Pepín Bello y Ángel González

Pepín Bello y Ángel González

   Lo que pretendía ser en principio un sentido y único homenaje al que ha sido considerado por todos como último miembro del 27 se ha convertido de la noche a la mañana en un doble homenaje tras la noticia del fallecimiento del que consideraba como uno de los grandes poetas vivos de la segunda mitad del siglo XX, Ángel González.

   En los últimos años el concepto de “generación del 27” se ha debatido ampliamente, con la intención de añadir a la nómina tradicional a una serie de artistas secundarios, de carácter más local, que no han conseguido trascender unos reducidos límites geográficos ni han permanecido en la memoria de los poetas posteriores. Al mismo tiempo se ha reivindicado la inclusión de otras artes no poéticas, como la pintura o el cine. La existencia de Dalí y de Buñuel cuestionan precisamente el concepto que se tiene de la generación y ha propiciado el surgimiento de nuevos términos, como el que precisamente Ángel González utiliza, «grupo poético de 1927», para referirse a la nómina clásica. Mi pregunta es, si se incluye a tanto artista malo, ¿por qué no incluir al poeta sin palabras que fue Pepín Bello? Para mí José Bello Lasierra, conocido por todos como Pepín Bello, tiene un lugar más que indiscutible en la Generación del 27.

   De Pepín Bello se han hecho muchas descripciones, pero prefiero quedarme con la de Carmen Caffarel, que lo definió como «la memoria oral de la Edad de Plata y de la gran cultura española del siglo XX». Pepín fue eso, pero antes que eso fue lo que se explica sobre él en el libro ¡Ola Pepín! Dalí, Lorca y Buñuel en la Residencia de Estudiantes. En este volumen, publicado en mayo de 2004 como celebración del centenario del nacimiento de Dalí y celebración de los cien años de Pepín, Christopher Maurer describe al aragonés de Hueca como «un amigo genial, deleitaba a los tres [Lorca, Dalí y Buñuel] con su poder imaginativo, y sin publicar apenas una palabra demuestra que la inspiración late en la conversación cotidiana, al margen de la página impresa o la imagen pictórica o cinemática. Inspira Bello no sólo a los tres compañeros de la Residencia de Estudiantes, sino, décadas más tarde, con su humorismo, cordialidad y clara memoria, a los críticos e historiadores de la llamada Edad de Plata».

   Pepín fue, por una parte un importante elemento de cohesión en la Residencia, aquel que mantuvo su amistad hasta el último momento, aún cuando se produjo la ruptura entre García Lorca, Dalí y Buñuel. Por otra parte fue elemento de inspiración de todo tipo de elementos de resonancias lúdicas, como los putrefactos, los anaglifos o los micropoemas, un escritor sin obra que se consideraba a sí mismo como el más culto del 27; sin embargo, demasiado crítico consigo mismo ─porque escribir lo hacía, pero lo rompía todo después, como hizo con sus memorias─, más amante de la palabra hablada y de la comodidad que del sacrifico y la disciplina literaria. Ante todo, al fin, inventor del ruismo, habilidad para pasear por las calles, y miembro de la Orden de Toledo. Un juerguista de tomo y lomo, vaya.

   Voz de Pepín Bello, hablando sobre Salvador Dalí

   Por otra parte Ángel González, como ya he dicho uno de los poetas más completos vivos hasta ayer mismo. Muy frecuentado por mí ─algún poema suyo he publicado aquí─, últimamente había iniciado una lectura sistemática y ordenada de su obra, que me había llevado a hacer una antología personal de sus poemas. Y desde luego, si como poeta es deslumbrante, su faceta de crítico no le va a la zaga. Un intelectual autodidacta, como dice él de sí mismo «siempre digo con un poco de jactancia que la primera vez que asistí a una clase universitaria de literatura el profesor era yo». De su propia poesía decía lo siguiente: «el contexto ejerce sobre todo escritor una presión inescapable. Para los que tratan de hacer poesía de la experiencia ─como es mi caso─ la situación suele ser determinante en muchos aspectos formales. En cuanto a las intenciones, creo que marcan un primer impulso muy general, muy vagamente formulado, que ─como tantas veces se ha dicho─ sólo la escritura del poema revela. En ese sentido, el poema suele ser un hallazgo a veces inesperado para su propio autor. Es muy posible que sean sinceros los escritores que afirman que no tienen intenciones cuando se disponen a escribir, lo que equivale a afirmar que no quieren decir nada. Pero su obra, si vale la pena, dirá o significará algo. Yo pienso que lo que la obra signifique o diga es lo que inconscientemente quería decir el autor». Son palabras que suscribo plenamente.

   Y como decir algo sobre la genialidad de Ángel González implica necesariamente escribir y comentar alguno de sus poemas, prefiero no decir nada más por el momento y reservar alguna entrada completa a ello. Sólo dejo una pequeña maravilla que puse hace mucho tiempo pero que dejó de funcionar. Espero que les guste.

Me basta así – Pedro Guerra y Ángel González

   Como decía Ángel ─vaya nombre más sernafínico─ González en «Ya nada ahora», «Largo es el arte; la vida en cambio corta / como un cuchillo». A pesar de las cuchilladas que da la vida, largo es el arte y larga es la memoria que mantendrá vivo el recuerdo en sus obras.

   Sin más, que descansen, Maestros.

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