En 1861 un tal Denis Vrain-Lucas entró en contacto con el matemático y coleccionista francés Michel Chasles afirmando que tenía en su poder un puñado de cartas inéditas escritas de puño y letra de algunos de los más insignes personajes históricos desde la Antigüedad hasta la Ilustración. Vrain-Lucas era un ratón de biblioteca que había ejercido de secretario y de escribano durante algunos años y en 1852 se había trasladado a París, donde intentó sin suerte entrar a trabajar en la Biblioteca Imperial. Chasles estaba tan entusiasmado ante semejante hallazgo que no se atrevió a poner en duda la historia que Vrain-Lucas le contó sobre su procedencia. Según este, las cartas, custodiadas en la abadía de Tours, habían sobrevivido a la revolución francesa. Cuando el conde de Bois-Jourdain las trasladaba a América para ponerlas a salvo de los revolucionarios se produjo una tormenta y su buque se hundió. Unos pescadores dieron con la caja que transportaba los manuscritos y fueron devueltos a sus herederos. A partir de ahí fueron cayendo en las manos del astuto Vrain-Lucas.
Sea como fuere, este fue el comienzo de una relación en la que Vrain-Lucas fue entregando a Chasles ‒y cobrando su precio en oro‒ cartas de personajes como María Magdalena, San Pedro, Judas Iscariote, Lázaro, Poncio Pilato, Pitágoras, Aristóteles, Alejandro Magno, Julio César, Cleopatra, Cicerón, Carlomagno, Juana de Arco, Dante Alighieri, Shakespeare, Galileo, Blaise Pascal o Isaac Newton, entre otros.
Por si todavía no fuera lo suficientemente increíble hay que añadir que todas las cartas poseían una serie de características comunes: todas ‒incluso las más antiguas‒ estaban escritas en francés sobre el mismo tipo de papel, eso sí, con letra casi ilegible. Además, en muchas de las cartas había referencias anacrónicas a Francia, que por supuesto siempre era mostrado desde un punto de vista favorable. En una de las cartas, por ejemplo María Magdalena le escribe a Lázaro contándole que se encuentra en la tierra de los Galos, generalmente llamados bárbaros, pero que no solo no merecen ese calificativo sino que tienen visos de engendrar en el futuro a ilustres científicos.
Pues bien, en 1867 Vrain-Lucas entregó a Chasles varias cartas que demostraban que Pascal había descubierto la ley de la gravedad antes que Newton, algo que corroboraba Galileo. Lleno de patriotismo ante la idea de que uno de los mayores descubrimientos de la física fuera de un científico francés, Chasles no tardó en presentar este documento de incalculable valor en la Academia Francesa de las Ciencias. Pero pocos dieron crédito a aquellas cartas: en la Academia había autógrafos verdaderos de Pascal y fue suficiente comparar las letras para comprobar que no coincidían, por no mencionar los más que evidentes anacronismos. Pero Chasles, que seguía defendiendo su veracidad, en lugar de confesar la dudosa procedencia de las cartas trató de encubrir a Vrain-Lucas. Este, por su parte, fue entregando nuevas cartas a Chasles para justificar esos errores. La polémica se prolongó hasta 1869, año en que Vrain-Lucas fue detenido por falsicación.
Vrain-Lucas falsificó documentos durante 16 años, tiempo en el que llegó a elaborar más de 27.000 autógrafos, cartas y manuscritos, casi todos destruidos tras el juicio. El valor total de lo estafado a Chasles superaba la cifra de los 140.000 francos ‒unos 50.000 euros aproximadamente‒. De esta cantidad no le fue devuelto nada, aunque el mayor castigo para Chasles fue la vergüenza pública de tener que testificar en el juicio. Al fin y al cabo la reputación que tenía Chasles era más la de un reconocido matemático que la de un tonto crédulo.
Por cierto, parece que justo cuando Vrain-Lucas fue llevado a la cárcel estaba preparando un manuscrito muy especial para Chasles: el sermón de la montaña escrito por el propio Jesucristo. Y, por supuesto, en francés. ¡Una ocurrencia digna del catálogo Fortsas!
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