Conocer escritores nuevos es una de esas delicias que la vida te depara a cualquier edad. No quiero decir que no conociera, ni mucho menos, a Juan Cobos Wilkins, colaborador habitual en prensa de tirada nacional y en suplementos culturales, entre ellos Babelia. Sin embargo, más allá de su faceta como periodista y crítico literario, lo cierto es que nada había leído ni en novela ni en poesía de este autor onubense. Han querido las circunstancias que un libro de Cobos Wilkins, El corazón de la tierra, cayera en mis manos por parte de un amigo y ni corto ni perezoso he decidido lanzarme además a su poesía con su Biografía impura, aunque eso ya es harina de otro costal.
Antes de hablar de esta novela onubense se me permitirá hacer un paréntesis contextual para aclarar los hechos históricos que se describen en la novela, unos acontecimientos que seguramente en Huelva son sobradamente conocidos, pero que quizá en el resto del mundo no lo sean tanto. La Rio Tinto Company Limited fue una empresa inglesa que entre 1873 y 1954 ejerció de adjudicataria en la explotación de los yacimientos mineros de Riotinto. La empresa había comprado las minas a la I República Española, salvando prácticamente al país de la bancarrota. Esta situación tuvo sus ventajas y sus inconvenientes. Por una parte se produjo un rápido crecimiento de la zona, con un considerable aumento de los puestos de trabajo y una importante industrialización. Pero la contrapartida no fue baladí. Riotinto pasó a convertirse en propiedad de la compañía, que ponía y disponía a sus anchas sin que el Estado pudiese intervenir, o más bien, haciendo la vista gorda porque al fin y al cabo era un negocio que beneficiaba a todos, menos a los trabajadores de las minas y a los habitantes de la zona.
Independientemente de la situación privilegiada que los ingleses tenían en Huelva y en Riotinto, formando una clase social aislada y elitista que menospreciaba a la clase trabajadora, el auténtico problema con la Rio Tinto Company surgió a raíz de las teleras. Las teleras se formaban a partir de las calcinaciones del cobre, lo que producía una enorme nube tóxica que asfixiaba literalmente a los habitantes de un espacio geográfico tan amplio que llegaba incluso a Portugal ―se estima que unas quinientas toneladas de humo al año aproximadamente―. Ante semejante problema de salubridad los ayuntamientos trataron de movilizarse pero el Estado hizo oídos sordos a favor de la gallina de los huevos de oro que era la Compañía. En 1988, llevados por la desesperación, los trabajadores iniciaron una huelga que acaba trágicamente ante el ayuntamiento de Huelva, cuando las tropas del General Pavía cargan durante quince minutos a tiros y bayonetazos contra los manifestantes. El número de muertos, unas pocas decenas según la prensa de la época, o más de dos centenares según estimaciones más actuales, no deja de ser incalculable. Aquel año sería conocido, ya para siempre, como el año de los tiros.
La novela de Juan Cobos Wilkins se basa de forma bastante fidedigna en este acontecimiento histórico, introduciendo además personajes reales de la época, que en la obra alcanzan una importancia considerable, como son Maximiliano Tornet ―el sindicalista que encabezó la huelga― o William Rich ―director de la Compañía y causante de la tragedia del año de los tiros―. Curiosamente entre ambos Cobos Wilkins establece un nexo de unión y de desunión que casi los eleva a la categoría de héroe y antihéroe, de original y de reflejo. Físicamente iguales, tanto que quienes los conocen se sorprenden de que no sean la misma persona, su carácter es antitético. El sindicalista cubano es entregado y visceral, dispuesto a luchar por lo que considera injusto; frente a él, el inglés es frío y racional, únicamente preocupado por que la Compañía obtenga los mayores beneficios, independientemente del coste humano que ello suponga.
Frente a estos dos personajes reales y masculinos, Cobos Wilkins deja caer todo el peso de la trama sobre otros dos personajes, ficticios y femeninos. Dos personajes, Blanca y Katherine, que representan, cada uno a su manera, cada uno de los mundos contrapuestos en Riotinto: el español y el inglés. Dos almas que, al fin y al cabo, son un curioso ejemplo de mestizaje, pues ambas han hecho importantes concesiones, unidas por John Francis White, el abuelo de Katherine. Tanto es así que la anciana no duda en ofrecer su casa a la visitante extranjera. Será el diálogo de estos dos personajes, convertidos casi en maestro y discípulo, lo que sostendrá la trama del libro y acabará desvelando con todos sus detalles la verdad que se esconde tras el año de los tiros y que tanto el gobierno español como las autoridades inglesas pretendieron ocultar al mundo. Ese secreto que John Francis White mencionó a su nieta, el motivo de que Katherine haya viajado para encontrarse con Blanca.
El personaje omnipresente en toda la novela no puede ser otro más que el propio espacio, las minas de Riotinto, Corta Atalaya. Ese espacio aparece mitificado desde la visión de una niña, la pequeña Katherine, a través de las historias de su abuelo, aparece como «ese lugar remoto y fascinante, fuera del tiempo y del espacio. Aunque real». No en vano se le llama a Riotinto «las Puertas del Infierno». White relataba sus historias, como si de Las mil y una noches se tratara, con relatos que a Katherine parecían superiores a las novelas de Dickens o de Verne, mezclando realidad y ficción, imaginación y hechos históricos, personajes inventados y verdaderos. Y uno de esos personajes, el protagonista quizá, es Blanca, apodada Hada por White. Katherine, al reencontrarse en carne y hueso con ese personaje de su infancia, queda conmocionada. La mezcla de realidad y ficción es, quizá, una de las características más notable de la novela de Cobos Wilkins, aunque al mismo tiempo es algo que suele ser habitual en la novela histórica, que tiende a ficcionalizar acontecimientos del pasado.
Lo mágico y maravilloso también tiene su espacio, aunque discreto, en la novela. El personaje de Maximiliano Mallofret está envuelto en un misterio y en un carisma que roza la maravilla, consiguiendo unir incluso a grupos políticos contrarios para luchar contra la Compañía, siendo capaz de «ilusonarlos, despertar y alentar su fe en el triunfo». Otro elemento mágico en la novela es la amiga invisible de Blanca, que es un personaje cuya existencia real desconoce el lector, aunque la propia Blanca, con ojos de adulta, confirma que verdaderamente existió como una entidad ajena a ella. Esta amiga invisible, Estrella, sorprende por dos motivos: hay otro personaje ―Rosita, la anarquista enana― que aparentemente parece verla y además sabe con certeza el desgraciado desenlace de la huelga el mismo día de la masacre. Katherine dice creer sin el menor atisbo de duda en Estrella: «Me habla de una amiga invisible, una niña llamada Estrella. Lo hace con tal convicción y naturalidad que no permite siquiera plantearse la mínima duda. No admite término medio: creer o no. Yo me he decidido rotundamente por el sí».
El estilo de El corazón de la tierra puede llegar a ser algo farragoso en ocasiones. Parece que Cobos Wilkins está demasiado interesado en aclararlo absolutamente todo y no dejar ningún cabo suelto. En la conversación entre Blanca y Katherine es frecuente el uso por parte de la anciana de expresiones castizas o de palabras que aluden a costumbres concretas de nuestro país. Blanca interrumpe constantemente la narración para dar explicaciones sobre todo aquello que considera que Katherine no conoce ―le enseña a hacer torrijas, por ejemplo―. Blanca llega a decirle a Katherine: «Ay, Katherine, hija, tampoco voy a estar explicándote palabra por palabra».
La novela de Cobos Wilkins, conocida sobre todo a partir de su versión cinematográfica, puede tener su valor como documento histórico, como denuncia de una situación injusta y como testimonio de los trágicos acontecimientos que en el momento se intentaron silenciar. Sin embargo, como novela deja que desear. La conversación entre Blanca y Katherine resulta demasiado artificial, no fluye con naturalidad. El halo de mitificación que envuelve todo el ambiente no es suficiente para mantener una trama que ambos personajes no pueden sostener con sus palabras. El personaje de John Francis White queda muy desdibujado, quizá Katherine sepa la verdad sobre aquellos acontecimientos que ocultó su abuelo, pero apenas se ofrecen más datos de interés más allá de que era un buen hombre. Pensemos que, después de todo, lo importante es que el lector, al igual que Katherine, sepa la verdad de lo ocurrido en 1888. Una pena que la narración no acompañe.
Ale, creo que hay una película basada en esa novela. Que conste que no he leído ninguna de las dos, pero, por el argumento, la novela de Cobos me recuerda a Germinal, de Zola (creo que también trata el asunto de unas minas).
Un abrazo, amigo
Rafa,efectivamente sí hay una película. La tengo, pero todavía no la he visto. Es la película lo que ha hecho que el libro sea un poquito más mediático.