El juego de la muerte

El juego de la muerte

   Cuando creíamos estar curados de espanto ante los despropósitos de la televisión cada día nos sorprende un nuevo reality show, más absurdo si cabe que los anteriores. También empezamos a acostumbrarnos a ver noticias sobre muertes producidas en el transcurso de alguno de estos concursos. ¿Se dará el salto en algún momento y acabaremos viendo la muerte de alguien en vivo y en directo? Sobre dónde están los límites y hasta qué punto se puede llegar para conseguir audiencia es algo de lo que han escrito largo y tendido sociólogos, filósofos, intelectuales y todo tipo de especialistas. De momento, para concursos extremos como el que se plantea en Los juegos del hambre, donde un grupo de adolescentes deben ejecutarse entre ellos hasta que solo quede uno, Suzanne Collins tiene que recurrir a una sociedad distópica. Y lo mismo con el Battle Royale de Koushun Takami, que transcurre en una ucronía. Pero, ¿qué pasaría si se planteara en la sociedad actual un concurso donde se sobrepasaran claramente los límites de lo que consideramos aceptable? En 2009 un concurso llamado El juego de la muerte lo hizo.

   Su dinámica es la siguiente: dos concursantes tienen que colaborar para conseguir un premio de un millón de euros. Uno de ellos tiene que aprenderse de memoria una lista de 27 asociaciones verbales en un minuto mientras que el otro simplemente debe comprobar que las respuestas son correctas. Hasta aquí el desarrollo del concurso parece bastante inocente. Entonces, ¿cuál es la pega? Pues que en caso de error el segundo concursante debe aplicar un castigo al primero: descargas eléctricas que van aumentando de potencia a medida que avanza el concurso, hasta llegar a los 460 voltios. En el plató solo está presente el concursante que aplica las descargas, mientras que el que las recibe estaba fuera de la vista. De él solo se pueden escuchar los gritos de dolor y súplicas para que paren el concurso. Pero pararlo no es tan fácil, ya que de hacerlo se perdería la oportunidad de ganar el premio.

   Aunque hay que decir que este concurso tan retorcido no es real sino que es un experimento, a partir del cual se grabó un documental escrito por Christophe Nick y Thomas Bornot, dirigido por Gilles Amado y coproducido por France Télévisions y Radio Televisión Suiza. El supuesto castigo nunca llegaba a producirse: el concursante que recibía las descargas era un actor que simulaba ser electrocutado y los que infligían los castigos eran los sujetos del experimento, personas absolutamente convencidas de participar en un innovador concurso piloto. Incluso el público al completo piensa que todo lo que está presenciando es verdadero.

   ¿Cuál es el objetivo de este experimento? Estudiar la disposición de un individuo para obedecer las órdenes de una figura de autoridad incluso cuando esas órdenes entran en conflicto con su conciencia personal. En realidad este experimento lo había llevado a cabo por primera vez Stanley Milgram, psicólogo en la Universidad de Yale, a comienzos de la década de los sesenta. En el experimento de Milgram, de un funcionamiento muy parecido al del concurso, el 65% de los participantes llegaba al voltaje máximo, aunque muchos se sentían incómodos al hacerlo. Todos pararon en algún momento y cuestionaron el experimento, y algunos incluso se negaron a continuar. Cuando lo hacían el investigador les pedía que continuaran varias veces. Nadie paró antes de llegar a los 300 voltios, a pesar de que era evidente que ninguno de los participantes estaba disfrutando con la experiencia.

   El juego de la muerte es una actualización del experimento de Milgram en un contexto donde la figura de autoridad la representa la televisión, el papel del investigador lo realiza la presentadora del concurso y hay un público presenciándolo todo. Aunque existen varias diferencias entre el experimento original y esta nueva versión, en El juego de la muerte un 80% de los participantes llegó hasta el final del experimento, logrando que aplicaran el máximo voltaje, y se consiguió un comportamiento sumiso del público.

   Sin embargo, tanto el experimento de Milgram como El juego de la muerte plantean serias dudas sobre la ética de la experimentación debido a la presión y al dolor extremos al que se ven sometidos los participantes. Varios diputados franceses presentaron una denuncia contra los autores del supuesto concurso por incitar a la violencia. Para uno de sus creadores, Christophe Nick, es muy importante que el experimento se difunda para que se muestre, se demuestre y se analice sistemáticamente la influencia de ciertos medios, como puede ser la televisión, en el individuo.

   Por último, dejo una pregunta en el aire. ¿Qué crees que hubieras hecho tú si hubieras participado en El juego de la muerte?

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