Borges por él mismo de Emir Rodríguez Monegal

   La bibliografía escrita sobre Borges, que es capaz de agotar los más ingentes catálogos, crece a un ritmo vertiginoso cada año: biografías, estudios monográficos, entrevistas, artículos, cursos, ponencias, debates, reediciones, etc. Se han escrito libros sobre su filosofía, su uso de la metáfora, su concepto del tiempo, sus diálogos, su actividad como traductor, su concepción del nazismo, su relación con el cine, las matemáticas o la arquitectura, su función como profesor, su sentido del humor, etc.. De seguir así, dentro de algunos años cualquier persona que se topara por la calle con el escritor argentino habrá escrito un libro describiendo el encuentro fugaz.

   No era así, sin embargo, cuando en 1981 Emir Rodríguez Monegal escribió Borges por él mismo, título que por cierto no hay que confundir con la antología de poemas editada por Visor hace algunos años. El libro es una miscelánea recopilación de artículos en los que hace un repaso por las características más destacadas en la escritura de este autor. Además incluye una entrevista con César Fernández Moreno en la que se tratan diversos temas: las diferencias entre Palermo y Ginebra, el magisterio de Macedonio Fernández y Leopoldo Lugones, la poesía popular, un análisis de Don Segundo Sombra y de Martín Fierro, los géneros literarios, e incluso el cine argentino o los hermanos Machado tienen cabida. Este material ajeno a Rodríguez Monegal ofrece una visión más completa de su figura; porque Borges, al igual que Macedonio Fernández, era un maestro del diálogo, ese territorio que es como un desierto que no muestra ni una sola roca en su geografía donde el escritor pueda esconderse.

   En el primer artículo, “El verdadero Cosmopolita”, Rodríguez Monegal señala la dualidad entre lo hispanoamericano y lo europeo presente en su lenguaje, sus influencias y sus temas; un asunto al que por otra parte Beatriz Sarlo le ha dedicado un libro entero titulado Borges, un escritor en las orillas. Monegal, como en todos los aspectos que trata, realiza un breve esbozo que apunta las líneas más generales, pero para una profundización mayor resulta superficial. Así por ejemplo, en el texto “Un sistema de símbolos” dedica unos pocos párrafos a la fuente, al laberinto ─que tiene su propio artículo titulado “Dentro del laberinto”─, al habitante del laberinto, al espejo, al fénix, al tigre y a la biblioteca. La concisa explicación que hace de cada uno de estos símbolos se acompaña de referencias y fragmentos de ensayos, cuentos o poemas.

   Queda espacio para una vertiente no menos estudiada en Borges, pero que ha permanecido en un segundo plano oscurecida por la brillantez de sus ensayos: su poesía. En el artículo “Un hombre que conversa” se hace un repaso en su evolución poética desde lo que Monegal llama con gran acierto la «aventura ultraísta» hasta la poesía metafísica del Borges maduro. El llamado ultraísmo de Borges no puede tomarse de forma estricta, a la manera de Guillermo de Torre, Juan Larrea, Gerardo Diego o Pedro Garfias. Aunque la metáfora tiene un lugar fundamental y existe un rechazo abierto a toda ornamentación inútil, Borges lo enriquece con otras lecturas como Whitman y los expresionistas alemanes. Lo que el escritor argentino llama «equívoco» tiene una duración muy breve que da paso sobre todo a partir de 1936 a un tipo de poesía cuyos temas, en formas clásicas, se acercan cada vez más a sus ensayos. A pesar de ello, como Borges confiesa, toda su escritura está sugerida en Fervor de Buenos Aires, donde ya aparece su afán de universalizar y su intento de abolir el tiempo. A esta última obsesión Monegal dedica un texto titulado “El tiempo y el yo” en el que analiza la propuesta borgiana de anular la identidad personal.

   Como complemento a todo lo señalado hasta ahora Borges por él mismo incluye una antología con textos completos del escritor: “Los laberintos policiales y Chesterton”, “La Biblioteca Total”, “Definición del germanófilo”, “Fragmento sobre Joyce”, “La fiesta del Monstruo”. Algunos de ellos, como los dos últimos, posiblemente no sean lo suficientemente importantes y representativos como para incluirlos en el libro. No cabe duda de que hubiera sido más acertado que Monegal incluyese algún ensayo breve recopilado de libros como Otras inquisiciones o El hacedor en lugar de utilizar como fuentes diversos ejemplares de la revista Sur.

   En definitiva, Borges por él mismo ofrece una espléndida visión general del autor argentino, pero resulta insuficiente para los lectores que hayan frecuentado sus libros o que deseen profundizar sobre algún aspecto concreto. No obstante, puede considerarse como un magnífico punto de partida para aquellos que quieran iniciarse en su lectura; o simplemente apto para los amantes de la poesía y prosa borgianas que se recreen con cualquier texto que verse sobre este genio de la literatura universal.

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