Arteterapia

Arteterapia

   En alguna ocasión he hablado de la literapia y la biblioterapia, la lectura y escritura terapéuticas como curación. En un sentido algo más amplio, está demostrado que el arte en general también tiene ciertas propiedades curativas, tanto a nivel físico como mental. Con este espíritu nace la arteterapia, una disciplina que entiende el arte como una forma de desarrollar la expresión, la comunicación y la reflexión y que por tanto ayuda a alcanzar el bienestar social y emocional.

   A finales del siglo XIX se produce un creciente interés por parte de los psiquiatras europeos en el valor terapéutico del arte, algo que se plasmó en exposiciones protagonizadas por los pacientes, siendo la primera la inaugurada en 1910 por la Sociedad Suiza de Psiquiatría en el Hospital de la Waldau en Berna. En 1922 el psiquiatra Hans Prinzhorn publicó un ensayo que ponía en valor y comparaba expresiones artísticas de algunos de los pacientes de la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg con obras de artistas profesionales. El estudio de Prinzhorn, que llegó a abrir una galería al público que continúa en funcionamiento hoy en día, causó tal impacto en el mundo artístico que se realizaron varias exposiciones relacionadas con el tema en Francia, Alemania y Suiza entre 1929 y 1933.

Edward Adamson

Edward Adamson

   Sin embargo, el término arteterapia no fue acuñado hasta 1942, cuando el artista británico Adrian Hill se recuperaba de tuberculosis en un sanatorio en Midhurst, en el Reino Unido, y descubrió los beneficios terapéuticos del dibujo y de la pintura durante su convalecencia. Tres años más tarde publicó Arte versus enfermedad, donde describía la experiencia de aplicar la arteterapia tanto a soldados heridos que regresan de la guerra como a pacientes civiles. También trabajó con la Cruz Roja Británica para repartir reproducciones de obras de arte famosas por hospitales de todo el país. Al año siguiente el artista Edward Adamson se unió a Hill para extender su trabajo a hospitales psiquiátricos. En el hospital de Netherne en Surrey Adamson estableció un estudio donde los enfermos mentales podían expresar su creatividad. Dentro de este contexto en 1945 el pintor y escultor francés Jean Dubuffet acuñó el término «Arte Bruto» para referirse al arte producido por personas ajenas a una formación artística académica, en muchos casos pacientes mentales, aunque también prisioneros, niños, inadaptados o ancianos.

   En Estados Unidos, por otra parte, los pioneros de la arteterapia en la década de 1930 fueron figuras del mundo de la pedagogía y del arte como Margaret Naumburg, Florence Cane o Edith Kramer. Por ejemplo, esta última, que impartió clases de expresión plástica a niños refugiados de la Alemania nazi, publicó en 1958 su libro Terapia a través del arte sobre el uso de la arteterapia en el ámbito escolar con niños y adolescentes.

Alain de Botton

Alain de Botton

   Volviendo a la literapia, el ingenioso filósofo Alain de Botton estaba tan convencido de este concepto que en 1997 publicó un delicioso ensayo titulado Cómo cambiar tu vida con Proust, que rápidamente se convirtió en un éxito de ventas en el Reino Unido y en EE.UU. En esta peculiar biografía del novelista francés Botton defiende la utilidad de la lectura para ampliar nuestro conocimiento del mundo, combatir la soledad y conocernos mejor a nosotros mismos. Pues bien, después de haber escrito Las consolaciones de la filosofía ‒donde el esquema se repite con la filosofía como progagonista‒, Botton acaba de publicar El arte como terapia, co-escrito con el historiador de arte John Armstrong.

   Este ensayo defiende que las grandes obras de arte «ofrecen pistas sobre la gestión de las tensiones y confusiones de la vida cotidiana». Ahora bien, uno de los puntos más originales de El arte como terapia es el revolucionario planteamiento que hace de las instituciones artísticas. Los museos, al convertirse en guardianes del arte historicista y academicista, han adoptado un papel erróneo porque se han desentendido de esa función terapéutica del arte. Lo que necesita la gente que visita un museo no es una lección de arte; lo que el museo puede aportar al visitante no es el conocimiento de un montón de datos de historia del arte sino una conexión personal con una o dos obras de arte, y eso es precisamente lo que los museos deberían tratar de hacer y no hacen. Si las personas que dirigen los museos pensaran menos como profesores de arte y más como terapeutas estos podrían organizarse no por anodinos criterios sino en núcleos temáticos ‒el amor, la vejez, el trabajo‒ o, mejor aún, en preocupaciones humanas, al estilo de cómo ser más paciente, dónde encontrar la belleza o cómo ser feliz. Solo así dejaría de verse el arte como algo accesorio o innecesario y pasaría a ocupar el lugar central que le corresponde.

Comentarios

comentarios