Catulle Mendès

Catulle Mendès

   Se dice que la historia de la literatura tarde o temprano acaba poniendo a cada escritor en su lugar. Es el caso del olvidado Catulle Mendès, que fue, con un lenguaje lleno de afectación y brillantez, representante de la estética parnasiana de fin de siglo y calificado ya por la crítica de su tiempo como un autor superficial y poco original. A pesar de ser un hijo de las modas, Mendés llegó a convertirse en uno de los protegidos de Théophile Gautier y su poesía despertó la admiración de Paul Verlaine. Además de poesía, Mendés escribió prácticamente de todo: novelas, ensayos, artículos periodísticos, teatro, libretos de ópera, relatos eróticos, etc. También fundó una tertulia en casa de Louis-Xavier de Ricard ‒a la que acudía Leconte de Lisle‒ y dirigió algunas revistas literarias.

   Sin embargo, más que por su obra o por su carrera literaria, Catulle Mendès debería ganarse un hueco en la historia por haber conseguido algo que ningún otro escritor logró: escribir su propia muerte diez años antes de que ocurriera. Podría pensarse que es previsible, hasta cierto punto, que un escritor pueda escribir sobre algo que al fin y al cabo tiene que acabar ocurriendo, pero los detalles que da Mendès sobre su propio final parecen demasiado certeros como para ser el fruto de una simple descripción imprecisa.

   Todo empezó una madrugada de febrero de 1899. Mendès se despertó sobresaltado debido a una pesadilla en la que se había visto a sí mismo, en plena noche invernal, agonizado durante horas en la oscuridad de un túnel. En su sueño Mendès gritaba pidiendo auxilio pero no había nadie que le pudiera ayudar. Siente que se está desangrando, que va perdiendo las fuerzas, y que poco a poco se acerca su muerte. Así se lo confirma una voz que que le dice «Esto es el fin». Después de escuchar esta frase Mendès se despierta entre temblores y pone por escrito todo lo que ha sentido para que ningún detalle se pierda en su memoria. Más tarde lo volvería a relatar con pelos y señales a sus amigos y compañeros de tertulia.

   La historia hubiera quedado en una anécdota de no ser porque el cuerpo sin vida de Catulle Mendès fue descubierto el 7 de febrero de 1909, justo diez años después de su terrible pesadilla, en un túnel de ferrocarril de Saint-Germain-en-Laye. En un principio se sospechó que Mendès había abierto intencionalmente la puerta de su vagón y que se había arrojado a las vías para suicidarse, pero después de una investigación policial se averigua qué es lo que en realidad le ocurre a Mendès. El escritor salió de la estación de Saint-Lazare de París a las 12:13 para regresar a su casa en Saint-Germain después de haber cenado con sus amigos. Parte del viaje lo pasó durmiendo en un vagón en el que se encontraba solo. El tren se paró a la entrada de un túnel y Mendès, en un estado de duermevela, creyó haber llegado a su destino, así que sin pensarlo dos veces abrió la puerta para apearse con tan mala suerte de que en ese instante el tren reanudó su marcha y perdió el equilibrio cayendo a la vía. El convoy, que estaba ya en movimiento, le seccionó un pie.

   A continuación la escena del sueño que había tenido diez años antes se reprodujo con sorprendente exactitud: de noche y en un oscuro túnel, Mendès agonizó durante horas, desangrándose y pidiendo auxilio sin que nadie fuera a socorrerlo. No se sabe con certeza, pero es muy posible que el último pensamiento que pasara por su cabeza antes de morir fuera «Esto es el fin».

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