Harlan Ellison, a punto de sonreír o arrancarte la yugular en cuanto acabe la dedicatoria

Harlan Ellison, a punto de sonreír o arrancarte la yugular en cuanto acabe la dedicatoria

   Escritores comportándose como capullos, podría hacer una sección fija, en serio que podría. Sé que capullos hay en todas las profesiones y especialmente en las artes, pero los escritores son raza aparte. Con egos como camiones y esa creatividad dedicada a fastidiar a los demás, con un escritor uno tiene al equivalente del supervillano cuando se trata de comportarse de modo insoportable.

   Ya he hablado alguna vez de que creo que la presencia de mucho talento en alguien es compensada por una severa carencia en otros ámbitos —sin duda menos importantes—, como el de ser humano. Quizá es que cuando uno es bueno en algo y empieza a escuchar de otros que es bueno en ese algo, se sube al pedestal y ya no se baja y desde ahí el resto del mundo parece inferior. No sé, también puede ser que se lleve dentro desde pequeño y quizá ese sea el caso que nos ocupa hoy.

   Harlan Ellison, escritor norteamericano al que más de 1.700 relatos, guiones, novelas y ensayos le contemplan. Es uno de los grandes nombres en el género de la ciencia ficción y tiene más premios que cualquier otro escritor vivo. El Washington Post lo denominó como uno de los relatistas más importantes de América —es obvio que América empieza y termina en Estados Unidos—. Nadie puede negar que es un escritor de enorme talento. Además de eso, cuando uno mira su vida y ve que el apartado de demandas es tan extenso como el de bibliografía, puede estar seguro de que es buen candidato a inaugurar esa hipotética sección de la que hablaba.

Criticando a Míster Ellison

   La manera más rápida de enemistarse con Ellison es la misma que con cualquier otro escritor, hacerle una crítica, cualquier crítica. Harlan empezó a estudiar en la Universidad de Ohio, pero no duró mucho al ser expulsado a mitad de su segundo año. ¿El motivo? Un profesor le dijo que no era muy bueno escribiendo y que, de hecho, mejor sería que lo dejara. Ellison encajó la crítica como es habitual en un escritor y le propinó un puñetazo que fue el billete de Ellison para una salida con deshonor de la facultad. Aquello era sin duda poco desagravio, así que, durante los siguientes veinte años envió a ese profesor una copia de cada historia que le publicaban.

   Perdonar y olvidar, algo muy de escritores. Ese profesor, quizá sin saberlo, prendió un fuego que nunca se apagaría en Ellison y es que si hay algo que nos motiva más que tener razón, es demostrar que los demás están equivocados.

   Ellison es un prolífico guionista y cualquier cambio en lo escrito le hacía abandonar los estudios de televisión escupiendo sapos y culebras. De hecho, cuentan los rumores, Frank Sinatra estuvo también a punto de llegar a las manos por diferencias en el guión de The Oscar. ¿La mafia era amiga de ese hombre? Qué más daba, ni él ni cien padrinos iban a imponer su opinión sobre su escrito y no era el primer puñetazo que hubiera dado. Ni el último, porque el crítico y escritor Charles Platt también probó la medicina en los nudillos de Ellison durante un banquete de los premios Nebula. Ese es el genio que gasta Harlan, quien en cierta ocasión, por una disputa contractual, envío doscientos trece ladrillos y una especie de rata muerta a un editor. A portes debidos.

   Tengamos en cuenta que hablamos de alguien que con trece años se fue con una feria ambulante, que estuvo en prisión por contrabando de alcohol (aunque se ve que era para un amigo y esa excusa funcionó igual de bien que funciona siempre) y formó parte de una banda de delincuentes, porque: «quería escribir sobre ellas». Sin embargo, con el tiempo, Ellison aprendió que los hombres civilizados no resuelven sus disputas a puñetazos, sino con demandas judiciales.

El rey de la discusión y la demanda

   La ABC, la Paramount, Phantagraphics, James Cameron, America Online… Ellison se las ha visto con todos ellos en juicios por supuestos plagios o violación de copyright. Además, tuvo discusiones sonadas con Gene Roddenberry, creador de Star Trek, con Robert Shapiro, jefe de los estudios Warner y con la novelista Connie Willis, a la que tocó un pecho durante una gala de los premios Hugo. Primero se disculpó por el incidente y declaró que fue injustificable, después procedió a enfadarse con Willis por no defenderle. A Shapiro le dijo que tenía la capacidad intelectual de una alcachofa y ése se quedó sin disculpa.

   No contento con meterse con todos esos, en otra ocasión y durante un discurso, se refirió a un cuerpo entero de cadetes como a: «la siguiente generación de nazis de América».

   Harlan no sólo discute con productores, directores y un batallón entero de soldados, Ellison es un habitual de convenciones y, en el turno de preguntas, los fans se arriesgan a recibir un más que habitual bombardeo de insultos y referencias, tanto a la impertinencia de la pregunta como a la escasez de inteligencia del que la profiere.

No todos los gritos son sin razón

   Ellison tiene fama de insoportable, pero cuando uno dispara tantos dardos, algunos son merecidos, muchos quizá. En una ocasión estaba visitando la grabación de un capítulo que había escrito para una serie y la actriz, que según él era indudable que se estaba beneficiando a alguien, no paraba de pronunciar «Camus» como «Came us». Harlan montó en cólera —o quizá ese es su estado habitual—, gritando que todo el mundo pensaría que era un idiota. Cuando el director le preguntó que quién era él, Ellison replicó que era el escritor de la historia. Se miraron un instante y el director procedió a preguntar a su equipo que qué hacía ese hombre allí. Harlan salió del estudio entre maldiciones y aquella actriz siguió diciendo «Came us».

   Stephen King, en Danza macabra, cuenta cómo se estaba debatiendo la realización de la primera película de Star Trek. Un ejecutivo de la Paramount no paraba de rechazar ideas, replicando siempre con la misma frase: «No, tenemos que pensar en grande, más grande». Ellison se hartó pronto de aquello igual que se harta pronto de todo, así que le arrojó la idea de un Enterprise que atravesaba el universo y se plantaba, de frente, con el masivo careto de Dios; a ver qué pensaba de eso. La respuesta del ejecutivo fue: «no, no es una idea lo bastante grande, ¡necesitamos algo grande!» Ellison se levantó y se marchó gritando que le dieran a todo, que él era un escritor y no sabía qué era el ejecutivo.

   Lees cosas así y a veces piensas que, quizá, los capullos son los otros.

Escribir bien es lo que cuenta

   Harlan Ellison es uno de los temperamentos más abrasivos de la literatura actual, uno de esos encantos a los que leer de lejos, que siempre está discutiendo por el dinero, por los derechos y porque los demás no tienen ni idea. Pero también es cierto que fue cabeza visible de los derechos sociales cuando eso te condenaba al ostracismo si eras blanco; que una y otra vez ayudó a escritores que malvivían y que se ha pasado toda una vida arrojando piedras a la autoridad y hablando, de esa manera tan diplomática en él, en favor de los derechos humanos. Y hasta el más acérrimo de sus enemigos le reconoce una cosa: su escritura e historias como :«Vic and Blood». Y a veces, sólo a veces, eso es lo que cuenta.

   Y afrontémoslo, el mundo del arte, el de la escritura en particular, el del cine y la televisión, están lleno de gente que se merece un grito o cien.

Harlan Ellison, señoras y señores, el escritor al que la solapa de uno de sus propios libros denominó como: «posiblemente el hombre más conflictivo sobre la Tierra».

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