Gracias a Internet y a las cámaras ocultas las bromas están más de moda que nunca. Hemos llegado a un punto en que o mi capacidad de sorpresa no tiene límites o las bromas que se hacen son cada vez más despiadadas ‒y si hay asiáticos de por medio ya ni te cuento‒. Pero muchas veces caemos en el error de pensar que ese sentido del humor cruel que vemos en muchas bromas es un invento moderno, que antiguamente la gente no lo tenía o que ha evolucionado tanto que las bromas de siglos atrás, desde una visión actual, son anacrónicas o infantiles. Sin embargo, el escritor Theodore Hook perpetró a principios del siglo XIX una broma de esas que hacen historia, una travesura épica que nos demuestra lo equivocados que estamos si pensamos que antiguamente no sabían reírse a gusto a costa de la desgracia ajena.
Todo empezó en 1809, a raíz de una discusión entre Hook y su amigo Samuel Bezley, arquitecto y también escritor. Hook se atrevió a hacer con él una absurda apuesta: que usando los métodos que él creyera más oportunos podría conseguir que cualquier casa de Londres se convirtiera en la dirección de la que más se hablara en toda la ciudad como mínimo durante una semana. La apuesta quedó sellada y la dirección elegida, supuestamente al azar, fue el número 54 de la calle Berners, hogar de la señora Tottenham, una viuda adinerada.
Así pues, el 27 de noviembre de ese mismo año, a las cinco en punto de la mañana, un deshollinador llamó a la casa de la señora Tottenham. Al verlo, la sirvienta, extrañada, le despidió porque no habían solicitado sus servicios. A los pocos minutos llegó otro, y después otro, y otro más, y así hasta doce deshollinadores, que fueron despedidos uno detrás de otro. A continuación empezaron a aparecer por la calle una gran cantidad de enormes carros que venían al número 54 para entregar carbón. Poco después se presentaron varios empleados de la funeraria que traían un ataúd para la difunta señora Tottenham. Casi al mismo tiempo fue llegando a la casa una legión de pasteleros y unos cincuenta cocineros, cargados con grandes tartas de boda personalizadas y unas 2.500 tartas de frambuesa. Poco a poco fueron viniendo, dispuestos a ofrecer sus servicios, jardineros, pescaderos, dentistas, zapateros, repartidores de tiendas, abogados, médicos y sacerdotes, estos últimos con el aviso de que era necesario darle la extremaunción a un moribundo. En un momento determinado, en medio del caos, también fueron entregados más de una docena de pianos e incluso aparecieron seis hombres que venían cargando un enorme órgano de iglesia.
En semejante barullo no podían faltar importantes dignatarios, que fueron pasando uno a uno a lo largo del día: el Gobernador del Banco de Inglaterra, el duque de York, el arzobispo de Canterbury, el Presidente del Tribunal Supremo, varios ministros del gabinete, el Presidente de la Compañía de las Indias Orientales y el alcalde de Londres. Este último había recibido una carta de la señora Tottenham explicando que estaba a punto de morir y que deseaba hacer una declaración bajo juramento. Por su parte, el Gobernador del Banco de Inglaterra había recibido un aviso de que la señora Tottenham quería donar una gran suma de dinero. Como ya era evidente que todo se trataba de una broma el alcalde hizo mandó llamar a la policía, que se sumó a todo el desbarajuste.
Si a todo esto le añadimos una ingente turba de curiosos, a mediodía había tanta gente concentrada en la calle Berners que toda esa zona de Londres había quedado completamente congestionada. Cientos de profesionales y comerciantes estaban enfurecidos porque se habían desplazado hasta la calle Berners para nada y según se decía ‒todo era cada vez más confuso e incierto‒ la señora Tottenham no estaba dispuesta a pagar los pedidos. Para colmo de males, la aglomeración hizo que muchos de los carros volcaran y los productos cayeran por el suelo y se echaran a perder, pisoteados por la multitud. Los ánimos estaban tan caldeados que las peleas no tardaron en empezar y se multiplicaron a lo largo del día. La policía sencillamente no podía dar a basto.
La multitud no se terminó de disipar hasta bien entrada la noche. Hook y Beazlye, que habían alquilado la casa que estaba frente a la de la señora Tottenham, habían presenciado tranquilamente todo el espectáculo. No había duda de que Hook había conseguido ganar la apuesta con creces y Beazlye le entregó lo que se estaban jugando: una guinea. Para organizar semejante caos Hook había enviado más de 4.000 cartas en las que se hacía pasar por la señora Tottenham y requería todo tipo de entregas, desde cosas normales a otras más extravagantes. Las cartas dirigidas a notables figuras de la sociedad londinense las había trabajado especialmente, para asegurarse de que fueran a visitar a la señora Tottenham. Por cierto, Hook nunca fue acusado por nada de lo que ocurrió el 27 de noviembre de 1809 en la calle Berners.
Desde luego es una broma insólita, pero menudo curro eso de escribir 4.000 cartas. Me imagino que los amigos Hook y Bezley fliparián bastante viendo semejante desfile de gente.
Para que luego hablen de spam. Hoy en día esto sería infinitamente más fácil de hacer con correos electrónicos, wasaps, mensajes de móvil o redes sociales. De hecho, pasó algo parecido no hace demasiado tiempo con la fiesta de cumpleaños de un adolescente.