Caricatura de la leyenda

Caricatura de la leyenda

   En la década de 1820, después de que Nueva York se convirtiera en la ciudad más poblada de Estados Unidos con 150 mil habitantes, parece que comenzó a circular el rumor de que la isla de Manhattan se estaba hundiendo por el puerto debido al exceso de peso de su población, edificios e infraestructuras en el extremo sur. En la primavera de 1823 un carnicero llamado John De Voe y un carpintero llamado Lozier ‒ambos jubilados‒ escucharon en una de las mesas de la parte trasera de un mercado neoyorkino cómo una multitud hablaba sobre el inminente hundimiento de Manhattan. Ni cortos ni perezosos, De Voe y Lozier no dudaron en afirmar ante los presentes que habían sido contratados por Stephen Allen, alcalde de Nueva York, para solucionar el problema. A continuación expusieron su plan: cortar Manhattan por la mitad con una sierra gigantesca, remolcar la parte inferior para darle una vuelta de 180 grados y colocarla de nuevo en su sitio. De esta manera el peso de Nueva York quedaría de nuevo equilibrado y no habría peligro de hundimiento.

   Una empresa de semejantes dimensiones requeriría una enorme inversión tanto en mano de obra como en materiales. Ante la perspectiva de un empleo estable, al menos temporalmente, y de un buen salario, no faltaron voluntarios entre los crédulos presentes del mercado. Durante las siguientes semanas De Voe y Lozier inscribieron a cientos de obreros ansiosos, entre 500 y 1.000 trabajadores según los cálculos que hace Joel Rose en su libro de 2001 titulado Nueva York cortado por la mitad.

   El día en que se suponía que debían comenzar las obras el ejército de trabajadores fue llegando al punto de reunión. Después de varias horas esperando ni De Voe ni Lozier daban señales de vida, así que se enviaron a varias personas a buscarlos. La pareja había dejado un mensaje avisando de que habían tenido que abandonar la ciudad por cuestiones de salud ‒en realidad se habían escondido en alguna parte de Brooklyn‒. Poco a poco los ánimos se fueron caldeando, hasta que los presentes empezaron a reconocer que quizá habían sido objeto de una broma.

   Hasta aquí la anécdota podría pasar por una de esas bromas históricas, como la que Theodore Hook llevó a cabo en Londres el 27 de noviembre de 1809. Sin embargo, varios indicios parecen confirmar que el incidente nunca ocurrió y que el supuesto engaño es en sí mismo un engaño, como una mentira de una mentira. Para empezar, el relato se basa en una sola fuente. Se supone que De Voe le contó todo lo ocurrido a su sobrino Thomas, miembro de la Sociedad Histórica de Nueva York, que publicó en 1862 El libro del mercado, único registro que quedó de la historia. Resulta sospechoso que ningún periódico de la época mencionara la broma ni hayan otros documentos como cartas ni crónicas. Es extraño que no quedara ni rastro de ninguno de los cientos de personas involucrados en los hechos, que no se llevara a cabo ninguna investigación, que nadie fuera arrestado ni juzgado.

   Es por eso que Joel Rose llega a la conclusión de que la broma nunca ocurrió. Pero desde la publicación del libro de Thomas De Voe numerosos historiadores confían en la veracidad de la broma y la reproducen una y otra vez sin haberla contrastado debidamente. Hoy en día, como dice Joel Rose, la anécdota del día en que Nueva York casi fue cortado por la mitad forma parte ya de la historia de la ciudad y son muchos los neoyorkinos que la consideran auténtica.

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