En 1998 el escritor William Boyd publicó un libro titulado Nat Tate: un artista americano 1928-1960. La obra era una biografía del expresionista abstracto Nat Tate, que había alcanzado cierta popularidad en los años 50 y más tarde había sido injustamente olvidado. Tate puso fin a su carrera y a su vida a a principios de los 60. Alcoholizado y obsesionado por no poder alcanzar la calidad que quería para su obra, su vida sufrió un rápido declive. Tras un viaje por Europa, que no hizo sino volverle todavía más depresivo al ver la calidad del arte del viejo continente, regresó a EE.UU. e hizo todo lo posible por recuperar todos los cuadros que había vendido. A continuación destruyó el 99% de su obra y en enero de 1960 se suicidó al saltar del ferry de Staten Island, emulando la muerte de su admirado Hart Crane. Su cuerpo nunca fue encontrado. Lo poco que quedaba de la obra de Tate se reproducía en el libro.
La biografía de Tate contaba con unos padrinos de lujo. En su fiesta de presentación, realizada el día de los inocentes, David Bowie ‒que además de cantante es una prestigiosa figura del mundo del arte neoyorkino y que había editado el libro de Boyd‒ leería algunos pasajes de la biografía y el historiador del arte y biógrafo de Picasso John Richardson hablaría de la amistad de Tate con Picasso y Braque. Además, el libro incluía un elogioso comentario del escritor Gore Vidal. Hasta aquí la historia podría parecer normal y la vida de Tate podría formar parte del manual del artista torturado y suicida. Pero parafraseando a Shakespeare, algo olía a podrido en Nueva York en torno al libro de Boyd.
A David Lister, un editor del londinense The Independent, le pareció sospechoso que nadie en el mundo del arte, salvo algunos amigos de Boyd, hubieran oído hablar de Tate, así que se puso a investigar y descubrió que ninguna de las galerías que se mencionaban en el libro existían. Así que escribió un artículo diciendo que algunos de los miembros más importantes del mundo del arte habían sido víctimas de un engaño. Aunque Lister no era un Sherlock Holmes ni mucho menos. El engaño no tardó mucho en descubrirse.
En realidad Nat Tate había sido una invención de Boyd. Su nombre era una combinación de dos de las galerías londinenses más importantes: la Galería Nacional y la Tate. Las pinturas que se incluían en el libro las había hecho el propio Boyd y las fotografías que ilustraban la biografía provenían de una colección del escritor. Bowie, Richardson, Vidal y algunos intelectuales más participaron en el engaño ayudando a Boyd. Karen Wright, codirectora junto a Bowie de 21 Publishing, afirmó posteriormente que la broma no se había hecho con mala intención y que simplemente querían poner en un aprieto a algunos críticos de arte y hacerles decir «Sí, he oído hablar de él» para no quedar como ignorantes. Boyd, por su parte, comentó que se habían puesto suficientes pistas como para reconocer rápidamente el engaño.
Un par de curiosidades para acabar. La primera es la identidad del tal David Lister. Parece que la revista estadounidense Newsweek trató de ponerse en contacto con él pero no consiguieron encontrarlo. Tal vez Lister fuera otro engaño, aunque desde luego Boyd no llegó a confirmarlo. Además, en 2011 se subastó en Sobethy´s una pintura de Nat Tate titulada Puente nº 114 por más de 7.000 libras, un precio muy superior al esperado. El comprador fue, cómo no, Boyd, y el dinero acabó siendo donado a una institución benéfica para artistas.
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