UPI Photo/ David Hume Kennerly/Gerald R. Ford Library

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   La literapia y la biblioterapia consisten en el uso terapéutico de la palabra escrita, en ocasiones combinado con la escritura. En general se considera un concepto relativamente moderno, asociado a los libros de autoayuda, aunque en realidad es casi tan antiguo como el propio soporte libresco. En el antiguo Egipto se denominaba a las bibliotecas, centros del conocimiento por antonomasia, con el nombre de «casas de vida». El faraón Ramses II usaba los libros de su biblioteca como «remedio para el alma». También griegos y romanos consideraban la lectura como una forma de tratamiento médico y espiritual. Y más adelante, en la Edad Media, siempre se leían textos sagrados durante las operaciones.

   Aunque a comienzos del siglo XIX el doctor Benjamin Rusch ya recomendaba la lectura a todos sus pacientes, especialmente a los aquejados con depresión o con fobias, la biblioterapia no fue reconocida hasta 1904, en el Mc Lean Hospital de Massachussets. A partir de 1930 empieza a usarse de forma sistemática como práctica bibliotecaria en EEUU y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial. La biblioterapia complementó los largos periodos de convalecencia de los soldados heridos y se acabó demostrando que aquellos pacientes que leían se recuperaban más rápido.

   La biblioterapia ha dado resultados tan originales como el proyecto del filósofo Alain de Botton, autor de Cómo cambiar tu vida con Proust. En 2008 funda una libreríoa en Londres, The School of Life, donde inicia una serie de sesiones de biblioterapia. Los pacientes aquejados de cualquier tipo de enfermedad del alma realizan una entrevista sobre sus hábitos lectores y un especialista en literatura les recomienda una lista de libros curativos, no de autoayuda, sino clásicos, de novela y de poesía. Para de Botton la literatura puede ayudar con casi cualquier aspecto de nuestras vidas. Siguiendo el ejemplo de Botton, en 2011 la revista Madame Figaro realizó entrevistas a una serie de libreros franceses que recomendaron distintos títulos de libros según cuál fuera el mal del lector. Hay propuestas tan curiosas como las de Quentin Schoëvaërt-Brossault de la librería Atout Livre que recomienda Un amor de Swann de Proust para no volver a enamorarse nunca o Bartleby, el escribiente de Melville como cura para un trabajo estresante.

   Existen distintas maneras de utilizar el poder terapéutico de un libro. De forma solitaria o en grupos donde los pacientes comenten y aporten distintos puntos de vista sobre las lecturas. Tal vez podamos sentirnos identificados con tal o cual personaje y sintamos en nuestras propias carnes la catarsis aristotélica, o quizá la forma en la que un personaje soluciona un problema aporte distintos puntos de vista ‒algunos ni siquiera imaginados‒ sobre un problema propio, acaso nos permita alejarnos en el tiempo o en el espacio, viajar, vivir increíbles aventuras, desconectar o nos enriquezca de cara a nuestras relaciones con los demás. Puede, incluso, que podamos echar mano a los libros de autoayuda de toda la vida, por qué no. Según Manuel Freire-Garabal, profesor de Farmacología de la Universidad de Santiago, «los libros te transportan a una realidad mágica y te ayudan a sobrellevar mejor el dolor».

   De cualquier manera, el valor terapéutico de la lectura está más que demostrado. Al estimular la imaginación, el cerebro produce produce más endomorfinas y ayuda a las células de defensa. Siempre que al acabar un libro nos sintamos mejor que antes de empezarlo estaremos experimentando, aunque no nos demos cuenta, el poder sanador de la literatura en el alma.

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