Una de las conclusiones a las que llega Peacock en su artículo «Método» es que la mezcla que se produce en la etnografía entre objetividad y subjetividad, es decir, entre extrospección e introspección, ofrece al estudioso además del conocimiento del otro una importante fuente de autonocimiento. El método comparativo pone de manifiesto las similitudes que existen entre las culturas que se comparan y al mismo tiempo descubre sus particularidades, las de la cultura estudiada y las de la propia.
Por ejemplo, el problema —recogido por Kottak— que se le plantea a la tribu india de los makah, en las costas de la Península de Olympic en Washington, no está demasiado alejado de la realidad cultural hispánica. Para los makah la caza de ballenas es un ritual ancestral que forma parte fundamental de su cultura. De hecho, antes que por necesidades de alimentación, la caza de ballenas se entiende en un sentido espiritual, de unión entre los miembros de la comunidad y de comunión con el océano. Aunque la negativa explícita se ampara en motivaciones éticas, al provenir de grupos a favor de los derechos de los animales, existen también motivos políticos para la prohibición. Este debate guarda similitudes muy llamativas con otro que está de plena actualidad dentro de nuestra cultura: los toros. Si bien se trata de un acontecimiento que se ha reconocido como característico de nuestra cultura —bautizado con el término de «fiesta nacional»—, baste recordar que ya aparecen referencias al sacrificio de este animal en otras culturas, como por ejemplo en la Grecia Antigua, donde encontramos a Heracles capturando a un toro salvaje. Pero el sentido de la caza de ballenas de los makah y de los toros en España parece ser el mismo. En ninguno de los dos casos se sacrifica al animal por necesidades alimenticias, aunque es evidente que la carne sí puede acabar ingiriéndose. Si para los makah es un rito de comunión con el océano, el toreo puede considerarse simbólicamente como una unión espiritual con la tierra, sellada con el derramamiento de la sangre del animal.
El debate que se abre en ambos casos es el mismo: etnocentrismo frente a relativismo cultural, derechos de los animales frente a derechos culturales. La discusión está situada en terreno pantanoso en tanto que no son los derechos humanos lo que se cuestiona sino los derechos de los animales, situando por encima los derechos culturales. Janine Bowechop, directora del museo de los makah, calificó de insultante y racista la prohibición de cazar ballenas. Por su parte, en la cultura hispánica el debate adopta otros tintes, ya que no se puede usar el mismo discurso que en una minoría étnica que siente que su cultura es menospreciada. En nuestro caso el ataque a los toros se entiende como un ataque frontal a la idiosincrasia más profunda de la hispanidad. Es decir, que la manipulación política también se produce, en el momento en que entra en escena un concepto tan politizado como es el del nacionalismo.
La comparación entre culturas pone además de manifiesto la existencia de unas constantes universales, de unos rasgos inherentes al Homo sapiens, que es lo que defiende la corriente estructuralista basándose en la filosofía racionalista. Uno de estos universales consiste en la organización social del hombre en grupos o en familias, que es en realidad lo que permite expresar y preservar cada cultura. Este carácter social del hombre, común a todas las culturas, necesita regularse en un determinado uso del espacio personal y social, lo cual sí vendrá determinado por cada cultura en concreto.
Kottak compara la gestión que hacen de este espacio dos países: Estados Unidos y Brasil. Los norteamericanos tienden a mantener las distancias mientras que los brasileños rompen esa barrera física y necesitan una mayor cercanía. Uno de los hechos donde mejor se manifiesta el uso del espacio personal es en el contacto físico que se produce en los saludos y en las despedidas. Al igual que los brasileños, y que el resto de países latinos, en la cultura hispánica el contacto físico cobra gran importancia en los saludos. Las mujeres saludan con un beso a personas de ambos sexos, sobre todo cuando existe una mínima familiaridad, aunque también puede usarse como una forma de presentación con una persona desconocida. Los hombres, en cambio, saludan con un beso a parientes —según cercanía— y a conocidos femeninos, y con un apretón de manos o un abrazo a amigos masculinos.
Pero más allá de la pauta general, como indica Peacock en el artículo mencionado, en cualquier situación cotidiana, incluso en la conversación rápida en la sala de espera del médico, entran en juego valores que reafirman o contradicen las premisas de la cultura. Y es que cada vez que dos personas se saludan o se despiden están construyendo o más bien reafirmando un patrón cultural, aunque de forma tan automatizada que no llegan a ser conscientes. Un código como el del saludo está completamente sistematizado dentro de la cultura, por lo que «infringirlo» dice mucho sobre el lugar en el que el individuo se posiciona frente a su cultura. En ese sentido, una trasgresión en la forma de saludar dice mucho sobre el individuo y sobre su cultura. Que un hombre se presente a otro hombre desconocido con dos besos en las mejillas o que salude a un conocido de la misma forma puede interpretarse dentro de los círculos culturales más tradicionales como un rasgo poco viril, o incluso, dando un paso más, se puede llegar a asociar con la homosexualidad. Y no se puede olvidar que en otras culturas, como ocurre en Rusia, que dos hombres se saluden con besos es perfectamente natural.
Para dimensionar de forma certera este hecho dentro de su contexto cultural habría que llevar a cabo el proceso de interpretación del que habla Peacock. Es necesario conocer, además del sexo, la edad, el nivel sociocultural de los individuos y las circunstancias exactas en las que se produce el saludo. Dependiendo de estos factores puede interpretarse como un ataque a un patrón cultural tradicional o como la expresión de la vinculación a una especie de parentesco ficticio que no es ajeno a ciertos grupos sociales.
Otro de los universales comunes a todas las culturas es el lenguaje, que es el medio a través del cual se expresa, manifiesta y transmite esa cultura. Tal es su importancia que existe una parte concreta de la antropología dedicada al estudio de los lenguajes en su contexto social y cultural. Pero si se pretende relacionar la lengua con su contexto cultural no se puede perder de vista la existencia de fuerzas extralingüísticas, sociales, políticas y económicas, que conforman en muchas culturas el fenómeno de la estratificación. Esta conjunción es lo estudia la sociolingüística. Kottak hace referencia a estos factores extralingüísticos en Estados Unidos, en donde se llega a estigmatizar, calificándolo como «vulgar», la pronunciación en ciertas zonas sin la r.
Este mismo proceso se produce de forma idéntica en nuestra cultura, que tiende a considerar —ya cada vez menos— ciertos usos del castellano como «incorrectos» o propios de una condición sociocultural baja, sobre todo en lo referente a la pronunciación de la s. En Andalucía es posible encontrar regiones en las que se hace la distinción entre c y s, y zonas en las que no. Pero se da el caso de que la pronunciación siempre con s ha adquirido un prestigio social del que carecen las pronunciaciones con c y z. Esto se debe a que la primera, el seseo, ha sido la pronunciación característica de grandes núcleos urbanos —como la ciudad de Sevilla— mientras que la segunda, el ceceo, ha quedado relegada al mundo rural. Además de la mala consideración que puedan tener para con los ceceantes el resto de hablantes, hay que tener en cuenta la imagen que estos tienen de sí mismos. Si ser ceceante puede llegar a entenderse como un estigma social, el hablante puede desarrollar cierto complejo de inferioridad dentro de un contexto seseante o de un contexto que distinga. En esa situación tiene dos alternativas: reafirmar su propia cultura o transgredirla intentando modificar su pronunciación.
Andalucía ha sido durante muchos años un foco de emigración hacia el norte de España, es decir, hacia contextos sociales en los que sí se distinguía. Muchos de esos emigrantes, que han pasado un tiempo viviendo y trabajando lejos de su tierra, al volver parecen haber adoptado el acento de la zona donde han estado. Detrás de este cambio en la forma de hablar habría que buscar también motivaciones culturales, planteando la adaptación como una forma de superar ese complejo de inferioridad. Cuando regresan a su entorno ceceante rápidamente recuperan la forma de hablar original, porque culturalmente ya no tiene sentido mantenerla.
Desde los planes del sistema educativo se intenta combatir la consideración lingüística y social negativa del ceceo, que muchas veces está asociada a otros valores no lingüísticos, generalmente relacionados con el entorno rural. No es extraño ver en libros de secundaria de lengua castellana y literatura descripciones objetivas sobre el andaluz y explicaciones asépticas sobre el ceceo y el seseo, desde una perspectiva que sitúa ambos usos de la lengua al mismo nivel.
Como se ha podido comprobar en estos tres ejemplos, las culturas están conectadas unas con otras. Para Peacock la etnología es, en el fondo, una forma de generalizar a toda la humanidad. Porque el etnólogo que estudia otras culturas nunca puede llegar a perder de vista completamente su propia cultura. Las similitudes y diferencias hacen que conocer otras culturas nos sirva para profundizar en la nuestra. Y es que, en definitiva, la etnología dice tanto del nativo como del etnólogo.
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