Queneau

Queneau

   Raymond Queneau, a día de hoy considerado un referente en la literatura universal, fue un escritor y matemático francés del siglo XX que vivió rodeado por lo absurdo y por lo surrealista.

   Antes que nada, señalaremos que, tras haber colaborado con el surrealismo entre los años 1924 y 1929, se dedicó a exhumar escritos de los «locos literarios» franceses del siglo XIX de las profundidades de la Biblioteca Nacional de Francia. Los documentos de estos escritores, quienes no gozaban de reconocimiento popular y cuyas ideas insólitas no se correspondían con ninguna doctrina, le sirvieron como referencia para estudiar los fenómenos del lenguaje en un uso no convencional. De hecho, Queneau fue un gran amante del lenguaje, con el que jugó en sus obras. Le preocupaban especialmente las diferencias entre las lenguas habladas y escritas, tema sobre el que publicó varios artículos. Sus investigaciones le hicieron llegar a la conclusión de que la gramática francesa se había convertido en un corsé oxidado, por lo que plasmó muchas veces en sus libros el francés oral. También ejerció como traductor para la conocida editorial francesa Gallimard y en 1951 ingresó en la prestigiosa sociedad literaria Academia Goncourt.

Alfred Jarry

Alfred Jarry

   El Queneau patafísico

   El excéntrico Alfred Jarry, que vivió a caballo entre los siglos xix y xx, precursor del dadaísmo, del surrealismo y del teatro del absurdo, creó la patafísica, la «ciencia de las soluciones imaginarias» que suele utilizar expresiones sin sentido, como parodia a las teorías y métodos de la ciencia moderna.

   En su libro Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico, el propio Jarry indica que la patafísica «estudiará las leyes que rigen las excepciones; explicará aquel universo suplementario al nuestro. O, menos ambiciosamente, describirá un universo que se puede ver, y que quizá se deba ver, en lugar del tradicional; dará cuenta de las leyes que se creyó descubrir en ese universo como correlaciones a su vez de excepciones, aunque más frecuentes en todos aquellos casos de hechos accidentales que, al reducirse a excepciones poco excepcionales, no tienen la atracción de la singularidad».

   Tras la muerte de Jarry, un grupo de intelectuales creó el Colegio de Patafísica, una «Sociedad de Investigaciones Sabias e Inútiles» a la que pertenecieron personajes de la talla de Max Ernst, Eugene Ionesco, Joan Miró, Boris Vian, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet o Jacques Prévert, y al que Queneau se sumó en el año 1950.

   Los miembros del colegio, organizado en distintos departamentos o comisiones, a su vez divididas en subcomisiones, ostentaban títulos tales como sátrapa, proveedor, regente, vicecurador o enfiteuta. Raymond Queneau era el Sátrapa Transcendente.

   La patafísica ha sido mencionada por nada más y nada menos que Cortázar en La vuelta al día en 80 mundos, y por Los Beatles en su canción Maxwell’s Silver Hammer: «Joan was quizzical; studied pataphysical science in the home».

   Poco a poco se fueron abriendo diversos colegios e institutos patafísicos por el mundo. A día de hoy, el Colegio Patafísico de París sigue en activo y entre sus miembros se encuentran Umberto Eco y Fernando Arrabal.

Oulipo

Oulipo

   Queneau oulipiano

   Por otro lado, Ramyond Queneau fundó en 1960, junto a su amigo matemático François Le Lionnais, un grupo de investigación literaria y científica denominado Oulipo, acrónimo de Ouvroir de Littérature Potentielle ‒«Taller de literatura potencial»‒. El objetivo del grupo consistía en crear nuevas formas poéticas y narrativas aplicando ciertas restricciones, algo en lo que lo distingue del surrealismo y del dadaísmo.

   Sin embargo, Queneau ya llevaba muchos años experimentando con el lenguaje cuando se fundó Oulipo. Por ejemplo, ya había publicado en el año 1947, bajo el pseudónimo de Sally Mara, sus magistrales Ejercicios de estilo, un claro ejemplo del uso de la restricción literaria. En este libro, el francés relata una historia trivial de 99 maneras diferentes ‒sometiéndolas, por ejemplo, a un tiempo verbal determinado o a cierta figura retórica‒. Hay algunas especialmente particulares, como la que lleva por título «Loucherbem», nombre de un argot parisino en el que la consonante inicial ‒o consonante doble‒ de una palabra es remplazada por una l y trasladada al final, tras lo que se le añade a dicho vocablo una sufijación en -èm. Se ha señalado este relato como intraducible, pero este problema se puede solventar recurriendo a la adaptación. En nuestra lengua, por ejemplo, se tradujo al estilo «pasota» ‒este es, de hecho, su título‒ y empieza del siguiente modo: «O sea, qué palo, colega, el cacharro no venía ni de coña. Y yo que llegaba tarde al curre. Y luego, qué alucine, qué pasote, iba lleno cantidad».

   En último lugar, y aprovechando que estamos hablando de traducción, la novela más conocida de Queneau, Zazie dans le métro, publicada en 1959, fue traducida al lenguaje audiovisual nada más y nada menos que por el genial Louis Malle. Asimismo, uno de sus poemas, Si tu t’images, fue traducido al lenguaje musical por iniciativa de Sartre. Fue la bella Juliette Gréco quien le regaló su voz.

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