Me gusta mucho leer, en especial novelas y ensayo, y no he podido evitar fijarme en algo desconcertante: una gran parte de mis escritores están muertos ‒y no hace poco, precisamente‒.

Lápida en forma de libro

Lápida en forma de libro

   Eso me llevó a plantearme cuántos de los escritores que leo están muertos, y quién se llevaría esos suculentos beneficios post mortem. Cuando vi por primera vez el lomo de El señor de los Anillos en mi casa corrí a leérmelo para darme cuenta de que el tráiler que se estaba anunciando a principios de aquél verano era, precisamente, sobre la película basada en el libro de un señor que ya hacía tiempo que se había despedido de nosotros. Pero, ¿y por qué siguen siendo tan caros?

   Tiene mucho sentido que un libro, que es un objeto que da ‒con suerte‒ de comer a su autor tenga un precio tal que le permita hacerlo hasta tres veces al día, pero cuando se va de viaje al otro barrio, ¿por qué siguen sus libros tan ‒o más‒ caros?

   Lo achaco a la codicia editorial, quienes en ocasiones tienen los derechos de tal o cual libro o incluso obra completa. Es por ello que siempre me pongo a favor de las bibliotecas online gratuitas siempre que el autor dé consentimiento o bien ya no pueda darlo más.

   Es el caso, por poner uno, de Frank Herbert, un tipo increíblemente inteligente que creó el universo de Dune en 1965, y que dos años antes de nacer yo nos dejó con dos novelas sin publicar, que finalmente salieron a la luz con goteo de la boca de su editorial y del hijo de Frank, Brian.

   Pero hay también extrañas combinaciones, como la que nos dejó Michael Crichton al salir de aquí de la mano del cáncer, y es que meses después de haber fallecido su asistente descubrió un archivo de ordenador que contenía su última novela no acabada. En esta ocasión apareció Richard Preston, un colega de profesión, para acabar el libro del finado. Un libro dedicado al hijo que Michael nunca llegó a conocer, y cuyos ingresos seguro serán frutos de divertidas tensiones futuras.

   En ambos casos tenemos autores que han continuado con la obra de otros que han fallecido, pero, ¿qué ocurre con la obra que ya han producido antes de morir? Pues depende. Si han muerto hace poco, los precios aumentan, mientras que según va avanzando el tiempo los precios comienzan a ser más moderados ‒pero siempre muchísimo más altos de lo que deberían‒.

   Como autor sé lo que cuesta imprimir un libro y los beneficios que reporta, y puedo asegurar que un libro de bolsillo de varios cientos de páginas no debería costar más de nueve euros, donde ya reporta unos cuatro de beneficio bruto. Al menos las grandes tiradas de libros de autores más o menos conocidos, porque el ir por libre encarece el producto. Pero cuando me pongo a observar que gran parte de mi biblioteca está muerta y que el dinero que he pagado por ella ha ido a manos de alguien incapaz de crear una obra de arte tal ‒meros archivistas‒ me hacen plantearme qué clase de triste mercado de cultura hemos creado. Y, sobre todo, si seremos capaces de cambiarlo a estas alturas.

Comentarios

comentarios