Los motivos por los que un escritor puede acabar en prisión son tantos y tan variados como los que pueden llevar a cualquier persona que no se dedique a escribir. Es verdad que con frecuencia nos encontramos escritores que tienen vidas poco ejemplares y que no es extraño que en algún momento de sus vidas se topen con la justicia y acaben con sus huesos en prisión, pero tampoco es infrecuente que, considerada la literatura como una poderosa arma de propaganda política o ideológica, los escritores sean encarcelados porque la autoridad los considere individuos peligrosos. Sea por los motivos que fueran, lo cierto es que algunas de las grandes obras maestras de la literatura fueron pensadas, gestadas o escritas entre rejas.
Cuando pensamos en un escritor que pasa por prisión la primera imagen que se nos viene a la cabeza es la de un individuo problemático e incluso al margen de la ley. Pero algunos de esos escritores tuvieron vidas virtuosas, tanto que incluso llegaron a ser nombrados santos, y si acabaron en prisión fue por defender sus convicciones. Santo Tomás Moro, por ejemplo, se mantuvo fiel a la Iglesia romana y se negó a firmar el Acta de Sucesión de Enrique VIII por el que se proclamaba jefe de la Iglesia de Inglaterra. Cuatro días después fue encarcelado en la Torre de Londres acusado de alta traición. Fue condenado a ser ahorcado y descuartizado, pero el rey conmutó la pena por la decapitación. Por otra parte, el encarcelamiento de San Juan de la Cruz hay que situarlo en un contexto de enfrentamientos entre los carmelitas calzados y los descalzos debido a distintos enfoques espirituales de la reforma. Juan de la Cruz, partidario de los descalzos y de la reforma planteada por Santa Teresa de Jesús, fue detenido y encarcelado por los carmelitas calzados y fue recluido durante ocho meses en la oscura celda de un convento porque se negó a retractarse de la reforma. Estando en prisión escribió las treinta y una primeras estrofas del Cántico espiritual y varios romances. Fruto de la intolerancia, Fray Luis de León también acabó en la cárcel por traducir uno de los libros de la Biblia, el Cantar de los Cantares, a la lengua vulgar sin tener licencia. En prisión escribió De los nombres de Cristo.
Nuestros escritores del Barroco acabaron unas cuantas veces con los huesos en prisión a lo largo de su vida. El caso más conocido ‒y quizá más injusto‒ es Cervantes. Aunque hoy en día se considera, sin duda, el escritor más importante de la literatura castellana, como muchos grandes genios tuvo que pasar por grandes penurias económicas a lo largo de su vida y murió en la más absoluta miseria. Tuvo que pasar por varios trabajos de poca monta, entre ellos el de Comisario de Provisiones de la Armada Invencible y recaudador de impuestos. En 1597 es encarcelado acusado de malversación por una irregularidad en las cuentas. En el prólogo del Quijote da a entender que lo empezó a escribir estando en prisión. Quevedo tuvo una vida mucho más intensa políticamente que la de Cervantes. Desde muy pronto participó activamente en las intrigas de la corte. Fue consejero del Duque de Osuna, pero este cayó en desgracia en 1620 y como consecuencia Quevedo fue desterrado a la Torre de Juan Abab. Años más tarde volvió a prisión, entre 1639 y 1643. En este caso no fue juzgado y se desconoce la causa concreta por la que Felipe IV mandó encarcelarlo. Seguramente su obra satírica no cayó muy en gracia del Conde duque de Olivares, valido del rey. Quevedo murió un par de años después de salir de la cárcel. La poesía satírica e impertinente fue también la causa de que un joven Lope de Vega de 25 años entrara en prisión, acusado de haber escrito libelos difamatorios contra su antiguo amor Elena Osorio y su familia.
Otro escritor que tuvo problemas con la justicia a causa de sus críticas no solo contra el gobierno sino también contra la Iglesia católica fue Voltaire. Sus escritos, en muchas ocasiones muy duros con la aristocracia de la época, le valieron varios encarcelamientos y exilios. Alguno de ellos fue contra Felipe II, duque de Orléans y regente de Luis XV, por los que fue encarcelado durante once meses en la Bastilla. Estando allí escribió su obra Edipo.
La segunda mitad del siglo XIX abunda en escritores de dudosa moralidad que, por motivos de mayor o menor peso, acabaron pasando por prisión. Paradigma de esta vida poco ejemplar sería la tormentosa relación amorosa que se estableció entre Rimbaud y Verlaine. En 1873, en pleno ataque de celos, Verlaine le disparó dos tiros a Rimbaud, hiriéndole, no con demasiada gravedad, en la muñeca izquierda. Como consecuencia, Verlaine fue arrestado y encarcelado en Mons, donde sufrió una especie de conversión al catolicismo. A diferencia de Rimbaud, que tuvo posteriormente una intensa vida, Verlaine fue marchitándose consumido por las drogas, el alcohol y la pobreza, malviviendo por los barrios más pobres de París y bebiendo absenta por los cafés.
Otra buena pieza de la segunda mitad del siglo XIX fue Oscar Wilde. El ser uno de los escritores más célebres del Londres victoriano no impidió que fuera sometido a juicio con cargos de indecencia grave con Lord Alfred Douglas y con otros hombres y que fuera condenado a dos años de trabajos forzados, primero en Pentonville, después en Wandsworth y finalmente en Reading. En un primer momento no se le permitió usar pluma y papel, pero afortunadamente más adelante sí, porque estando en prisión escribió su famosa carta a Douglas, publicada póstumamente con el título De Profundis. Después de ser liberado escribe el poema La balada de la cárcel de Reading.
Algunos escritores asumen un papel muy activo en cuestiones políticas, lo que conlleva que en algún momento acaben en prisión o incluso lleguen a morir. Al acabar la guerra civil española las cárceles se llenaron de presos políticos, algunos de los cuales fueron escritores. En 1939 Miguel Hernández logró cruzar la frontera a Portugal por un paso clandestino en Huelva, pero fue detenido por las autoridades lusas y entregado a la guardia civil. Uno de los guardias civiles reconoció lo reconoció y lo señaló como activista rojo y republicano. Consiguió la libertad gracias a un indulto gubernamental, pero una nueva acusación en su Orihuela natal le lleva de nuevo a prisión. En una de las cárceles por las que pasó se reencontró con su amigo Antonio Buerno Vallejo. Padeció primero bronquitis y luego tifus, que se le complicó con tuberculosis. En 1942, con 31 años de edad, acabó falleciendo.
La Generación Beat seguramente pasará a la historia de la literatura como una de las más inmorales y degeneradas del siglo XX. Lo extraño es precisamente que no todos sus integrantes hayan pasado por prisión. William Burroughs es uno de los más polémicos. Gran parte de su vida la pasó huyendo de la justicia norteamericana. Fue detenido, junto a Jack Kerouac, por ocultar pruebas del asesinato de David Kammerer por parte de Lucien Carr. Aunque en 1951 protagoniza el episodio más lamentable de su vida: el asesinato accidental de su esposa, la también escritora Joan Vollmer. La pareja se encontraba en Ciudad de México, en una de sus huidas de la justicia. En mitad de una de sus juergas, ambos estaban bajo los efectos de las drogas y el alcohol y decidieron pasar el rato jugando a una macabra versión moderna de Guillermo Tell con una pistola. Burroughs acabó disparando contra su mujer y en lugar de darle a la manzana le dio en la cabeza, matándola al instante. Pasó 13 días en prisión hasta que su hermano llegó a la ciudad y después de sobornar a abogados y funcionarios mexicanos consiguió que saliera en libertad bajo fianza a la espera del juicio. Burroughs se presentaba en la cárcel semanalmente, mientras su abogado trabajaba en el caso, pero la situación se complicó después de que el propio abogado tuviera que huir de México debido a problemas legales por un accidente de coche. Burroughs decidió imitar a su abogado y salió huyendo para volver a EE.UU. Kerouac escribió sobre el incidente refiriéndose a Burroughs: «es grande. Joan le ha hecho aún más grande que nunca». En el prólogo de Queer Burroughs afirma que este episodio marcaría un antes y un después en su obra.
Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, no pertenecía exactamente a la Generación Beat, pero se considera un nexo entre ella y los hippies de los años 60. En él se juntan lo mejor de ambas décadas. En 1965 fue arrestado por posesión de marihuana. En un intento por engañar a la policía fingió su propio suicidio arrojando un camión por un acantilado. Después Kesey huyó ‒cómo no‒ a México. Otro meses más tarde volvió a EE.UU. y fue arrestado y pasó cinco meses en la cárcel del Condado de San Mateo, en Redwood City, California. Al salir se fue a una granja familiar en Pleasant Hill, Oregon, donde pasó el resto de su vida.
Ahora bien, la cárcel deja de ser un problema si tienes amigos lo suficientemente influyentes. Todo en la vida de Jean Genet parecía abocar al escritor a la prisión. Desde los 15 años conoció el mundo de las prisiones por pequeños delitos menores. Después de ser expulsado de la Legión Extranjera debido a su comportamiento indecente, regresa a París en 1937 y entra en una dinámica de arrestos por todo tipo de delitos ‒robos, falsificación, actos lascivos, etc.‒. Estando en la cárcel escribe su primer poema. Más tarde Genet decidió presentarse ante Jean Cocteau, que quedó impresionado por su escritura y que le ayudó a publicar. Pero Genet continuó con su vida delictiva y finalmente tuvo que enfrentarse a una pena de cadena perpetua. Cocteau, junto con otros personajes como Jean-Paul Sartre o Pablo Picasso, escribieron al presidente francés para interceder por Genet. Por supuesto que con amigos tan influyentes el asunto fue olvidado y Genet nunca volvió a tener problemas con la justicia.
Genial. Muy interesante . gracias
Gracias a ti 😀
Muy interesante tu artículo, me ha gustado mucho. Siempre me ha conmovido especialmente la historia de Miguel Hernández. Creo que «Las nanas de la cebolla» es uno de los poemas más bellos y desgarradores de la poesía española.