año 792 se fundó en Bagdad el primer hospital psiquiátrico de la historia. Se trataba a los enfermos mentales con el máximo cuidado y respeto, somentiéndolos a tratamientos con música, ejercicio, fiestas, relajación, etc. En este sentido son importantes las aportaciones de figuras como Avicena (980-1037), Rhazés (865-925) y Maimonides (1135-1204).
Pero en Europa la demonilogía iba tomando caminos diferentes más crueles. No existían hospitales especializados para estos enfermos, por lo que eran encerrados en leproserías y cárceles donde solían morir de hambre. Pero la situación más demencial en estos casos, sin lugar a dudas, era la encarnada por la stultifera navis, la nave de los locos, a la que me referiré más detenidamente en futuros artículos. En otras ocasiones se les exhibía públicamente a cambio de unas monedas, ya que siempre fueron motivo de curiosidad. Pero en cualquier caso, fueron sometidos a humillaciones y vejaciones, eran la escala más baja y desprotegida de la sociedad, pobres entre los pobres y desgraciados entre la desgracia. Seguramente, la muerte era lo mejor que les podía ocurrir.
Así se mantiene la situación más o menos hasta que Paracelso (1493-1541) escribe su obra titulada Sobre enfermedades que privan de la razón, donde defiende que las enfermedades mentales no tienen un origen divino, sino que se producen por causas naturales y fisiológicas. Este libro es tremendamente innovador, y supone una nueva visión de la locura, que rompe con toda la superstición que se había creado a lo largo de la Edad Media. Realiza además una nueva clasificación de los tipos de enfermedades mentales. Sin embargo, las investigaciones de Paracelso no consiguen resultados inmediatos en una mentalidad todavía fuertemente medieval, y en el año 1486 los frailes dominicos alemanes Johan Sprenger y Heinrich Kraemer publican con el apoyo del papa el Malleus Maleficarum –El martillo de las brujas–, obra que da comienzo a una descomunal cacería de brujas, que tiene como consecuencia la muerte de miles de personas. En este libro se atribuyen las enfermedades mentales al demonio, y ofrece como solución la tortura, la muerte y la cremación como purificación del alma. Cientos de enfermos mentales fueron cruelmente asesinados.
En líneas más generales, además del típico exorcismo, en la época se habían extendido toda una serie tratamientos, como por ejemplo, el de impregnar de celedonia un paño de lino que se colocaba en la axila izquierda del lunático. Ninguno de estos tratamientos ofrecían resultados eficaces. Otro remedio se basaba en la creencia de que el enfermo había llegado a ese estado a través de excrecencias cerebrales, que causaban protuberancias o tumores, y llegaban a producir la demencia. Estas protuberancias se habrían desarrollado en forma de piedra, que se formaba dentro de la cabeza y se incrustaba en el cerebro, provocando perturbaciones mentales. Así fue como nació el mito de la piedra de la locura.
Charlatanes de toda Europa se pudieron sus trajes de cirujanos, y salieron a la calle dispuestos a extirpar dicha piedra a cambio de unas monedas. Ante el asombrado auditorio, reunido para presenciar la operación, practicaban una incisión a navaja, más o menos profunda, en la cabeza del paciente, y sin que nadie se diera cuenta, sacaban una piedra que habían tenido escondida previamente en la mano, mediante un juego de ilusionista. Ahí estaba la piedra de la locura. Después esta piedra era depositada en la colección del cirujano, y se exhibía públicamente, para asombro y admiración general. Dependiendo de la importancia de la herida, se podía infectar, provocando la muerte del paciente, o podía sobrevivir, con su locura intacta, porque este remedio era igualmente ineficaz que los anteriores. Pero el charlatán ya había huido lejos, con sus honorarios en el bolsillo. Esta práctica es denunciada por el médico persa Rhazés hacia el año 900 poniendo al descubierto el sucio fraude de los curanderos.
El concepto de locura en la Edad Media no se corresponde exactamente con el que podemos tener hoy en día. Hoy no es difícil escuchar frases como estoy loco o estás loco, pero este tipo de frases hubiera resultado una grave ofensa entonces. Lo que se entendía por locura se manifiesta claramente en la obra Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam. En la época el término locura podía ser sinónimo de estupidez, de necedad o de estulticia. Esta obra no deja de ser lúcida en cuanto que supone una crítica social en todos los niveles humanos posibles, pero quizá peque de un tono sarcástico exagerado y de una negatividad desoladora. Hasta los más sabios se tiñen de la estupidez humana. Realmente se puede aceptar y comprender esta tesis, pero parece que Erasmo llega a unas conclusiones desorbitadas, aunque su crítica supone una aportación de enorme importancia, porque es un paso más en la concepción moderna de la espiritualidad y en la crítica a ciertas liturgias superficiales que algunos sectores de la Iglesia se han propuesto imponer a sus fieles.
Uno de los erasmistas más importantes que han existido, Cervantes, sin llegar al extremo de crítica de Erasmo, es consciente del papel que desempeña la locura en el ámbito humano. El licenciado Vidriera, en este sentido, sería uno de los textos más erasmistas de Cervantes. Demuestra la estupidez de la sociedad que sigue al loco y al necio, y hace oídos sordos ante el sentido común. Tal vez pueda parecer que me estoy alejando demasiado del cuadro del Bosco, pero nada más lejos, porque esta novela ejemplar de Cervantes apunta hacia el mismo sentido.
Antes de profundizar de lleno en el cuadro del Bosco, quiero detenerme en otros dos pintores, posteriores, cuyas obras llaman también poderosamente la atención.
El primero de ellos es Pieter Bruegel, llamado El Viejo (1525-1563). La influencia del Bosco en este pintor es muy notable, en cuanto a estilo y en cuanto al tratamiento del tema. Son varias las obras que tiene tituladas Extracción de la piedra de la locura, muy semejantes entre sí. El tratamiento de Bruegel es más ridiculizante que el del Bosco, consiguiendo una caricatura hilarantemente divertida que se produce en una especie de “consulta médica” de uno de estos cirujanos. Abundan los locos en distintas posiciones, gesticulando con ridículas caras; algunos están siendo operados mientras otros esperan su turno. El lienzo de Bruegel no está falto de simbología, aunque parece que no llega a los mismos niveles que el Bosco, es sin duda una obra divertida y magnífica, que rebosa locura por todos lados, como un delicioso texto de Lewis Carroll.
El segundo de estos autores se llama Jan Sanders van Hemessen (1500-1557), y es uno de los precursores del cuadro flamenco de costumbres del siglo XVII. Su estilo y tratamiento de tema es completamente diferente al de Bruegel, ya que sigue una línea tremendamente realisma, y dota a su obra de un dramatismo espectacular. Es una obra más cercana al público, en cuanto que utiliza una autenticidad cruel y desgarradora. Las expresiones de cirujano y paciente respectivamente consiguen hacernos a la idea de lo que suponía la tragedia. El cirujano aparece con expresión confiada y malévola, el paciente sin embargo aparece como un desgraciado que no sabe lo que le están haciendo, con un rostro lleno de desconcierto y de dolor.
Existen otras numerosas obras en las que no voy a entrar, porque aunque sean formalmente interesantes, aportan poco o nada a lo ya mencionado. Es lo que ocurre por ejemplo con el cuadro de Jan Steen (1625-1679), que nos muestra al paciente en una clínica llena de extraños objetos, una vieja enfermera con pintas de bruja, y un auditorio que observa la operación a través de la ventana. La obra está también teñida de humorismo, como si todos se estuvieran riendo del pobre paciente, que sufre los dolores de la intervención.
En este contexto habría que situar el lienzo de Hieronymus van Aeken, el Bosco (1450-1516). No voy a extenderme en detalles sobre el Bosco y su obra y lo que supone para el arte en general, ya que es algo que desarrollaré en futuros artículos monográficos. En esta ocasión quiero dedicarme por completo a comentar su obra La extracción de la piedra de la locura. El loco es un tema recurrente en el Bosco: son varias las extracciones de piedra de la locura que tiene –El cortador de piedra– y también toca el tema de la stultifera navis.
Como ocurre siempre ante cualquier cuadro del Bosco, la interpretación supone una arriesgada aventura en la que hay que utilizar conocimientos e intuición a partes iguales. Los símbolos se acumulan de forma enigmática, aunque en el caso de este cuadro es posible ir desentrañándolos uno a uno –algo que resulta casi imposible de hacer en obras tan sobrecargadas como El jardín de las delicias o El carro de heno–. Pero en este caso, al estar compuesto el cuadro únicamente por cuatro personajes, en una ambientación relativamente sencilla, resulta mucho más fácil de poder explicar.
Mucho se ha especulado sobre la autenticidad del cuadro. Se suele especular con que la ejecución de los personajes, torpe e inexpresiva, corre a cargo de un pintor menor, mientras que el Bosco se limita a realizar el paisaje del segundo término. Este dato no pasa de ser meramente circunstancial, y ni siquiera es algo que vaya a plantear, puesto que no resta profundidad a la simbología de la obra. La forma de la escena es circular, al igual que ocurre en su otra obra de la misma temática El cortador de piedra. Esta forma circular empieza introduciendo un primer símbolo en el cuadro. Se suele interpretar como que la escena se está viendo reflejada en un espejo, como si nosotros formáramos parte del cuadro, y lo que estamos viendo cuando lo miramos es a nosotros mismos. Esta interpretación es tremendamente significativa de lo que esta obra supone para mí. El círculo se rodea con una inscripción de hermosas letras cuidadosamente ornamentadas que dice así: “Meester, snyt die Keye ras, myne name is Lubbert Das” (“Maestro, quíteme la piedra, me llamo Lubbert Das”).
La escena se plantea de la siguiente forma: un curandero está realizando la extracción de una piedra de la locura, el paciente permanece sentado, mientras son acompañados por un clérigo y una monja. La situación se produce al aire libre –como de costumbre, el Bosco enamorado de los grandes espacios abiertos–. El tratamiento de los personajes es mordaz y ridiculizante, la situación es a partes iguales grotesca e hilarante. Los símbolos principales del lienzo, uno por cada personaje, son el embudo sobre la cabeza del cirujano, la flor en la cabeza del paciente, un recipiente de agua bendita en las manos del clérigo y un libro cerrado sobre la cabeza de la monja.
La interpretación del embudo es evidente: el cirujano es el personaje más loco de todos, está incluso peor que su paciente. Se ha puesto por lo tanto en manos de un loco. En lugar de sacar una piedra de la cabeza del enfermo está sacando una flor –hay otra flor sobre la mesa de operaciones en la que se apoya la monja–. Así es el Bosco, capaz de dar una vuelta de tuerca a un viejo tema y desconcertarnos introduciendo elementos nuevos y enigmáticos. No se observa con facilidad qué tipo de flor sea, abriéndose a un amplio abanico de especulaciones. Se ha apuntado el hecho de que se trate de un tulipán, cuya simbología podría estar relacionada con la riqueza –la riqueza que el médico extrae del paciente y que además está sobre la mesa de operaciones–, aunque Pérez-Rioja apuntaba que el tulipán es más bien un símbolo del amor desgraciado. Mi interpretación es que esa flor consiste en una rosa. La rosa, desde muy antiguo, es símbolo de la sabiduría, desde El asno de oro de Apuleyo, donde la rosa es la que salva de la ignorancia al protagonista y lo convierte en un hombre al final de ese libro sobrecogedor, hasta La rosa de Paracelso de Jorge Luis Borges, en donde aparece como símbolo del conocimiento perdido. Por supuesto no estoy diciendo que el paciente sea un sabio al que le estén extirpando sus conocimientos.
Nunca podría serlo, porque como la inscripción indica, el nombre del paciente es Lubbert Das. ¿Quién es Lubbert Das? Personajes como la Celestina o don Juan han sido asimilados por la cultura y son conocidos por todos. No evocan a una obra o a un personaje en concreto, sino a una actitud o forma de actuar ante la vida. Lo mismo ocurre con Lubbert Das, aunque es un rol que no ha alcanzado la popularidad de los antes mencionados. Este personaje constituye un tópico que en las literaturas neerlandesas sirve para designar la máxima estupidez humana, un bufón tonto y necio, un loco. Luego, nada más lejos de que el paciente sea un sabio. Es un estúpido, un estultolítico, el único capaz de someterse a una operación tan absurda. Si el médico le está extirpando una rosa, es porque le está quitando el poco sentido común que le podría quedar a Lubbert Das. Es la operación de la estupidez.
La escena está siendo, además, bautizada por un clérigo, cuando la Iglesia debería estar rotundamente en contra de prácticas que debían ser consideradas como paganas. He aquí donde el Bosco ejerce su crítica hacia los sectores eclesiásticos. La monja, que contempla la escena visiblemente aburrida, tiene un libro cerrado sobre la cabeza. De todos los símbolos del lienzo es el más enigmático, pero se podría interpretar como la ignorancia y la falta de interés por parte de la Iglesia, que permite y autoriza este tipo de prácticas –el libro está cerrado, si estuviera abierto la interpretación sería opuesta–. El Bosco se está situando claramente en la misma línea crítica que Erasmo de Roterdam. No creo que sea a la Iglesia en general lo que critique, sino que al igual que Erasmo, critica ciertos sectores tolerantes y permisivos con las prácticas paganas para difundir la estupidez y la ignorancia por el mundo.
Hay que añadir que en el fondo del cuadro se observan una horca, una rueda y una hoguera. Estos elementos son todavía más desconcertantes, y dejan la obra abierta a múltiples y complejas interpretaciones. Tal vez se puedan entender como un toque de aviso, no se sabe bien si para los charlatanes que practican estos métodos o para los que lo permiten. O incluso puedan ser el destino final de aquellos que se nieguen a someterse a la operación quirúrgica.
Independientemente de la admiración que alguien pueda sentir hacia el Bosco y su obra en general, esta obra ha perdurado a través de los tiempos, y hoy en día sigue estando vigente. Hay que entender que lo que vemos en el lienzo se trata de metáforas o símbolos, y que pueden ser perfectamente sustituidos por el referente real, aplicándose así a las más diferentes circunstancias o épocas. Y aquí está precisamente la importancia de su forma circular, recordando a un espejo. Cualquiera que se mire se verá reflejado. Para mí este cuadro supone una condensación del mundo, cargada de una crítica manifiesta y de un sarcasmo sugerente. Únicamente tenemos que ponernos en el papel de Lubbert Das, sustituir al cirujano por la televisión, la prensa o los medios de comunicación, y sustituir a las autoridades eclesiásticas por políticos, futbolistas o famosos en general, o incluso dejar la figura de la propia Iglesia.
La operación continúa hoy en día. A diario se extirpan millones de rocas, poco a poco, nos van robando lo más preciado del ser humano, y a cambio introducen piedras, introducen locura y estupidez. El Bosco supo dar con la interpretación exacta de lo que ocurre en el mundo. En realidad todos somos Lubbert Das, que al fin y al cabo es lo que venía a decirnos Erasmo. Tú que lees esto, y yo que lo escribo. Todos. Aparentemente no hay forma humanamente posible de acabar con esta situación. Pero mientras existan obras como ésta, nos quedará la esperanza de la denuncia.
Nota del autor: No es mi intención profundizar en la historia de la locura, sino sólo perfilar levemente el contexto que ayuda a comprender el cuadro del Bosco. Si a alguien le interesa seguir profundizando en la historia de la locura, le recomiendo el libro de Michael Foulcault:
Michael Foulcault, Historia de la locura en la época clásica (2 tomos), México, Fondo de Cultura Económica, 1979
He querido que este primer artículo sea como una presentación al weblog y casi como una declaración de principios sobre las líneas que me gustaría seguir. Espero que no os aburráis leyéndolo y que os guste. Muchas gracias.
Oyeme! Está muy interesante, me ha gustado y siempre he dicho cuando me pongo a leer algo me quedo con las ganas de seguir leyendo, para nada es aburrida, todo lo contrario. Besitos y te quiero mucho, sigue escribiendo.
Estimado amigo Santino: Me ha parecido una apasionante reflexión, como cuantos estudios llevas a cabo; un artículo interesante sobremanera y meticuloso. El tema podría ser vastísimo -me encantaría que charlásemos algún día sobre ello-, mas llegaríamos a conclusiones análogas, pues hay tantos curanderos que blasonan su «capacidad de extraer la piedra de la locura» implicando en su labor de «diestro cirujano» a la Iglesia como aval. Por consiguiente, con esas acciones colman sus bolsas del dinero de la más absurda de las insuficiencias humanas: la estupidez. Siempre es un enriquecedor placer leerte, Santino. Un afectuoso saludo de tu incondicional amiga, Hannah
Mi querido Don Santino!!!
como te dije he esperado un ratito de tranquilidad para concentrarme en esto como se merece y, la verdad, en tu linea completamente, no se porque cuando escribes hipnotizas palabra a palabra.
Y ya sabes que espero impaciente muchos mas artículos. Tienes tanto que compartir que ya sabes que no hace falta aprender mas 😉
Besotes Encarta!!!
Muchísimas gracias a las tres, me animáis a seguir adelante con el proyecto de la web. Muchas gracias 😀
Excelente, como siempre, y sin salirte de tu línea. Me han llamado la atención diversos detalles, sobretodo en el que tachas a erasmo de negativo… Erasmo no era negativo, au contrair, era positivo. La crítica de Erasmo es positiva y evocadora, pretende conducir a la vida humana a la sencillez y a la pureza del cristianismo primitivo (no olvidemos que aunque no tomó parte, no condenó la Reforma de Lutero). Creyó que su obra despertaría al mundo de su mala locura, y en cierta manera lo hizo. Y digo ‘mala locura’ porque para el las locuras eran dos, la locura buena, la sana (si es que puede haber una locura sana), y la locura demencial (válgame la redundancia).
En este caso la locura sana sería la locura de Lubbert Das: una locura sencilla, humana, feliz aún en su ignorancia. La otra locura, la dañina, no puede ser otra que la del cirujano y aquellos que cierran los ojos: la locura de los escolásticos que discuten sobre Dios y dejan morir mientras al hombre, por ejemplo.
De todas maneras la imagen final es más que acertada. Y, ahora que lo pienso, reinterpreta completamente el significado de un ejército disparando rosas.
Bueno, suerte con el proyecto de la web.
Ciao.
Muchas gracias por tu mensaje, Armand.
Cuando me refería a Erasmo lo hacía sobre todo referido a Elogio de la Locura. La visión del mundo que da Erasmo en ese libro sí me parece bastante negativa, porque pinta un mundo estúpido e inútil, en el que ni siquiera los sabios se salvan de la tontería. Además, no aporta ninguna solución, sino que está visto a través de una óptica sarcástica e irónica.
Tal vez sí peco de mezclar ambos tipos de locuras, como tú dices que existen, pero es la misma mezcla que hace el Bosco y el resto de artistas en sus cuadros; porque tampoco hay que perder el punto de vista irónico desde el que el Bosco realiza su obra. Esta operación se hacía para intentar curar la locura más dura, pero el Bosco la utiliza para explicar el intento de curar la estupidez.
Oh Santi me ncantó este texto en serio. De verdad creo que lo usare para una disertacion pk es lo justo y necesario. De hecho lo entendí muy bien y eso es un milagro…
Me encantó..
Me encanta esta página, contribuye a que tengamos una ignorancia cultivada, pues bien la sabiduría es algo a lo que todos aspiramos, pero como dijera Platón: «Yo sólo sé que no sé nada.»
¡Muchas gracias!
A raíz de este fragmento: «(…) Por supuesto no estoy diciendo que el paciente sea un sabio al que le estén extirpando sus conocimientos. (…)», interpreto que todo lo escrito es interpretación de la persona que lo escribió, así que mi comentario va dirigido a esa persona.
Fragmento:
«(…) sino a una actitud o forma de actuar ante la vida. Lo mismo ocurre con Lubbert Das, aunque es un rol que no ha alcanzado la popularidad de los antes mencionados. Este personaje constituye un tópico que en las literaturas neerlandesas sirve para designar la máxima estupidez humana, un bufón tonto y necio, un loco. Luego, nada más lejos de que el paciente sea un sabio. Es un estúpido, un estultolítico, el único capaz de someterse a una operación tan absurda. Si el médico le está extirpando una rosa, es porque le está quitando el poco sentido común que le podría quedar a Lubbert Das.(…)».-
Sólo me interesa comentar que me parece que estás bastante equivocad@ al plantear ese tipo de cosas, como juzgando evidentemente sin haberte informado lo suficiente. Lo digo desde un punto de vista personal donde día a día tengo contacto (y he convivido muchos años) con personas con problemas psiquiátricos; y su falta de contacto con la realidad (siempre dependiendo del problema que padezcan) los incapacita para tomar decisiones que una persona racional, centrada y en sus cabales sí podría. Eso no los hace, o no tiene por qué definirlos como, «tontos» o «necios».
Saludos.
En ningún momento he pretendido ofender a personas que tengan problemas psiquiátricos. Este blog no es de psiquiatría ni pretendo dar descripciones científicas o exactas a problemas relacionados con este ámbito. Este blog, en cambio, es de arte y de historia. Me limito a explicar un cuadro, con su simbología, y lo que representa, junto con una visión histórica. Mi uso de términos como «tonto» o «necio» responde exclusivamente a ser fiel a los términos que se utilizaban en la época. Si pretendes encontrar un análisis psiquiátrico serio entonces mejor vete a otro sitio. Aquí hablamos de arte.
Hola Alejandro. Me he tomado por fin un rato para leer completo el artículo que inauguró esta aventura que por lo que se ve en las fechas ya va para 14 años de mucho mérito. El tema es cojonudo y queda perfectamente claro al que quiera verlo que no se trata de hablar de siquiatría o sicología, pero ya veo que en el 2004 también estaban los «comentadores» profesionales, siempre atentos a lo que se pueda resaltar como un error… También me he fijado que el artículo casi es como un trabajo académico, en su extensión y profusión de datos y detalles. Pero lo que más me ha llamado la atención es que hay comentarios de personas interesadas en decir algo, y es que hoy en día ya hemos llegado a las prisas de criticar al ver sólo el título y la foto… Y siento nostalgia de los años en que las redes sociales aún no nos habían idiotizado tanto… Al menos nos queda la esperanza de la denuncia 😉 Un saludo.